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Ana Cristina Vélez: El secreto de la belleza en la naturaleza

La belleza es una experiencia que muchos cerebros de distintas especies pueden experimentar, es parecida a la del amor. En los humanos es sicológica, emocional y filosófica, y muchas veces la proporcionan los sentidos. Puede ser visual, táctil, olfativa, auditiva, pero también, puramente intelectual. La experiencia de la belleza, la atracción y el placer que derivamos de esta, ocurre en nuestros cerebros cuando juzgamos un conjunto de componentes inherentes a un objeto real o virtual, y en un entorno o contexto específico.

La belleza es de muchísima utilidad en la naturaleza, pues es la característica más conspicua con la cual dos organismos se “comunican” para beneficiarse el uno del otro. Veamos un ejemplo. Por puro azar y sin necesidad de ninguna intervención divina ni humana, pero sí por causa de ese mecanismo prodigioso llamado evolución, las flores aparecieron hace 150 millones de años. Para reproducirse, las plantas necesitaban el viento y el agua para que llevaran el polen a otras plantas distantes, pero en algún momento de la historia, los insectos se empezaron a alimentar de su néctar. Se movieron, como hoy, de flor en flor, de planta en planta, untándolas del polen que se adhería a sus cuerpos, sin que lo advirtieran.

Como ellos resultan ser un vehículo muy eficaz de fertilización, las plantas que más se reproducen son aquellas que por accidente tienen alguna característica atractiva para los insectos (colores vistosos, olores exquisitos, formas parecidas a las de insectos: una orquídea imita en su forma y olor a las abejas hembras). Los polinizadores que saben oler, ver o percibir esas plantas más ricas en néctar, también se benefician; y así, polinizadores y flores se van trasformando lentamente: unos para sentirse atraídos y las otras para atraer, todo esto por el dulce azar y la selección natural.

Las flores son bellas y no solo para los insectos y las aves, para nosotros también. Con un conjunto de características trasmiten una información subliminal, que los beneficiados no tienen que “entender” sino obedecer, pues simplemente los atraen. Y lo mismo pasa con las frutas: para ser comidas, ellas “llaman la atención”. Sus colores contrastan contra el fondo (el rojo o el amarillo, contra el verde de las hojas), y si no lo hacen por medio del color, lo hacen por medio del aroma (recordemos el penetrante olor de la guayaba).

Los científicos discuten el origen de la belleza, es todavía un secreto. Para Darwin, los adornos evolucionaron a través de un mecanismo distinto del de la selección natural, el de la selección sexual, para inspirar emociones de deseo y apego en el observador del sexo contrario. Casi siempre las hembras eligen a los machos más lindos, más bellos y más sexis, de acuerdo con sus parámetros de belleza, y los machos se van seleccionando de acuerdo con estos estándares, ya que aquellos que no los poseen, o los poseen en menor medida, los no atractivos, no dejan descendientes, o dejan muy pocos.

¿Cómo es el mecanismo? Richard Prum, que da la razón a Darwin, nos da un ejemplo con las aves. Según él, son los animales más bellos y adornados que existen. Prum nos propone que imaginemos una población de aves con una variación genética para un rasgo concreto: colas largas o colas cortas. Las hembras que prefieren machos con colas largas encontrarán parejas con esas colas más largas. Del mismo modo, las hembras que prefieren los machos con colas más cortas, encontrarán parejas con colas más cortas. La acción de elección de pareja hace que la variación en los genes de los rasgos de los machos y las preferencias de las hembras se dejen de encontrar aleatoriamente en la población. Lo que empieza a ocurrir es que la mayoría de los individuos pronto portarán genes para rasgos y preferencias correlacionados; es decir, genes para colas largas y preferencias para colas largas, o genes para colas cortas y preferencias para colas cortas. Al mismo tiempo, habrá cada vez menos individuos que porten genes para colas cortas y preferencias para colas largas, o viceversa. La misma acción de elección de pareja concentrará la variación genética para el rasgo y la preferencia en combinaciones correlacionadas.

Prum cree que la belleza no es un código que contiene factores de utilidad. Cuando la belleza es “útil” para la supervivencia se vuelve deseable porque en últimas está garantizando que hay otras cualidades escondidas, como el vigor, la capacidad de tener buena salud o la posesión de buenos genes, inteligencia y habilidades de supervivencia. Y al escoger un compañero bello se está garantizando un aumento en la probabilidad de supervivencia de los hijos.

Hace más de treinta años que los biólogos están tratando de encontrar esta correlación secreta entre belleza y buenos genes. La verdad es que es incierta; unos pocos estudios con ranas, peces y aves han mostrado que las hembras que eligen a los machos más atractivos suelen tener hijos con sistemas inmunitarios más robustos y una mayor probabilidad de supervivencia. Pero no hay consenso.

Los biólogos evolucionistas estadounidenses Russell Lande y Mark Kirkpatrick apoyan a Prum. Usando algoritmos matemáticos han encontrado que es posible que los adornos en la naturaleza puedan ser puramente arbitrarios, esto quiere decir que no tienen otro propósito más que el de atraer sexualmente, que la belleza no es indicadora de salud o vigor.

Otros biólogos creen que Prum no ha terminado de explicar el fenómeno. Si bien, Prum dice que el gusto estético es accidental y arbitrario, queda por explicar el por qué existen las preferencias que encontramos en cada especie. Un ave con hermosas plumas amarillas y anaranjadas no necesariamente cuenta con otras ventajas adicionales a ser bella que la hagan más apta para la supervivencia, pero si se quiere explicar por qué es atractiva para las hembras de su especie, hay que tener en cuenta la historia de la evolución neurológica de su especie y las condiciones del nicho en el cual ha evolucionado. Ya que esas preferencias tienen que ser el resultado de una larga historia que adaptó el cerebro y los órganos de los sentidos a unas condiciones ambientales específicas. Por ejemplo, para los seres humanos no tendría sentido que el color del pelo reflejara la luz ultravioleta, pues no la percibimos, ni tendría sentido poder cantar en frecuencias que no oímos. La belleza puede no trasmitir información práctica sobre la salud, la fortaleza o la inteligencia, pero los rasgos atractivos no pueden ser arbitrarios, dicen algunos biólogos contradiciendo a Prum, como Michael Ryan. El entorno constriñe las adaptaciones de los seres que viven en él, determina los canales y las formas como estos seres experimentan la realidad, y al mismo tiempo, incide en la forma como se generan las preferencias, y qué tipo de preferencias.

En la apreciación de la belleza entran factores inesperados. El científico Eckart Voland cree que en experimentar la belleza y la fealdad influyen factores como la rareza, la escasez, la dificultad y el costo. En muchos experimentos se ha visto que para las aves lo que es escaso es valioso y atractivo, como lo es para los humanos también; así que en la apreciación de la belleza, factores contingentes y externos influyen en el juicio, apreciación y experiencia de esta. La experiencia no es un asunto absoluto, es relativo, y ese relativo tiene que ver con la posibilidad de tener experiencias similares, con el contraste, con la situación o con la improbabilidad de tener una determinada experiencia.

La belleza, piensan hoy muchos científicos, es producto de muchos factores, de la mezcla de muchos mecanismos distintos. Es un proceso de muchas capas y con muchas variables. La anatomía, la fisiología y los mecanismos de percepción de cada especie crean la forma como se percibe, aprecia y siente la belleza, y seguro en algunas especies será de utilidad práctica y en otras un asunto loco, arbitrario y superficial, pero sin duda, dramáticamente definitivo.

 

 

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