Andrés Caldera Pietri: La pequeña historia de una encíclica
Estudiaba en París en 1985 cuando mi padre, Rafael Caldera, me invitó a pasar tres días con él en Roma. Era entrado el mes de diciembre y él venía de estar dos días en un seminario organizado por el Instituto Jacques Maritain en la ciudad de Trieste.
Como cada vez que iba a Roma, él intentaba visitar al Santo Padre y más ahora que su amigo, el Cardenal Rosalio Castillo Lara, había sido designado por Juan Pablo II gobernador del Vaticano.
La llamada confirmando el encuentro llegó al final de la estadía, cuando su ansiedad casi se desbordaba. Caldera tenía el propósito de plantearle a Su Santidad la necesidad de actualizar los planteamientos de la Encíclica Populorum Progressio a los cambios producidos en la realidad mundial. Por ejemplo, el problema de la deuda externa de los países en vías de desarrollo, por el cual tenía años luchando en los foros internacionales para buscarle solución. Éste se había convertido en una carga pesada y onerosa, especialmente para su propio país, en el que aproximadamente la tercera parte del presupuesto anual se iba en el pago del servicio de la deuda.
Fue una mañana de esas radiantes en Roma -cielo azul y clima frío- en la que Caldera no ocultaba su emoción por la visita al Papa, como lo habíamos visto en oportunidades anteriores. Lo acompañamos Luis Miguel González y yo. En el camino nos decía: “yo he tenido la fortuna de conocer a varios Papas, pero con ninguno he tenido un trato tan cercano como con Juan Pablo II”.
Nos recibió el Cardenal Castillo Lara. Impresionaba comprobar con qué seguridad y confianza se movía dentro de los muros vaticanos y el respeto a su autoridad por parte de la guardia suiza. Nos llevó a los aposentos privados del Papa. Luis Miguel y yo esperamos afuera hasta que terminó la entrevista y fue cuando pudimos pasar a saludar a Su Santidad. Caldera nos contó en el camino de regreso la conversación: “Santidad, ya la Encíclica Populorum Progressio va a cumplir 20 años y la realidad del mundo se ha modificado en muchos sentidos. En el espíritu de la Iglesia de mantenerse al compás de los tiempos haría falta actualizarla…”. Se emocionaba al narrar la reacción del Papa, quien le respondió después de haberlo escuchado atentamente: “Quizás su visita es providencial, una nueva Populorum Progressio…”.
El año 1987, el Papa dispuso la celebración de los veinte años de la Encíclica Populorum Progressio mediante un acto solemne en el Vaticano, con la asistencia del cuerpo cardenalicio y del cuerpo diplomático. A ese acto, invitaría a Rafael Caldera para ser el orador central, correspondiéndole la distinción de ser uno de los pocos seglares que lo habían hecho hasta ese momento en el Vaticano. Habló también el Cardenal Roger Etchegaray, presidente de la Comisión de Justicia y Paz, que había sacado un extenso documento sobre el problema de la deuda externa, y clausuraría el mismo Papa, Juan Pablo II, lo cual refiere en el texto de su nueva Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, promulgada el 30 de diciembre de ese año.
El 24 de marzo de 1987, Caldera hizo un discurso que calificó como el más honroso e importante de su vida. En él, hizo un extenso análisis de los años transcurridos desde la promulgación de la Populorum Progressio y de otras Encíclicas Papales que conforman el cuerpo de la Doctrina Social de la Iglesia. Comenzó su intervención así: “Hace veinte años, un gran Papa dijo ‘el desarrollo es el nuevo nombre de la paz’. Veinte años después tenemos que reconocer que ni se ha logrado el desarrollo, ni se ha asegurado la paz. Pero el mensaje está vigente.”
Al concluir el acto, Juan Pablo II compartió un rato privadamente con familiares y amigos de Caldera -entre los que me encontraba- y le escuché decir bromeando sobre el discurso de mi padre, “conoce mejor las Encíclicas que yo”. En realidad, entre los dos surgió una hermosa amistad hasta el punto de llamarlo “mi hermano mayor”, siendo el Papa cuatro años menor que él. Amistad que selló Su Santidad al complacerlo en regresar por segunda vez a Venezuela en 1996, a inaugurar el Templo Votivo en honor de Nuestra Señora de Coromoto.
Si revisamos la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, veremos que no sólo destaca el problema de la deuda externa de los países en vías de desarrollo, sino también el problema de la vivienda, del acceso al trabajo (desempleo y subempleo) –planteados recurrentemente por Rafael Caldera- y de la migración, como signos de su tiempo. La Encíclica insiste en que el subdesarrollo no es sólo un tema económico sino cultural y político –decisiones políticas que aceleran o frenan o el desarrollo- y denuncia elementos de orden moral en su contra, como el afán de ganancia excesiva y la sed de poder.
La Sollicitudo Rei Socialis convoca a un auténtico desarrollo humano que respete y promueva los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos y a renunciar a toda forma de imperialismo económico, militar o político. Llama a transformar la mutua desconfianza en colaboración. Habla de solidaridad y empeño por el bien común universal y la vigencia de la justicia social, nacional e internacional. Se refiere a un mundo con aspectos preocupantes de miseria, desempleo, carencia de alimentos, carrera armamentista, desprecio de los derechos humanos, peligros de conflicto parcial o total, y reitera el mensaje de la Populorum Progessio de que el desarrollo debe ser “de todo el hombre y de todos los hombres”.
La Sollicitudo Rei Socialis plantea la reforma del sistema internacional de comercio, del sistema monetario y financiero mundial, y pone de relieve los intercambios de tecnología, de su uso adecuado, y la necesidad de revisión de las estructuras de los organismos internacionales.
Llama la atención observar cómo el Papa se refiere también en su Encíclica a la necesidad de que los países en vías de desarrollo favorezcan la autoafirmación de cada uno de sus ciudadanos mediante el acceso a una mayor cultura y a una libre circulación de las informaciones, a todo aquello que favorezca a la alfabetización y a la educación de base, al igual que afirma que hay naciones que necesitan reformar sus instituciones políticas, para sustituir regímenes corrompidos, dictatoriales o autoritarios, por otros democráticos y participativos.
La mayor satisfacción de Rafael Caldera fue cuando Su Santidad Juan Pablo II, hoy santo de nuestra Iglesia Católica, le dijo personalmente, “esa es su Encíclica”.