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Ana Cristina Vélez: Amor, sexo e intereses encontrados

La reproducción invita a una batalla de intereses entre los sexos: padre y madre están interesados en que sea el otro progenitor quien invierta todo lo posible en los hijos. Para ambos es conveniente que sea el otro quien aporta más, de manera que cada uno pueda contar con recursos para criar otros hijos con otras parejas y así propagar más sus genes.

Las especies que hoy existen están aquí porque se desempeñaron bien en el pasado. Son el producto de ancestros que fueron exitosos, y así, hacia atrás en el tiempo. Los genes que están en un elefante, en una ostra o en un humano fueron y han sido exitosos en producir ostras, elefantes o humanos.

 

 

Biológicamente, tener éxito significa haber sobrevivido en el tiempo y haber dejado abundantes descendientes. El gen es una unidad inmortal, inmortal en el sentido de que la información que porta es replicada durante millones de años con casi total fidelidad. Y el cuerpo puede entenderse como una máquina egoísta que intenta hacer lo mejor que puede para la supervivencia de sus genes (lo ha repetido sin cansarse Richard Dawkins). Si el cuerpo que porta el gen muere antes de reproducirse no pasa a la siguiente generación. Para un macho será algo distinto de lo que será para una hembra. La mejor definición de macho es: aquellos que aportan los espermatozoides, siempre pequeños en tamaño y grandes en número. Hembras: aquellos que aportan el óvulo, pequeños en número y grandes en tamaño. Y es bueno tener presente que lo dicho es una constante tanto en el reino animal como en el vegetal.

Así que la primera estrategia que funciona en esta batalla cuyo ganador es el ADN será la siguiente: si la hembra es capaz sola de criar a los hijos, para el macho lo más conveniente es abandonarla una vez queda preñada. Si ella es abandonada, la mejor estrategia para ella es engañar a un macho, y hacerle creer que el hijo que porta es su hijo. Pero para el macho caer en la trampa es muy costoso biológicamente, la naturaleza encontrará medidas para no caer. El efecto Bruce es una de estas. Los machos de unos ratones producen una hormona que al ser olida por la hembra les produce un aborto; otra forma es la de los leones macho que matan a las crías de la leona para que esta vuelva a quedar preñada, pero de sus genes. Para el macho, una buena estrategia es la de cortejar a la hembra durante un periodo suficientemente largo antes de copular con ella, así impide que escape e impide que otros machos se acerquen, así se asegura de que no está preñada de otro pues puede ver si está receptiva y fértil. Para una hembra que fue abandonada, el efecto Bruce es positivo, pues es más conveniente criar nuevos hijos con un macho que ayude en la crianza.

Negarse a copular es un as en la manga de la hembra. Ella puede regatear con su óvulo antes de proporcionárselo a un macho. El regateo se presenta en dos formas: portarse esquiva o ser fácil. El macho, por su lado, puede optar por parecer fiel y perseverante, o ser galante y escapista.

Cuando la hembra opta por la primera estrategia, se niega a copular durante un período prolongado, en el que intenta averiguar los signos de fidelidad y perseverancia del macho. Para el macho, esta estrategia también tiene beneficio pues estará seguro de que si engendra una cría esta será suya. Si el macho invierte tiempo y recursos construyendo un nido, por ejemplo, se le estará de antemano cobrando parte de lo que tiene que invertir en la crianza. Si la hembra exige alimentación, también logrará acumular recursos para el huevo en el que ella tendrá que invertir más adelante. Pero ella no puede exagerar en sus demandas pues la naturaleza encuentra salidas más convenientes para el macho, proporcionando hembras que exijan menos y con las cuales el macho puede irse también. Dar alimentos en el período de galanteo es muy común entre distintas especies.

Las hembras fáciles copulan rápidamente con cualquiera. El macho fiel se queda, el macho galante se va de no obtener lo que desea. El macho galanteador que sabe fingir que va a ser fiel, que sabe invertir lo suficiente en el cortejo y que en realidad abandonará una vez ha dejado a la hembra preñada es también favorecido por la selección natural. En este caso, la misma selección natural debe favorecer a las hembras volviéndolas hábiles en detectar a los falsos. Pero la naturaleza encuentra cualidades intermedias: ser galanteador y ser fiel en cierta medida. O sea, estamos programados para sacar ventajas cuando se pueda. La selección natural ha mantenido el engaño a gran escala a un nivel bajo.  Los machos en los mamíferos y en las aves serán más propensos, por la biología, a marcharse, aunque hayan invertido en el cuidado parental.

Veamos cómo funciona la otra estrategia. La del macho viril, la del galante escapista. En esta, las hembras se resignan a tener ayuda del macho, pero entonces son muy selectivas en encontrar buenos genes. Cuando pasa esto, la mayoría de las hembras tienen la misma información sobre cuáles machos poseen los buenos genes, y entonces unos pocos machos dejan descendencia. La mejor estrategia para la hembra es escoger un macho muy atractivo sexualmente, para que sus hijos hereden el rasgo y a su vez lo sean, así ella garantiza tener muchas copias de su ADN.

Para un macho la consigna es copular, la palabra exceso no tiene sentido. Para la hembra, la consigna es calcular. En términos evolutivos, las hembras humanas tendemos más a la monogamia y los machos a la poligamia, tendemos más a la estrategia ser difíciles que a la de ser fáciles. En los humanos, las circunstancias culturales determinan la existencia del harem o de la monogamia seriada. La cultura es nueva y aporta al comportamiento, pero es seguro que puede verse como la punta de iceberg. Lo que hay sumergido es enorme y profundo. Los biólogos se preguntan si son las hembras las que compiten por los machos en la sociedad humana, ya que se habla todo el tiempo de la belleza de las hembras. No lo sabemos aún.

Las relaciones amorosas no son altruistas. Son egoístas desde el punto de vista del gen y necesitan ingenio. El atributo de un gen egoísta es ser rudo y ser egoísta, pues es el resultado de competir en un mundo difícil en el que los fuertes y mejor adaptados sobreviven. Como hemos visto, todo esto tiene enormes implicaciones en el comportamiento a nivel individual. La realidad no parece estar diseñada para complacer nuestros gustos.

 

 

 

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