Ana Cristina Vélez: Perfumes y la atracción
No son mis espinas las que me defienden, dice la rosa, es mi perfume
Paul Claudel
Los perfumes son tan antiguos como el hombre, porque en la historia de la cultura hemos buscado con frenesí oler bien. Nos gusta atraer por medio del olfato, del oído, de la vista y del tacto. He oído a un hombre decir que se había casado con su mujer porque le olía a ropita recién planchada. He oído a otro hombre decir que el sexo de su mujer olía a vainilla dulce. He oído a mujeres decir que escogieron a su pareja porque les olía delicioso.
Adoramos el olor de las rosas, del jazmín, de la lavanda, el olor de los naranjos en flor, de la mimosa, el olor del pino, del eucalipto, de la canela, de la mirra. No dejan de producirnos placer esos olores. Cada vez que uno los siente, lo emociona su delicia. Para adorar a los dioses hemos utilizado perfumes, hemos quemado materiales que sueltan buenos olores. De hecho, la palabra perfume, según Wikipedia, proviene del latín per “por” y fumare “a través del humo”. Y con esto se hacía referencia a la sustancia aromática que desprendía un humo fragante al ser quemada. Cuentan que la hermana de Lázaro ungió los pies de Jesús con perfume, que los tres Reyes Magos llevaron incienso y mirra de regalos al pesebre.
En nuestro transitar por la tierra hemos recogido las hojas, los tallos y las flores que nos huelen delicioso, y las hemos puesto cerca o nos las hemos frotamos en el pelo y en la piel para oler bien. En incontables películas ha visto uno la escena del lecho cubierto con pétalos de rosas para la primera noche de amor. Supone uno que para perfumar el ambiente. Algunos animales producen su propio perfume, que los biólogos llaman feromonas, pero los humanos, no. Y al parecer, el famoso experimento de las camisetas sudadas no es verdad. En términos científicos: no da respuestas consistentes al ser reproducido. Los animales anuncian cualidades y estados fisiológicos a través del olor. Las plantas hacen lo mismo: atraen y repelen por medio del perfume, atraen polinizadores y repelen predadores.
La mayoría de los perfumes, por peso, cuestan más que la plata. Porque son un lujo que casi todas las personas desean, hombres y mujeres. Existen perfumes que cuestan mucho más que el oro (una onza de oro vale hoy 1.470 dólares). Miremos unos ejemplos: Clive Christian N°1, 12.725 dólares la onza, Baccarat Les Larmes Sacrees De Thebes, 6.800 dólares la onza, Chanel N°5, 4.200 dólares la onza. Pero como ocurre con casi todos los lujos, estos no se ofrecen para satisfacer el placer de los sentidos, sino para complacer el deseo de superioridad y el sentido de la exclusividad. He oído a muchos hombres decir que el perfume Ángel, de Terry Muglier, es uno de los perfumes más sexys que una mujer puede usar.
Tenemos miedo de repeler, de ser como esas plantas malolientes, que emanan olores putrefactos y solo atraen las moscas, pues no hay desilusión más grande que conocer a una persona que nos atrae, y al acercarnos, descubrir que su olor nos disgusta. Cuando sus pies huelen a pecueca, o el aliento, a fauces de dragón de Komodo, o las axilas, a mofeta, corremos con más miedo que las gacelas del guepardo.
Asearnos, bañarnos o lavarnos los dientes para estar limpios son actividades relacionadas con la cultura. Dicen que Enrique IV de Francia nunca se bañó y no se perfumaba, que estar a su lado hacía vomitar a algunos. Aseguran que Mao Tse Tung nunca se lavó los dientes, y estos lucían verdes. Enrique VIII tenía una infección en una pierna que supuraba y hedía. El físico premio Nobel Murray Gell-Mann, en una de sus entrevistas, le cae al atractivo físico Richard Feynman, porque este alegaba que la seda dental no servía para nada y porque dizque tampoco era muy asiduo a lavarse los dientes. He oído decir que muchos santos no se bañaban para evitar tocar el cuerpo y porque este acto podía ser un acto vanidoso, pero se me ocurre que en realidad era una manera de santificar a los creyentes que se arrimaban.
¿Escogemos a las parejas por su olor? No sabemos hasta qué punto, pero sí sabemos que los olores de su cuerpo influyen en nuestra decisión.