Acierta Alberto Barrera Tyszka cuando dice que Maduro y sus secuaces del PSUV “ni son revolucionarios, ni son demócratas, ni siquiera son de izquierda”. Hoy tienen a Venezuela convertida en un mazacote.
Del diagnóstico devastador que en días pasados publicó Ricardo Hausmann, el prestigioso economista venezolano profesor de Harvard, baste con recordar que el nivel de pobreza del país se halla en el 82 %, una cifra escalofriante. Si el lector se está comiendo un sándwich decente en este momento y por la mañana se tomó el medicamento que le recetó el médico, piense que nada de eso está al alcance de un venezolano común y corriente, es decir, desenchufado. Él tiene que hacer filas cubanas para comprar los alimentos básicos y, si está cerca, cruzar la frontera con Colombia para adquirir el medicamento en pesos colombianos, una moneda cuyo precio ahora le resulta exorbitante.
La resistencia civil sola no bastará para desalojar del poder a una mafia estructurada como la que allí manda. El connato de alzamiento de capitanes de la semana pasada tal vez nos anuncie por donde se desatará este nudo sangriento y maloliente. Por más rara que parezca esta Fuerza Armada Nacional Bolivariana con sus 2.000 generales, cuando 200 bastarían —apenas el 1 de julio Maduro ascendió a 139 generales y almirantes—, llegará un día en que sus mandos medios no resistan más tropelías y obliguen al régimen a entregar el poder. ¿A quién? Yo tampoco tengo ni idea.
Desalojada la mafia, Venezuela tendrá seguramente que entrar en un default planificado de su descomunal deuda externa, la cual tal vez nunca pague completa. Piensa uno que quienes les prestaron a manos llenas a Chávez, y peor aún a Maduro, por ejemplo los chinos, sabían que nunca recobrarían el dinero, así que no tendrán de qué quejarse. Con ser una medida odiosa, la dolarización de la economía es casi inevitable, pues resucitar el bolívar —digamos, de paso, que al Libertador estos devotos que el pobre no escogió casi lo envían al basurero de la historia— no parece viable. En fin, nada distinto de una suerte de Plan Marshall a la medida del país servirá para reanimarlo.
Pero gran parte del daño causado no es susceptible de tratamientos de choque. Al diablo se fueron la ética del trabajo, el ejercicio de la justicia y la moral pública, mientras que las grandes bandas delincuenciales creadas seguirán en un largo proceso de trasmutación, pase lo que pase. La fuga de la gente más educada tan solo podrá revertirse en parte. Según eso, recuperarse de 20 años de una eterna plaga de langostas tomará muchas décadas.
El mazacote, por supuesto, tiene una razón de ser. Aunque la ideología pudo figurar por allá al principio, una vez formado el PSUV como una mafia empezó la resistencia a entregar el poder porque entonces se sabrá al menos parte de lo que hicieron. Se verán desnudos y esa desnudez los perseguirá a donde quiera que vayan a parar.
De más está decir que Colombia, por ser el vecino más importante, tiene que hacer un esfuerzo grande y variado por ayudar, entre otras cosas porque Venezuela nos acogió cuando los damnificados éramos nosotros.
Por ahí queda un puñado de ilusos que sugieren dejar a los venezolanos resolver su problema solos por cuenta del principio de la no injerencia en asuntos internos. Nadie está sugiriendo una invasión militar, pero menos puede uno sentarse impasible a ver cómo se suicida un país de más de 30 millones de habitantes.