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Ana Cristina Vélez: A propósito de pelucas y miriñaques, en Homo ludens. Parte dos.

Johan Huizinga | enef3ifredy

Johan Huizinga

 

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Homo ludens, publicado en 1932 por el historiador y filósofo Johan Huizinga, es un libro rico en información y en investigación. Tal como lo explico en la parte uno de esta serie de tres columnas, al estudiar la historia de muchas clases de culturas, Huizinga se dio cuenta de que el juego había estado presente como una actividad esencial en todas las culturas y en todas las épocas. Pero este no fue su único descubrimiento. También se dio cuenta de que incluso ante el vestido y los accesorios ha habido una actitud juguetona. Es el caso de las pelucas.

La historia del uso de la peluca tiene que decirnos algo que desconocemos sobre la sicología humana. A Huizinga le llamó la atención que la peluca se usara durante 150 años. Y no solo eso. Que se convirtiera en algo importante y distinto del cabello.

 

La Peluca y su Historia - La Maison del Cabello

 

Usar una peluca como remplazo del pelo es algo que, sin duda, puede ser útil. Hoy en día, las actrices usan pelucas, algunos hombres usan el bisoñé para tapar la calva, hay implantes de pelo y existen las extensiones de pelo, esas que se pegan las cantantes de pop para aparecer con melenas abundantes y extremadamente largas. En todos estos casos, el postizo se esconde, se oculta, y lo que se pretende que creamos es que ese pelo es propio.

Sin embargo, esto no fue así con las pelucas que se usaban en Europa en el siglo 17. Cuenta Huizinga que, alrededor de 1600, la peluca se convirtió en una moda, en un elemento estilístico, en un marco para la cara. No es coincidencia que por la misma época se empezaran a usar los cuadros enmarcados tal como los enmarcamos hoy. La peluca se convirtió, además, en un accesorio para ennoblecer y elevar el estatus. Con la peluca allonge, las dimensiones se hicieron hiperbólicas; pero, según dice Huizinga, el conjunto conservó un aire de majestad, al estilo del joven Luis XIV.

 

PELUCA LUIS XIV - XVII

 

Dice Huizinga que lo más notable de la moda de la peluca no reside únicamente en todo el tiempo que duró, a pesar de ser tan poco natural, tan molesta y malsana, sino en que se hubiera alejado tanto del aspecto natural del pelo y se hubiera estilizado y convertido en otra cosa. La peluca dejó de imitar la naturaleza y se convirtió en un puro ornamento. Nos cuenta este autor en su libro que la estilización se operaba con la manipulación de los bucles, los tiesos, los polvos y las cintas, y que, al tornar del siglo, por lo general, la peluca se llevaba espolvoreada de blanco. Se preguntó, sin encontrar una respuesta, cuál podría ser el motivo sicológico cultural del uso de los polvos.

Bill Bryson cuenta en su libro En casa que el uso de la peluca para los hombres también duro 150 años, que se confeccionaban, ya fuera con el pelo de las personas que habían muerto por la peste (pelucacas, digo yo), con crines de caballos, con pelo de cabra, con algodón o con seda; que las pelucas podían llegar a costar cincuenta libras ¾suma importante a precios del siglo 17¾ y que, por lo tanto, se dejaban de herencia, de la misma manera que se dejan las joyas. Lo que resultó más fascinante para Bill Bryson fue saber que, quienes no podían comprarse una peluca, se peinaban el pelo de manera tal que la imitase.

Dice Bryson que las pelucas femeninas llegaron a ser tan monumentales, que se necesitaban estructuras metálicas para sostenerles la verticalidad. La razón, según explicaba, es que las más altas podían alcanzar los setenta y cinco centímetros, por lo que las mujeres tenían que poner la cabeza en una estructura de madera, para que sostuviera el peinado con la peluca. Las pelucas monumentales tuvieron su apogeo en la década de 1790, pero en ese momento ya los hombres las estaban dejando de usar.

Bryson cuenta otros detalles que se le escaparon a Huizinga, sobre los mouches, o pecas artificiales, para el cuello, la cara y los hombros, y que, en la década de 1780, “y solo para demostrar que la ridiculez creativa no conocía límites”, se puso brevemente de moda llevar cejas falsas, hechas con piel de ratón.

Recordemos que hoy se usan uñas largas, falsas, que hacen ver a las mujeres como El joven manos de tijeras; se usan pestañas postizas, también densas y extravagantes; caderas y senos descomunales y, lo que es más impresionante, cirugías plásticas en el rostro, que no devuelven la juventud, pero hacen que todas las caras terminen pareciéndose como si hubieran sido hechas en serie. Sugiero mirar las caras, rígidas e infladas, de Madonna, Mariah Carey y Melanie Griffith, sólo por poner algunos ejemplos.

Pero volvamos a las pelucas. ¡En algunos países, como Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, todavía existen las pelucas de los jueces! Es algo más que la supervivencia de un viejo uniforme, nos dice Huizinga, y en su función hay que considerarlas como bastante cercanas a las máscaras que se usan en los pueblos primitivos para danzar, pues convierten en “otro ser” a quien la lleva.

Dice Huizinga que ningún síntoma más patente de la renuncia a lo lúdico es la desaparición del elemento fantástico en la vestimenta varonil. Este historiador y filósofo se dio cuenta de que en la Revolución francesa hubo un cambio en este aspecto que es muy raro de observar en la historia de la cultura. En sus palabras: “Los pantalones largos, que en muchos países eran corrientes como traje de aldeanos, pescadores, o marineros ¾por eso lo encontramos en las figuras de la Commedia dell´Arte¾ se convierten de pronto en la moda varonil, con la cabellera revuelta que expresa el pathos de la revolución”.

A Huizinga no le tocó la moda de los jeans caídos en la cadera, mostrando la mitad de la ropa interior. Como la moda es un mecanismo para señalar la clase social, los más ricos empezaron a imitar a los más pobres con los pantalones rotos, caídos en la cadera y gastados, con la finalidad de que la clase que los seguía hacia abajo no pudiera imitarlos, ya que estarían más cerca de la clase que está más por debajo de ellos.

Los excesos no han sido una excepción en la historia humana, y tampoco en el mundo animal. Dice Huizinga que los siglos siguientes conocieron algo parecido a las pelucas, en el sentido de lo excesivo, en el uso de las crinolinas, o miriñaques, de 1860, y de las tournures, de 1880.

 

La Tournure a Suivi la Crinoline et autre Panier ou Cage. Structure d ...

 

La crinolina fue una forma de falda amplia que se ponía debajo de la ropa, usada por las mujeres acomodadas a lo largo del siglo 19. El miriñaque consistía en una estructura ligera de aros de metal que mantenía huecas las faldas de las damas, sin necesidad de utilizar para ello las múltiples capas de enaguas almidonadas, que había sido el método utilizado hasta entonces. No olvidemos: cuando aparecieron los botones, en 1650, se aplicaban como decoración en todas partes. Una reliquia de esto son los botones de adorno que se ponen en las mangas de las chaquetas.

 

 

.História da Moda.: Lingerie Histórica - Parte 4: Crinolina/Cage

 

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