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Ana Cristina Vélez: Una carta de Beatriz Mesa

Beatriz Mesa Mejía, periodista, escritora y directora durante muchos años de la revista Generación, del Colombiano me escribió esta carta que hoy comparto.

Beatriz Mesa dice:

Hace pocos días leí Casi de piedra, la novela que recién publicó Ana Cristina Vélez Caicedo. Pensé en escribirle a ella, mi amiga, esta carta sobre mis impresiones.

¡Hola, AnaCris! Al terminar de leer tu libro me quedó un poco de melancolía, pues quería seguir observando -viviendo- esas vidas que nos pones en sus páginas, como si observáramos desde una ventana sus rutinas y artificios. Debo confesar que asumirte como narradora me ha creado extrañeza, pues siempre te he visto más en el campo de la ciencia y en el estudio del arte y otras áreas del conocimiento. Así me ocurrió con tu anterior novela, Amor en la nube, lo que no significa que no reconozca tu enorme potencial como contadora de mundos, tus mundos, que, finalmente, son los de todos.

Ahora que te leo de nuevo, siento tu fuerza y esa vida interior tan rica y lúcida, evidenciada en pensamientos tan profundos y lógicos como los que despliegas en este relato, a través de esas conversaciones -a veces monólogos- adobadas con vino, café y cerveza o simplemente mediadas por la luz de una pantalla de computador.

Aunque el amor es la columna vertebral de esta obra, siento que hay mucho más. Tiene tantas capas que uno, como lector, debe ir corriendo despacio, como si fuera una cebolla, como si fuera una Matrioska, como si fueran telas colgadas en un gran escenario, nos invitas a ir deshojando (¿margaritas?).

Si bien se intuye que sigue la vida de tu Teresa de Amor en la nube, nunca su fantasma se me apareció en Casi de piedra. Para mí son totalmente independientes, lo que me parece una virtud, aunque sigas el curso de la inquieta geóloga. ¿Seguirás con este personaje…? Tal vez ni tú lo sabes.

Y digo que es mucho más que una historia de amor, pasión, locura y desengaño, pues en sus páginas hay profundas reflexiones sobre arte, vida, ciencia, naturaleza, muerte, que, para el lector riguroso y atento, lo dejan lleno de inquietudes, de hecho, quisiera volver a leerlo por eso que hay más allá de la historia de los amantes.

Esa Teresa que ve la vida como un experimento, que ama la ciencia por encima de todo, tal vez porque nunca la desengaña y siempre la reta, no es ni heroína ni diosa ni reina, sin embargo, está hecha de una vitalidad que me conmovió. Es un personaje tan creíble, tan verosímil, tan audaz y, al mismo tiempo, tan vulnerable cuando ama sin freno ni cordura.

Es una novela nada complaciente con el lector, exiges mucho de aquel que quiere trascender. Haces preguntas, cuestionas, indagas, inquietas. Los planteamientos en esas conversaciones tan profundas, hacen que el lector se detenga y reflexione y converse con los personajes. Sufrí y también me reí, y por momentos te vi, a ti, a la escritora; otras veces no me despegué de la narradora. Y hubo momentos que sentí surreales.

Creo que en nada eres evidente, siempre pones un poco más de azúcar y otro de sal, con algunas gotas de limón y miel. Debo decirte que el personaje de Jerónimo no me enamoró, y no porque no esté bien construido, es que creo que no amaría a alguien como él, tan narciso. Debo decirte que el profesor Diego me pareció maravilloso, hasta el punto que lo escuché interpretar a Bach, que, por cierto, es tal vez mi compositor favorito, y debo decirte que amé profundamente al profesor Vicente, el filósofo triste y visionario. Tú, amiga, tan racional, guardas en tu ser un poco de locura, como la de este profesor que se descubrió en la soledad de La Guajira. Tanto en esta obra como en tu primera novela, muestras la otra cara del amor, nos haces reflexionar, meditar entre convulsos y serenos y nos llevas por caminos que mueven nuestro pensamiento. Siempre te muestras tan coherente con lo que eres y has sido. Siempre.

Usas en la portada una obra de Hilma Af Klint, considerada la “precursora” del arte abstracto, tan cerebral, con esas geometrías que lo sumergen a uno en universos tridimensionales, concretos, espirituales, casi místicos, que invitan a mirar más allá, como lo haces tú en esta novela. De nuevo, no haces ninguna concesión y pones esta obra de una mujer que supo romper reglas. Creo que yo me hubiera ido por la imagen del mar -con firma del amante-, gracias a esa reflexión tan bella que haces cuando hablas con Jerónimo sobre lo difícil que es pintarlo, y por el final maravilloso que planteas.

Además, el inicio de cada capítulo con un poema de distintos autores, no solo es un recurso que se convierte en un abrebocas de lo que viene a continuación (que no siempre es evidente), sino que nos acerca a la arqueología de tus lecturas y a tu interés en la poesía, y nos provoca volver a leerlos o buscarlos para inaugurar en nosotros su lectura.

Perdona este texto tan largo. De nuevo, es una alegría leerte, además, porque sé cuánto te gusta escribir. ¡Tu goce se nota! (aunque sé que también sufres). Va un abrazo.

 

 

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