Ana Cristina Vélez: Todo por la ciencia
Continúo contando algunas de las historias que aparecen en el libro de Bill Bryson: El cuerpo humano. Guía para ocupantes. Hace un tiempo pasaban por televisión una serie que se llamaba Todo por la plata. Allí mostraban las locuras que las personas eran capaces de hacer cuando se les ofrecía más dinero del que imaginaban que es justo por hacer un determinado acto (comerse una cucaracha viva, por ejemplo). Bueno, digamos que en el mundo de la ciencia ocurre lo mismo, pero por distintos motivos. ¿Qué busca el científico? Las respuestas pueden ser tan variadas como variados somos los seres humanos. El caso es que hay mucho loco que ha dado su vida por la ciencia.
Infección por equistosomiasis
El parasitólogo alemán, llamado el padre de la medicina tropical, Theodor Bilharz (1825-62) fue uno de esos personajes capaces de poner su vida en riesgo para ver qué pasaba si… Para entender bien la horrible equistosomiasis, Bilharz se infectó a propósito para estudiar lo que ocurría a medida que el gusano llegaba hasta su hígado. En efecto, se enfermó seriamente, pero sobrevivió hasta el siguiente experimento. La equistosomiasis es una infección parasitaria crónica, causada por gusanos. Cuando el agua potable se contamina con la orina o las heces de un animal o un humano infectado, el parásito penetra la piel humana, ingresa al torrente sanguíneo y migra hacia el hígado, los intestinos y otros órganos. Los síntomas de la enfermedad incluyen sarpullido, fiebre, tos, y dolores de cabeza, de vientre, de articulaciones y musculares. A los 37 años de edad, Bilharz se fue para el Cairo a estudiar muy de cerca el tifo, ya que había una gran epidemia allí. Así fue como el padre de la medicina tropical contrajo la enfermedad y murió.
El americano Jesse Lazear (1866-1900) viajó a Cuba para probar que la fiebre amarilla era trasmitida por zancudos. Los zancudos lo picaron y se murió ardiendo de fiebre.
El médico Stanislaus von Prowazek (1875-1915) buscó personalmente el agente trasmisor del tifo, y lo encontró, o digamos que el agente trasmisor lo encontró a él, y lo mató. Bryson dice que entre los patólogos y los parasitólogos se encuentran la mayor cantidad de mártires de la medicina.
Stanislaus von Prowazek
El doctor Emil H. Grubbe (1875- 1960) estaba convencido de que utilizando radiación se podía curar el cáncer, al menos algunos cánceres. Mató a muchos pacientes, pues en esos tiempos no se conocían las dosis adecuadas. Él mismo terminó la vida con el rostro desfigurado por las cirugías para remover los tumores que le fueron saliendo. Se le practicaron más de cien cirugías y amputaciones, debido a los efectos de la radiación.
Estos dos médicos y hermanos, John y Ernest Lawrence, acababan de inventar el ciclotrón, un acelerador y emisor de protones muy potente, con el cual pensaban tratar a los pacientes con cáncer, cuando su propia madre se enfermó de cáncer de estómago. La sometieron a radiación, por amor a la ciencia, sin siquiera conocer las consecuencias que el ciclotrón podría traerle a la señora Gunda Lawrence, a quién le quedaban tres meses de vida, según los expertos. Los hijos recuerdan el episodio con espanto. Fue tan horrible el procedimiento, que la señora, gritando de dolor, pedía que la dejaran morir. Las cosas salieron bien: el cáncer desapareció, y la señora vivió 22 años más.
Uno no puede dejar de preguntarse qué haría uno en tales circunstancias: si se es capaz de soportar un dolor prolongado con tal de vivir, o si uno escogería la muerte como salida. ¿Cómo medir el dolor?, ¿cómo medir el tamaño de la tortura, el costo y el beneficio?
En 1810 no existía la anestesia. Al mártir se le sedaba, mal sedado, pero no se le podía suprimir el dolor, pues no se sabía cómo. A la novelista inglesa Fanny Burney se le hizo una mastectomía a sangre fría. El procedimiento para amputar el seno y sacar el tumor duró 17.5 minutos. Un famoso cirujano, el francés Antoine Dubois, llegó a su casa con seis ayudantes, le tapó la cara con un pañuelo, y con una cuchilla y movimientos circulares cercenó el seno, llevándose venas, mama, tendones, tumor y músculo. Fanny Burney gritaba de dolor. Para agravar las cosas, Dubois tuvo que reiniciar la operación cuando se dio cuenta de que el tumor estaba adherido al hueso. Raspó el hueso con un cuchillo. Gracias a la cirugía, Burney vivió 29 años más. Fanny Burney le escribió una carta a su hermana contándole la experiencia. Aquí, en el siguiente enlace, están las fotografías de la carta:
Cartas