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Ana Cristina Vélez: Bill Bryson y sus historias de médicos que han experimentado en ellos mismos

 

En el libro The Body. A Guide For Occupants (El cuerpo humano. Guía para ocupantes), de Bill Bryson, se encuentran las historias más increíbles de los descubrimientos médicos. La historia de la medicina es tan reciente, que es difícil creer que tantas cosas se sepan desde hace tan poco tiempo, y que no se supiera prácticamente nada durante toda la historia anterior de la humanidad. A todos aquellos que piensan que todo tiempo pasado fue mejor, les recomiendo este libro, que seguramente muy pronto estará en español, pues, lo que hacía la “medicina” antes del siglo 20 era, sobre todo, matar al enfermo. Curar, no, no curaba, solo agravaba la situación de la mayoría. Como ejemplo, tomemos el más común de los procedimientos: sangrar al enfermo. Ya se puede uno imaginar cómo quedaba el miserable de anémico…

Sí, hay que reconocer que las plantas medicinales tienen un cierto poder curativo, y que ha existido un gran conocimiento ancestral al respecto; pero decir que la efectividad es sustancial, o que el espectro de enfermedades que cobija es considerable, no se puede asegurar. Empezando porque la dosis apropiada es casi imposible de suministrar cuando se utilizan plantas medicinales, ya que la concentración requerida del producto químico, que se busca en la planta, varía de planta a planta, de hoja a hoja, de raíz a raíz. Aquel que se toma una infusión nunca sabrá cuánta cantidad ha ingerido del químico que necesita de la planta medicinal. Recordemos: todo puede llegar a ser veneno, dependiendo de la dosis ingerida, incluso el agua. Créanlo o no, hay gente que se ha muerto de tomar agua. En su libro The Body, Bill Bryson reporta dos famosos casos.

Bill Bryson es un escritor extraordinario, todos sus libros son divertidos, llenos de humor, interesantes o interesantísimos, colmados de investigación y de particularidades. A Bryson le gusta el chisme, así que él va a lo profundo y lo condimenta con lo superficial; mejor dicho, le pone sal y pimienta al huevo. Contaré algunas de las historias médicas más extravagantes que él cuenta en este, su más reciente libro, y añadiré una que no está, porque el investigador no era médico.

En 1929, Werner Forssmann era un joven doctor que trabajaba en un hospital cerca de Berlín. Forssmann estaba interesado en saber si usando un catéter podía llegar hasta el corazón. Sin tener idea de las consecuencias que tal procedimiento pudo haberle acarreado (un infarto), él mismo se metió un catéter en la arteria del brazo, y fue empujándolo, hasta llegar al corazón. Como no estaba seguro de haberlo logrado, caminó hasta el departamento de radiología para hacerse unos rayos X. Efectivamente, había llegado al corazón. El procedimiento se demoró mucho tiempo para ser reconocido; sin embargo, revolucionó la cirugía de corazón.

Otro loco fue el doctor John H. Gibbon, de la Universidad de Pensilvania. Su meta era diseñar un aparato con el que se pudiera oxigenar la sangre artificialmente (hacer circulación extracorpórea), para hacer cirugías de corazón abierto. Gibbon necesitaba saber qué capacidad de dilatarse o contraerse tenían los vasos sanguíneos dentro del cuerpo; así que, se metió un termómetro en el recto, y un tubo por la boca que llegara hasta el estómago. Por ese tubo vertió agua con hielo para ir midiendo cómo bajaba la temperatura dentro de su cuerpo. Después de muchos baldados de agua helada, Gibbon inventó la primera máquina cardiopulmonar. La misma que usó para cerrar un hueco en el corazón de una mujer de 18 años, durante una cirugía con circulación extracorpórea total, que alargó la vida de la joven treinta años.

En 1889, Charles Édouard Brown Séquard hizo un experimento, estando en París, que le aseguró la fama: trituró testículos de perros y cerdos, y se inyectó el extracto, para luego reportar que se sintió lleno de vigor sexual. Hoy se sabe con certeza que su sensación fue por completo sicológica, pues los testículos de los mamíferos casi no tienen testosterona, ya que cuando la producen la envían por el torrente sanguíneo instantáneamente. Si bien estaba equivocado sobre los efectos rejuvenecedores de la testosterona, estaba en lo cierto respecto a lo potente que es.

En 1882, Stewart Halsted operó de la vesícula biliar a su propia madre, en la mesa de la cocina de su casa cuando todavía nadie sabía si se podía vivir sin vesícula biliar, y sin haber practicado jamás esa cirugía. La ironía fue que Halsted murió cuarenta años después de la misma cirugía, cuando ya era una práctica médica común.

Es bien conocida la historia de la aguja que Isaac Newton se clavó en el ojo para hacer un experimento. Dejó escrito cómo lo hizo, cómo introdujo una aguja capotera por la parte trasera del ojo, mientras con la otra mano lo presionaba para conocer la naturaleza de la percepción de la luz.

El amor por la verdad y la ciencia puede ser un amor desenfrenado, que es mejor no sufrir, pero que debemos agradecer a quienes lo padecen.

 

 

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