Ana Cristina Vélez: Pequeño discurso para una boda
Para el matrimonio de mi hija me pidieron que diera un pequeño discurso. Me negué, porque me puse a pensar sobre el tema del matrimonio y sentí que mi discurso no sería propiamente optimista.
El éxito o fracaso de un matrimonio depende de tantas variables que no hay consejo que valga; además, estamos condenamos a ser lo que somos, así que, si las cosas funcionan por suerte, la sociedad conyugal se mantiene; de lo contrario, fracasa. Como nadie puede garantizar una feliz convivencia, un interés que dure muchos años, una paciencia que desborde lo común o que la pasión perdure, entonces, mejor que decir todo esto, que es ciertamente desalentador, prefiero escribirlo como un ejercicio intelectual.
No deja de sorprenderme que solo el 50 por ciento de las parejas se separen (claro, las del mundo en el cual las mujeres han ganado la libertad de separarse). Me pregunto el por qué, y no sé responder. La naturaleza humana no parece haber evolucionado para tener una convivencia larga. Dentro de las especies parecemos ser animales cuya relación se denomina de “monogamia seriada”; o sea, nos gusta la monogamia, pero no con el mismo o la misma, ni para siempre. El dimorfismo sexual humano muestra que el macho humano domina a la hembra, que un macho buscará aparearse con muchas hembras siempre que pueda y que, aunque una hembra puede aparearse con muchos machos, enfrentará restricciones impuestas por el macho, que prevendrán que esto ocurra.
Los testículos del macho humano son de tamaño intermedio en comparación con los de otros simios; se encuentran entre los del gorila (muy pequeños) y los del chimpancé (muy grandes). Los testículos muy pequeños muestran que hay dominancia absoluta de un solo macho sobre los otros y que hay fidelidad de las hembras. Son pequeños, porque los espermatozoides no tienen que competir en número con los de otros machos. En cambio, los testículos grandes, como los del chimpancé, lo son porque sus portadores sí tienen que competir con el esperma de otros machos. Esto indica que las hembras no son fieles y que se aparean al mismo tiempo con muchos otros chimpancés. De aquí se puede deducir que ni machos ni hembras de la especie humana somos completamente fieles por naturaleza.
Somos complejos. Por tanto, estudiar la naturaleza del hombre ayuda a entenderla, pero no a abarcar sus variadas posibilidades. El matrimonio es un invento cultural y democrático ideado por los machos para organizar la sociedad e impedir que un solo macho alfa sea el dueño y señor de todas las hembras y el padre de todos los infantes; es una manera de asegurarle a cada macho, aunque sea una hembra, y así evitar entre machos la competencia a muerte, la violencia y el desorden social cada vez que se quieran aparear. Esto no quiere decir que eso sea lo que el macho quiere en el fondo de su ser.
La naturaleza humana intercalada con la cultura crea situaciones muy variadas para la unión y procreación de la pareja. Para convencer a los fieles de la importancia del asunto de quedar casado en unos cuantos minutos, hay que darles a esos pocos minutos un carácter pomposamente sagrado, visible y costoso, ya que si lo hiciéramos de forma invisible, barata y profana podríamos no quedar convencidos ni tomárnoslo lo suficientemente en serio. Por eso la gente hace fiestas con tantas personas como les sea posible, para que sean testigos del evento y certifiquen los invisibles lazos de una unión que no puede ser algo más que simbólico.
En últimas, el amor, la más divina de las emociones, la que propicia la generosidad, es la más estratégica de las emociones, la más egoísta, pues su fin es mantener vivo el ADN propio, el del individuo.
Por lo pronto, ¡salud!, por el comienzo de un camino que será dulce y agrio al mismo tiempo.