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Antisemitismo sin complejos

La misma izquierda que se presenta como campeona del antirracismo es la primera en negar el factor racista cuando se ataca a judíos si es en nombre del 'antisionismo'

CARBAJO

 

El sábado fueron asesinados la mayor cantidad de judíos en un solo día desde el Holocausto. La saña de los verdugos de Hamás contra niños, adultos y ancianos en Israel provocó escenas de pavor e impotencia que recuerdan las razias nazis y al grupo Estado Islámico, decapitando al ritmo de «¡Alá es el más grande!». Difícil concebir un nivel de barbarie superior cuando, precisamente, la imaginación fue puesta al servicio de un salvajismo que se regocija en fabricar un espectáculo macabro.

Mientras los terroristas de Hamás se paseaban con cuerpos desarticulados de mujeres desnudadas en camionetas como trofeos de caza, adolescentes se retorcían de pánico en manos de sus despiadados captores y aparecían cuerpos de israelíes sin cabeza, podía esperarse, al menos en los primeros minutos, cierto pudor y cautela por parte de la izquierda pro-palestina en Occidente. Error.

Hace rato que la izquierda ha trocado la camiseta del Che por la kufiya palestina. El colapso del bloque soviético –el inapelable fracaso del modelo económico comunista y la desaparición de la financiación por la URSS– la llevaron a dedicarse a las políticas identitarias. El obrero dejó de ser el sujeto histórico para ser substituido por otro: la minoría étnico-sexual. En este nuevo paradigma, el musulmán en la sociedad occidental y el palestino a nivel internacional pasaron a ocupar el papel del oprimido por antonomasia. El judío, por quien se podía tener simpatía hasta 1948 debido a su destrucción industrial por nazismo, con la creación del Estado de Israel y su negativa a ser nuevamente blanco de exterminio era transformado ahora, en una cínica inversión, en el arquetipo del nuevo opresor: el colono blanco, brazo del imperialismo occidental en Oriente Medio. Entretanto, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU. mostraron a la izquierda radical que los enemigos de sus enemigos poseían el envidiable poder de fuego «antiimperialista» que habían perdido desde el fin de la Guerra Fría.

En las últimas décadas, la afición por el terrorismo palestino dejó la marginalidad de la ultraizquierda que enviaba, desde Europa o Latinoamérica, a sus militantes a entrenarse militarmente con los grupos terroristas árabes en Oriente Medio. Ya no son sólo el terrorista ‘Carlos’ Ilich Ramírez, la banda de Baader Meinhof o los Montoneros quienes apoyan abiertamente o encuentran mil razones para mostrarse comprensivos con la matanza de civiles. La alianza islamo-izquierdista es ya un lugar común. El chavismo pro-Hezbolá, Podemos en la televisión iraní, los nexos entre la ultraizquierda argentina y el gobierno iraní –detrás de atentado de la AMIA y de la embajada de Israel– dejaron de ser fenómenos aislados hasta normalizar esta alianza, a priori contra natura, entre una visión teocrática, machista y oscurantista con una radicalidad atea de izquierdas que jura por la diversidad sexual y la tolerancia religiosa. El presidente colombiano Gustavo Petro, que ayer escribió «Ya estuve en el campo de concentración de Auschwitz y ahora lo veo calcado en Gaza», el ex mandatario boliviano Evo Morales o la cancillería chilena del Gobierno de Chile no tienen empacho hoy en encontrarle excusas a Hamás y relativizar sus masacres, mientras los socios del gobierno de Pedro Sánchez compiten en responsabilizar a Israel, que aún no entierra los 800 cuerpos de civiles masacrados a sangre fría.

La benevolencia por la violencia islamista en lo que podemos llamar «el campo progresista» ha ido en aumento a medida que la izquierda radical se imponía a los restos de la socialdemocracia, no sólo por adhesión ideológica, sino por un asumido clientelismo electoral ligado a la nueva demografía europea marcada por la inmigración de origen islámico.

Hoy, en Francia, que concentra el mayor número de musulmanes y judíos de Europa a la vez, el 62% de los ataques antirreligiosos son contra los judíos, que representan apenas el 1% de la población francesa, según estadísticas del Ministerio del Interior para el año 2022. Nueve de cada diez judíos dicen haber sido víctimas de antisemitismo como estudiantes en el país que sufrió los sangrientos atentados islamistas en la escuela judía de Toulouse o el supermercado ‘kosher’ Hypercacher invocando la causa palestina o el Estado Islámico. Desde el sábado, 20 actos antisemitas fueron consignados y 10 personas quedaron detenidas, informó el lunes el ministro del Interior, Gérald Darmanin.

Sin embargo, esa misma izquierda tan pronta a denunciar el «apartheid» de la sociedad más heterogénea y democrática de Oriente Medio, esa que se presenta como la campeona del antirracismo, es la primera en negar el factor racista cuando se ataca a judíos si es en nombre del «antisionismo», último disfraz del antisemitismo, el mismo que carcome al Partido Laborista en Reino Unido y le valió la expulsión a Jeremy Corbyn.

Mientras tanto, los campos de concentración para millones de la minoría musulmana uigur en China o la persecución de los rohingyas en Birmania, los ataques a palestinos en campos de refugiados en Siria no generan curiosamente ningún tipo de manifestación de esta misma izquierda en Occidente.

El software de la nueva izquierda considera, a través del prisma de la Teoría Crítica Racial importada de los campus estadounidenses, que sólo el hombre blanco es capaz de racismo, necesariamente sistémico y hereditario. El antisemitismo sólo puede ser reconocido como tal cuando se trata del antiguo y residual, a manos de cabezas rapadas de ojos azules. De este modo, la izquierda que acusa a quien esté a un milímetro a su derecha de nazi, deja de percibir el nazismo cuando se mata a judíos por ser judíos. El judío, en cambio, es sospechoso de ser un supremacista blanco en potencia hasta que demuestre lo contrario abrazando al autoflagelación y el nuevo catecismo antirracista. Una de las pocas excepciones en la izquierda francesa en estas horas ha sido la de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que ha llamado al Partido Socialista al que pertenece a poner fin a su alianza con Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda radical La Francia Insumisa, porque «su postura contra Israel y su negativa a condenar a la organización terrorista Hamás son insostenibles».

En 1979, el filósofo francés Michel Foucault expresó su fascinación por la Revolución Islámica en Irán, como antes lo había hecho Sartre. Poco tiempo transcurrió para que este entusiasmo chocara con la realidad de un sistema teocrático que pasó a cuchillo a los izquierdistas que los acompañaron y luego convirtiera en ciudadanos de segunda a mujeres y matara a homosexuales. Hoy, mientras las iraníes pagan con la vida la libertad de quitarse el velo islámico, la izquierda occidental milita por su uso en nuestras sociedades. De este modo, el machismo, el oscurantismo religioso y el totalitarismo islamista han encontrado en la izquierda un fabuloso caballo de Troya decorado con eslóganes antirracistas y a favor de la tolerancia.

 

 

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