Ana Cristina Vélez: Intercambio de reinas
Cedo la palabra a Catalina López Arango
La película cuenta, con las pinceladas propias de un artista de la época, un incidente que ocurrió entre Francia y España en el siglo XVIII; un incidente que además de ser casi desconocido, es poco o nada determinante en el resultado final de la historia, insignificante. Este breve período no pasa de ser un apunte al pie la página… Si no fuera por esta maravillosa película. Después de tres años de guerra entre Francia y España, el regente de Francia decide unir en matrimonio a su hija de doce años con el heredero del trono español, y casar a Luis XV, futuro heredero de su trono, con la infanta de España, Mariana Victoria, una niña de cuatro años, todo con el fin mantener la paz entre los dos reinos.
Tengo todavía impresa en mi retina las imágenes bellas y memorables que el director logra crear con la cámara al acercarla a los ojos de cada uno de los cuatro adolescentes protagonistas. Con esta técnica, las emociones se convierten en un mensaje contundente. El close up, intimidante e invasor, descifra tanto lo que se dice como lo que no se dice, lo que se sabe y lo que se intuye, lo que se ansía, lo que se repele, pero además y, principalmente, lo que se teme se vuelva realidad. Sus miradas son claves para entender la madurez con la cual cada uno de ellos acepta el destino que otros eligen.
Hay muchas cosas para comentar de la película. Uno quisiera tener un control remoto para detener cada escena y contemplarla, como se contempla una obra de arte; para recrearse en la luminosidad o la tenebrosidad de la ambientación, en la suntuosidad de los castillos, en la textura aterciopelada de las telas, en la incandescencia de los adornos, en la extravagancia de las pelucas o en la afectación y delicadeza de los zapatos… Todo se plasma con tanta exactitud, que uno olvida que está viendo una película.
Hay escenas memorables, como la del discurso apasionado y trágico del rey Felipe a un Cristo indiferentemente inmóvil ante tanta teatralidad; o escenas como la conversación que tiene la joven pareja después de un incipiente acto de rebeldía por parte del delfín, que marca un antes y un después en la vida de los recién casados. También es maravillosa, aunque demasiado corta, la actuación de la reina madre que queda prendada de la calidez, la ingenuidad y la alegría con la que la futura reina-niña encara su destino. Ella, que con apenas cuatro años de existencia parece entenderlo y abarcarlo todo con sus inmensos y vivaces ojos azules. Eso fue lo que más me sorprendió de la película. Me hechizó la profundidad, tanto como la expresividad y la transparencia de la mirada de Mariana Victoria de Borbón… ¡Ahí hay actriz para rato!
El papel extraordinario que realizan los dos jóvenes actores masculinos es destacable también. Hay diferencias clarísimas entre ellos; y, a la vez, similitudes: ambos atrapados en las redes invisibles de una telaraña que los inmoviliza y les aniquila toda fuerza y voluntad, volviéndoles apenas unos títeres sin vida en las manos de otros actores más experimentados y calculadores. Sin embargo, también hay diferencias. Mientras el francés es un rey-anciano encarnado en el cuerpo de un niño de catorce años, el español es un rey adolescente de quince años a quien su padre no permite crecer y madurar.
Ambos son temerosos y se paralizan ante los acontecimientos. El francés no actúa por miedo a las constantes muertes que lo rodean, a la ausencia peligrosamente sospechosa de sus familiares. Y al español lo inmoviliza la presencia, el ímpetu y la personalidad de un padre excéntrico, caprichoso e inestable. El uno mira los acontecimientos que lo rodean con indiferencia y aburrimiento, con la calma y la mesura de quien todo lo sabe, porque todo lo ha vivido, sobretodo, la muerte. El otro desea alcanzar fervientemente lo que se le niega, desea vivir intensamente el amor, y obtiene demasiado pronto aquello para lo que todavía no está preparado.
El francés se despide para siempre de sus familiares y allegados sin ninguna emoción, aunque por dentro se siente atemorizado y perdido. El otro sufre un profundo remezón con la llegada de un huracán a la Corte, un ventarrón irreverente y desdeñoso con forma de mujer. Y por último, está la adolescente, futura reina, la que vive con desparpajo, sin medir consecuencias, creyéndose que todo lo tiene figurado, que todo lo ha descifrado, que nada la afecta, porque así lo ha decidido. Ella vive orgullosa, altiva, intocable, impenetrable, dejándose odiar o adorar, sabiendo que despierta grandes pasiones, que el joven rey la idolatra, que se está quemando en ese ardor que no logra consumar.
Intercambio de reinas es una película con una banda sonora sublime, un reparto perfecto y una historia inolvidable; es una historia verdadera, con un final sorprendente.