Annie Hall
Es imposible no sentir vértigo al recordar la imagen de Diane Keaton con un traje masculino cuando conoce a Allen tras un partido de tenis
DIANE KEATON
Las relaciones humanas son irracionales, locas y absurdas, pero las mantenemos porque las necesitamos. Es la frase de Woody Allen con la que acaba ‘Annie Hall’ (1977) tras un reencuentro con Diane Keaton en el que rememora los momentos felices de su relación.
Allen y Keaton fueron pareja fuera de la pantalla y hay mucho de autobiográfico en ‘Annie Hall’, una parodia de la vida neoyorkina, de los estereotipos intelectuales y de la complejidad de las relaciones amorosas. Vi la película cuando se estrenó y la he seguido viendo con una mezcla de nostalgia y frustración.
Es imposible no sentir vértigo al recordar la imagen de Diane Keaton con chaleco, corbata y un traje masculino cuando conoce a Allen tras un partido de tenis. Es una chica tímida e insegura que quiere hacer carrera como cantante y que se enamora de un judío lleno de complejos. Diane Keaton tenía 31 años.
Se han escrito ríos de tinta sobre ‘Annie Hall’, una película en la que siempre se descubren nuevos matices. Sus chispeantes diálogos son un tratado de metafísica porque revelan, a la manera de Allen, la vulnerabilidad de la condición humana. Pero el verdadero tema de la película es el tiempo.
La estructura de la narración se sustenta en una serie de ‘flash backs’ que le sirven a su autor para viajar a un pasado irrecuperable, pleno de ocasiones perdidas y de fugaces momentos de felicidad. Todo ello pasa por la mente de Woody Allen cuando, en la última secuencia, asume que ha perdido para siempre a la mujer que amaba.
La película fue un gran éxito por dos motivos: el talento como guionista de Allen y la inolvidable interpretación de Diane Keaton, cuya empatía traspasa la pantalla. Su gran mérito es que el espectador piensa que no está actuando.
Es muy difícil saber por qué hay películas que quedan grabadas en la memoria y por qué han contribuido a moldear una estética de la vida. El cine es un arte misterioso. Woody Allen hizo decenas de filmes después de ‘Annie Hall’, pero ninguno, excepto ‘Manhattan’, nos dejó una huella similar. Las dos comparten la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue y las imágenes de una ciudad, Nueva York, cuyas calles hemos recorrido bajo el recuerdo de su filmografía.
Estuve a finales de junio paseando en una tarde lluviosa por Brooklyn Heights, contemplando el borroso ‘skyline’ de un Nueva York que parecía un lienzo de Monet. Intenté buscar la casa de Paul Auster y me perdí. Tampoco hallé el rastro de Truman Capote que vivió por allí. Y el River Café no era el lugar bohemio que yo recordaba. Me vino a la memoria entonces la escena de ‘Annie Hall’ en la que Allen y Diane Keaton se besan con el trasfondo del puente de Brooklyn iluminado por las luces. El tiempo dio un salto hacia atrás, Keaton volvió a tener 30 años y yo sentí la embriaguez de los sueños de juventud.