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Ana Cristina Vélez: Por qué, cómo y cuándo coquetear

Este es un video que aparece en YouTube, en la serie: Escuela de vida. No está en español, es bonito y vale la pena discutir y pensar en las ideas que se exponen en él. Las imágenes de la animación son hermosas. Aquí va el contenido en español. Flirtear es un anglicismo, en español usamos más la palabra coquetear.

 

 

 

Coquetear tiene un mal nombre. A menudo parece como una forma de duplicidad, un intento astuto de excitar a otra persona y derivar gratificación de su interés, sin ningún deseo de corresponderle yéndose a la cama con ella. Parece una forma manipuladora de prometer afecto sexual, que en últimas abandona sus metas confundida y humillada. En nuestra tristeza, la de regreso a casa, solos, después de estar en un club nocturno o en una fiesta, podemos criticar el coqueteo por «sólo» coquetear, cuando parecía que había mucho más.

Este tipo de patrón representa solo una posibilidad poco edificante y lamentable frente al coqueteo. En el mejor de los casos, el coqueteo puede ser un proceso social vital que generosamente nos brinda tranquilidad y redistribuye libremente confianza y autoestima. La tarea no es dejar de coquetear, sino aprender sus versiones más honorables. Un buen coqueteo es, en esencia, el intento, impulsado por la bondad y la emoción imaginativa, de inspirar a otra persona a creer más firmemente en su propio atractivo, tanto físico como sicológico. Es un regalo que se ofrece, no para manipular, sino por el placer de percibir qué cosa son más atractivas en las otras personas.

En el camino, el buen coqueteo debe convencer cuidadosamente de tres cosas aparentemente contradictorias: de que al otro le encantaría acostarse con nosotros, de que no dormirá con nosotros y de que la razón de esto no tiene que ver con ninguna deficiencia por parte nuestra.

Un buen coqueteo explota, sin malas intenciones, una verdad importante sobre el sexo. A menudo, lo que es más placentero del sexo no es el proceso físico en sí, sino más bien la idea de esa aceptación que sustenta el acto. La noción de que le gustamos al otro lo suficiente como para que nos haya aceptado en nuestro estado más crudo y vulnerable, y de que está dispuesto a perder el control y renunciar por nosotros a aspectos de su dignidad cotidiana. Esta idea aporta la mayor parte a nuestro placer, mucho más que el hábil toque de la piel o el desvestir a alguien por primera vez, o escuchar su pedido de que lo llamemos con las palabras más soeces que conocemos.

El buen coqueteador lo sabe y, por lo tanto, evita la sensación de culpabilidad que le da el no estar en las condiciones ideales de ofrecer a su amante algo valioso. El buen coqueteador está sabiamente convencido de que es eminentemente posible —simplemente sobre una mesa o en la cocina del lugar de trabajo— brindar a la otra persona los aspectos más maravillosos del sexo en sí, simplemente, a través del lenguaje. El buen coqueteador también es un experto en enmarcar correctamente el hecho de que no habrá sexo y que lo hará por medio de una profundamente arraigada peculiaridad de la mente humana. Por lo general, es difícil para uno escuchar la noticia de que no habrá sexo sin llegar de inmediato a la conclusión abrumadora y aplastante de que se debe a que el seductor de repente nos ha encontrado profunda y absolutamente repulsivos.

Un coqueteo adecuado nos libera de narrativas tan punitivas, pues apela poderosamente a algunas de las muchas razones genuinas por las que dos personas pueden no tener relaciones sexuales, y no tiene nada que ver con que una persona encuentre repugnante a la otra. Las razones pueden ser, por ejemplo, que una o ambas partes ya tienen pareja, o que exista una diferencia de edad excesiva, o halla  incompatibilidad de género, o que alguno de los dos ocupa un cargo que lo inhabilita, o se encuentra en una situación familiar difícil, o por algo más simple, como falta de tiempo. Liberados de la oposición rígida y contundente de que el coqueteo tiene que ser el preludio del sexo real, el buen coqueteo puede insinuar ingeniosamente cuán diferentes podrían haber sido las cosas si el mundo hubiera estado organizado de manera más ideal. Y el destinatario del coqueteo puede así, con igual gracia, gozar de la historia, sin necesidad de retorcerse en sí mismo lleno de animadversión.

Todos necesitamos que nos recuerden de eso que tenemos de tolerable y de excitante. El insistir en que tal despertar sólo podría justificarse mediante el coito real es recortar las posibilidades innecesariamente. Entendido correctamente, el coqueteo puede ocurrir de manera exitosa a través de los abismos más grandes: los abismos de creencias políticas, sociales, económicas, de estado civil, de inclinación sexual y (con obvias salvedades) de edad.

El abogado corporativo de 26 años y el hombre de 52 años detrás del mostrador de la tienda de la esquina pueden coquetear; también, la señora del aseo con el director ejecutivo. Es tanto más conmovedor cuando lo hacen, porque señalan nuestra disposición a usar la imaginación para encontrar lo más atractivo que tiene la otra persona, y más aún, si esta se encuentra realmente lejos de nuestros propios puntos de referencia. La pregunta de qué tiene el otro, que lo considero sexualmente encantador, será la pregunta más íntima, más interesante y necesaria que uno se puede formular.

El coqueteo importa debido a la poca frecuencia con que la mayoría de nosotros llegamos a sentirnos deseables. Por lo general, aprendemos a través de una rica secuencia de rechazos y mediante una modestia inteligente, a vernos lejos de ser ideales. Esta imagen no es inexacta, pero tampoco es del todo cierta. Por eso, el buen coqueteo lleva a cabo una importante misión psicológica: la de devolver el equilibrio a nuestra visión de nosotros mismos. Nos recuerda que, a pesar de todas nuestras fallas de carácter y debilidades corporales, de hecho, en cierto modo, somos apropiadamente atractivos y estamos en una situación mejor de la que creemos. Quizá podamos ser personas suficientemente interesantes como para que otros quieran pasar una noche con nosotros.

El coqueteo proporciona un antídoto para una enfermedad característica de la madurez: una visión demasiado negativa de nosotros mismos. El buen coqueteo hace un trabajo social de crucial importancia. Entiende que ser reconocidos como eróticamente atractivos es enormemente beneficioso y crucial para hacernos más pacientes, más generosos, más enérgicos y más contentos.

Es una tragedia silenciosa que a menudo se espere que esta necesidad tan trascendental atraviese la puerta desesperadamente estrecha del sexo. Hacer un buen coqueteo es tratar, de una manera sabia, de darle al respaldo erótico (con todos los beneficios que esto trae) una mayor oportunidad en la vida. Liberándolo de la pequeña y difícil ventana de oportunidad que brinda la necesidad real de hacer el amor. El buen coqueteo es pionero en una ciencia democrática crucial: la de intentar identificar correctamente el atractivo de una manera que sirva a la mayoría, en lugar de a unos pocos. No solo deberíamos estar agradecidos con los buenos coqueteos, sino que deberíamos tratar de convertirnos en buenos coquetos nosotros mismos.

 

 

 

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