Ana Cristina Vélez – Una breve historia del concepto de belleza
La belleza es la clave. La belleza nos ayuda a escoger sin pensar y mejora nuestro bienestar general. Es una característica objetiva y subjetiva. Los objetos que la poseen, la poseen de una cierta manera para nosotros los humanos la apreciemos, y así mismo ocurre con las otras especies. En la naturaleza se da una coevolución entre lo que atrae con su belleza y quién debe ser atraído. El concepto de belleza nos ha cautivado desde siempre y nos ha obligado a reflexionar para tratar de entenderla.
En la Antigüedad se creía que la belleza pertenecía al universo y el hombre simplemente la descubría. La teoría de la belleza formulada en esos tiempos afirmaba que la belleza consistía en la proporción de las partes, en su ordenamiento y en sus interrelaciones (finitud, simetría y orden). Hace 2500 años, Platón y Aristóteles crearon el concepto de relación entre medida y utilidad, y entre utilidad y belleza; incluso, llegaron a la conclusión de que lo grande era más bello que lo pequeño, sin jamás explicarlo (no deja de ser inquietante). Por otro lado, la escuela de Pitágoras trató de encontrar las relaciones matemáticas que daban lugar a la armonía en la música: la proporción, la medida y el número. Platón y Aristóteles señalaron puntualmente la sensación de placer que produce la belleza, tanto la que ofrece la naturaleza como la que apreciamos en los objetos y en algunas obras de arte (sin embargo, no se preguntaron por qué las flores nos parecen bellas y no tenemos la misma experiencia con los tallos, las hojas o las raíces, o por qué nos parecen más bellos los colibríes que las gallinas). Los griegos se hicieron todas las preguntas y llegaron a todas las respuestas que los distintos filósofos de distintas épocas ampliaron.
Cuando la religión dominó la cultura, todos los caminos llevaban a Dios. Para Plotino, el alma tendía hacia la belleza por medio de la intuición, y la belleza máxima era Dios. Los argumentos de Plotino se convirtieron en parte integral de la estética medieval. El termino belleza se refería más a la belleza de Dios y de la naturaleza, que a la de los objetos, y su significado era amplio, pues incluía los valores morales y de utilidad; además, se pensaba que el placer lo proporcionaba solo lo que era verdaderamente bello. Para San Agustín, la belleza y la fantasía estaban ligadas al deseo, y servían para llevar las almas a la salvación o a la perdición. Lo feo era simplemente un menor grado de belleza.
En el Renacimiento los escritores pensaban que la belleza era objetiva, y los artistas revelaban sus leyes. Estas deberían ser objetivas e inmutables. Rafael Alberti estaba convencido de que lo único que había que hacer para lograr la belleza era aplicar esas reglas y conocer esas las leyes.
Canova.
Para René Descartes (siglo 16), la belleza se basaba en la idea de que nada era absolutamente bello, sino en relación con algo. Descartes dijo que la belleza era la relación que nuestro juicio mantiene con un objeto, e hizo énfasis en la doctrina de que las leyes de la belleza eran universales, obligatorias y de proporciones cósmicas perfectas. Thomas Hobbes, pensaba que lo que consideramos bello dependía de la educación, la experiencia, la memoria y la imaginación. Blaise Pascal (siglo 17), por su parte, afirmó que la costumbre determinaba lo que debía considerarse bello.
Rodan.
En el siglo 18, la belleza bajó de los cielos estelares y pasó a ser subjetiva, relativa y producto de las convenciones, pasó a ser un producto de la imaginación o del gusto. Lo Sublime ocupó su lugar, mejor dicho, lo sublime se convirtió en la característica deseada, porque nos hacía evocar y temer, pues su causa formal era la pasión del miedo (miedo a la muerte); su causa material se debía a ciertos aspectos como la vastedad, lo infinito, la magnificencia; y su poder radicaba en que era capaz de crisparnos los nervios. Edmund Burke (siglo 18) fue el exponente principal de esta idea.
Kant afirmó que todos los juicios acerca de la belleza eran juicios individuales. La belleza, afirmó, era un concepto imperfecto: la libertad moral definía nuestra dignidad como seres humanos, y la belleza era símbolo de lo moral, ya que los juicios morales y estéticos eran similarmente libres de reglas externas. La experiencia fuera de lo bello o de lo sublime, según Kant, no nos daba una lección moral, pero nos hacía conscientes de nuestra libertad como agentes de lo moral.
Jeff Koons
Al llegar a ser bello, un objeto puede producir una emoción estética, pero para que un objeto o comportamiento produzcan emoción estética no tienen que ocurrir a través de la belleza necesariamente. En el siglo 19 los artistas empezaron a buscar en otras características la posibilidad de obtener la categoría de objeto de arte u objeto estético. En el siglo 19 otras experiencias se volvieron más importantes, como la de lo grotesco, lo extraño, lo real, lo tenebroso, lo verdadero, lo extravagante. Lo bello se empezó a considerar poca cosa. G. Apollinaire aseguró que la obra de arte debía producir un choque, no una sensación de belleza. La idea de lo sublime ya había asfixiado a la idea de belleza como atributo principal. Y entonces llegó el atrevido siglo 20 a desmontar los paradigmas de la Historia, a revelar otros aspectos menos obvios de la condición social humana, con sus vertiginosos movimientos anti arte, anti belleza, anti corporeidad, anti peso, anti densidad, anti forma, anti función, anti originalidad, anti unicidad, etcétera, mostró que a los objetos de arte se les podía despojar de todos los atributos, incluso del de existir y, sin embargo, la obra de arte podía manifestarse. Todo porque los seres humanos, poco escépticos en su naturaleza, creen en lo que digan sus jefes, sus líderes. Eso es la verdad y es lo que siguen ciegamente. Porque para los seres humanos el prestigio, el poder y el miedo de quedar por fuera de las corrientes sociales, domina los criterios, porque los seres humanos somos mucho menos racionales de lo que creemos ser y seguimos las modas, aunque sean absurdas, aunque vayan en contra del sentido común y de la inteligencia. Los objetos de arte no existen como tales sin el aval social. Las instrucciones con las que apreciamos lo bello son sensibles a muchas variables.