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Andrés Hoyos: El factor AMLO

Uno de los puntos neurálgicos de la política del subcontinente acaba de mudarse a México por cuenta del triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales. El candidato de Morena, conocido como AMLO, recibió el 53 % de los votos en una única vuelta y tiene, además, mayorías en ambas cámaras del Congreso Federal. Más claro no canta un pueblo en favor del cambio.

“Cambio” es la palabra mágica. Para calibrar su alcance conviene revisar el plan de gobierno del ganador, a ve pa ve, como dicen en el Caribe colombiano. Tras leerlo (ver http://bit.ly/2KWTMxe), uno busca en él medidas radicales y prácticamente no encuentra ninguna. Es evidente que el hombre se metió en la grande porque ha despertado tal fervor y tal esperanza, que lo que viene no podrá ser sino una gran decepción para sus seguidores. Pese a que el triunfo lo dotó de una gruesa capa de teflón que resistirá muchos rayones, el desgaste puede ser dramático.

El programa no contiene ninguna audacia comparable con las prometidas, por ejemplo, por su amigo Gustavo Petro antes de la 1ª vuelta en Colombia. Aunque AMLO hace un par de venias a las energías alternativas, queda muy claro que México va a seguir viviendo del subsuelo, es decir, que seguirá por la senda extractivista. Tan es así que el programa se compromete a no elevar los impuestos; le basta con el 17,4 % del PIB que recauda el país, la cifra más baja de la OCDE, incluyendo a Colombia. Ni hablar de gravar más a los ricos.

¿La solución para la violencia? Se propone una ley de amnistía, de seguro incompatible con el derecho internacional. ¿Una vez amnistiados, los mafiosos se van a recluir en monasterios? Las policías estatales, hoy sobrepujadas por los carteles, seguirán como están. A cambio del Ejército, que en tres años regresa a los cuarteles, se va a formar una Guardia Nacional de la cual solo sabemos el nombre genérico. En fin, los carteles tal vez dejen de matarse y de matar si nadie los molesta, o tal vez no.

La otra promesa fue arrancar la corrupción de raíz. Pero cuando uno entiende que la corrupción y la violencia son fenómenos mellizos, conectados ambos por un cordón umbilical con el narcotráfico, subproducto de la prohibición y de la guerra contra las drogas, concluye que no existe la menor posibilidad de que la corrupción mexicana desaparezca. Cómo será de godo el programa de AMLO, que ni siquiera se atreve a imitar a Trudeau y legalizar la hierba que tanto añoraba la cucaracha, quitándoles a los carteles al menos esa parte del negocio.

Lo que sí es prominente en el plan de gobierno es la idea de instalar un inmenso lavadero de manos, llamado la “Ley de consulta popular”, según la cual el gobierno descargará en los electores algunas de las decisiones más peludas. Suena bien, si el pueblo aprueba, se hace, si no, no se hace, pero ¿cómo resolver la obviedad de que con frecuencia las decisiones impopulares son las que solucionan los problemas? Echarle la culpa al elector es algo que ningún populista puede hacer sin darse un porrazo.

El temor, pues, no es a que AMLO solucione los problemas de México —qué más querría uno—, sino que los deje tal cual; o sea, los mismos gatos nada más que revolcados, para usar un dicho mexicano. En el resto del continente estaremos pendientes de lo que pase allá, con la aclaración de que el teflón de AMLO en el extranjero será mucho más precario. Algo me dice que se avecina un nuevo parto de los montes.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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