Andrés Hoyos: El español de hoy
Cuando Waze habla en inglés y se aproxima a la salida de una autopista, la locutora ordena: ‘keep right‘; su contraparte en español dice: ‘mantente a la derecha‘.
Son dos palabras contra cuatro y diez caracteres contra 21. La frase inglesa es imperativa y breve mientras que la española es indirecta, sentimental y larga. Los idiomas tienen personalidades multitudinarias y son como son porque quienes los hablamos y los hemos hablado durante siglos somos como somos. El español de hoy es un precipitado nuestro y de nuestros antepasados.
Este precipitado tiene su costado duro. El lingüista Max Weinreich decía que “un idioma es un dialecto que cuenta con un ejército y una armada” y vaya que, tras dedicar la vida a defender el yiddish –un idioma casi muerto por carecer de ambos–, él sabía de qué hablaba. Dicho de otro modo, detrás de un idioma está la historia política de ese idioma. Quienes hablamos español en América Latina lo hablamos por cuenta de la ruda conquista y de la larga y eficaz colonización. De hecho, todas las provincias y naciones de la España actual fueron colonizadas a su vez por quienes hablaban castellano. Quedan de todo ello las encarnizadas batallas lingüísticas que se libran en gran parte de la península, en las que poco participamos los usuarios del idioma que vivimos a este lado del océano.
En términos generales el español goza de estupenda salud. Hace un siglo parecía amenazado por la dispersión de sus hablantes, consecuencia del distanciamiento que se dio después de las guerras de Independencia. Pero los libros, la prensa, la radio, el cine, la televisión y últimamente el internet y sus sucedáneos digitales se encargaron de re-unirnos, internacionalizando de paso frases y palabras como el bello adjetivo caribe chévere o la expresiva preposición española a por.
Ahora bien, si la unidad del español no está amenazada, no es necesario atrincherarse para defenderla, como lo hace una pequeña legión de doctores enquistados en las arcaicas instituciones que pretenden gobernar el idioma y que insisten en querellarse con los neologismos. Les fastidia que el inglés se haya convertido en la lingua franca de la ciencia, la tecnología y los negocios. La Fundéu –sigla que significa “Fundación del español urgente”– es la institución más visible en esta batalla desigual. Española hasta el tuétano, pertenece a la agencia EFE y es financiada por el BBVA y asesorada por la RAE.
La lista de neologismos, casi todos anglicismos, que les fastidian a estos caballeros es larguísima. Citemos apenas unos recientes y las supuestas alternativas: no se debe decir impeachment sino proceso de destitución, no se debe decir offshore sino con ventajas fiscales, inscrita en un paraíso fiscal o simplemente extraterritorial. De modo que, además de cambiar una palabra por tres o más, es preciso descartar por el camino parte del sentido de lo que uno quiere expresar. Sobra decir que estas nuevas propuestas tienen las mismas posibilidades de éxito que en su momento tuvieron balompié en vez de fútbol o el grotesco güisqui en vez de whisky.
Es inevitable aplicar al empeño anterior el bello adjetivo español cursi, de origen incierto y difícil de traducir a otros idiomas. ¿Por qué no procurar que quienes hablamos español inventemos más cosas y así adquiramos el consecuente derecho de bautizarlas? Es inútil, los puristas andan en misión y no oyen razones.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes