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Ana Cristina Vélez: David, David Foster Wallace, Foster Wallace

 

 

Hace muchos años le oí a decir a una joven mujer, que había acabado de conocer a un hombre, que este no le gustaba y sin embargo sabía que sería su marido (un juicio inmediato). Y así fue. Parece absurdo; sin embargo, es perfectamente posible, pues el amor surge a pesar de uno mismo. El amor es caprichoso y visceral. Blas Pascal lo afirmó con gracia: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Todo esto para decir que la obra de David Foster Wallace produce algo similar a lo que sintió esta chica. En la cultura americana, Foster Wallace es un ícono. De estar vivo tendría 63 años. Desafortunadamente se suicidó a los 46, pero sigue siendo influyente y divisivo en el panorama literario.

La literatura de Foster Wallace es apasionante y tediosa, chocante y fascinante, irritante, seductora y sorprendente; supera la capacidad de autorreflexión, supera las expectativas, supera todos los aspectos que uno intente analizar. Se empieza a leerlo y la atención queda capturada de inmediato. Luego llegan momentos en los que sus oraciones largas y complejas y las repeticiones con variaciones sobre los temas que trata se hacen presentes y el lector no sabe si seguir o abandonar. Bueno, no solamente, además el lector tiene que interrumpir la lectura incontables veces para leer las notas al final de sus libros, de todos sus libros, sean novelas, cuentos o  artículos. Estas notas son profusas y ocupan casi una tercera parte del total de lo escrito, y no sobran.

Independientemente de los momentos de tedio a los que necesariamente se enfrenta el lector, pues la mente de Foster Wallace es obsesivo-compulsiva, este continúa con el deseo de leerlo más y más, hasta agotarlo, porque Wallace produce adicción; además, parece inagotable, ya que no solo escribió mucho en su corta carrera, sino que demanda releerlo. Foster Wallace ejerce sobre el lector una especie de atracción fatal.

Foster Wallace es conocido por un estilo que los literatos llaman “maximalista”. Como se dijo atrás, utiliza oraciones largas y complejas y muchísimas notas o pies de página. Amaba las palabras, amaba los diccionarios, y tiene ensayos que tratan sobre los distintos diccionarios y su valor. En su libro, En cuerpo y en lo otro, hace un diccionario pequeño con palabras que le fascinan. Usa un vocabulario amplio e incorpora jerga de filosofía, matemáticas y de la cultura popular. Sus frases son largas porque parece que trata de copiar el flujo del pensamiento.

Algo que el lector percibe en sus libros es que detrás de lo escrito hay una mente inteligente, muy cultivada intelectualmente y refinadísima literariamente, con una asombrosa capacidad de observación de la sicología humana, de lo visible, de lo audible, de lo táctil y de los pensamientos profundos y sus formas de permear el comportamiento. Sin duda fue una persona con una gran empatía incluso por los animales. Después de leer Hablemos de langostas uno queda traumatizado.

Con su gran capacidad de observación y su humor negro, Wallace critica la cultura estadounidense en su obsceno consumismo, en su adicción por el entretenimiento, en su intolerancia ante las pequeñas dificultades de cada día, en su enorme soledad y aburrimiento. En el ensayo Esto es agua se nota con claridad la concepción que él tiene del mundo americano.

Muchos escritores y muy buenos escriben la misma novela toda la vida, la misma con variaciones. Es el caso de Javier Marías, no el de Foster Wallace. Uno de los aspectos que más sorprende de su obra es precisamente lo opuesto, la riqueza temática y la profundidad a la que llega en cada tema. En la novela El rey pálido hay una conversación entre un contador y una contadora que son colegas. Uno de ellos es un tipo indiferente al sexo femenino, la otra es una mujer seductora que le cuenta al tipo la historia de cómo se consiguió a su marido en un centro siquiátrico donde estaba recluida. Es algo realmente pasmoso por los detalles y la perfección con la que trasmite esa comunicación entre dos sicologías muy distintas. En ese mismo libro hay un profesor que dicta un curso de contabilidad. El profesor posee el talento natural de la autoridad, de dominar al grupo y hacerse respetar a pesar de la jartera de curso que dicta. Son dos o tres páginas magistrales. Foster Wallace dice, en una entrevista, que la literatura tiene la capacidad de conectar dos mentes. Eso pasa con la lectura de sus libros, se tiene la sensación de estar unida a él íntimamente.

A Foster Wallace le encantan los temas complejos e incómodos, como el de sentirse distinto, tener algún complejo, la adicción, la depresión, la búsqueda de significado en una cultura prepotente, la dificultad en la comunicación con los otros. Su honestidad es brutal. No tiene piedad consigo mismo, nunca habla mal de él para quedar bien, como hacen muchos escritores. No escribe para curarse, ni para dar vueltas sobre sí mismo; escribe para explorar la realidad con todas con sus maravillas y horrores. Escribe como para descansar o deshacerse de los borbotones de palabras e ideas que produce su mente.

Su novela más famosa es La broma infinita, escrita en 1996. Es una novela muy larga, densa y, dicen los amigos y expertos, que le sobran 300 páginas. Tiene más de mil páginas y más de 300 notas al final. Fue catalogada por la revista Time como una de las cien mejores novelas en inglés en el siglo veinte.

 

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