Antonio Caño: La debilidad del matón
«Si EEUU no sirve como modelo y defensor de la democracia liberal, no sirve de nada; cualquiera puede ocupar su papel»

Donald Trump. | Reuters
El matonismo suele ocultar personalidades acomplejadas y vulnerables que se protegen con gruesas amenazas y una desmedida arrogancia. En el caso de Donald Trump, su política es en buena medida reflejo de la debilidad de Estados Unidos, de las dificultades de ese país para seguir ejerciendo su liderazgo frente al crecimiento de China y otros poderes emergentes en un mundo que ya no es el que los norteamericanos diseñaron tras la Segunda Guerra Mundial.
Al margen de que las consecuencias puedan ser favorables o adversas, la agresiva política de aranceles anunciada la pasada semana por el presidente de Estados Unidos es entre otras cosas un golpe desesperado de un país que siente que está perdiendo el poder. No parece muy probable que de esta forma lo recupere, como promete Trump, pero gestos como este y otros similares —la reclamación de Groenlandia y el canal de Panamá– tratan de levantar el ánimo de una sociedad que se ve condenada a un declive inexorable.
Algunas de las pruebas de ese declive son ciertas, por ejemplo la disfuncionalidad del sistema político y la pérdida de convicción de una gran parte de la población en el proyecto nacional, dos de los aspectos que hacían hasta ahora envidiable a Estados Unidos. Pero otras señales de declive son exageradas o puramente instrumentales, como la reducción de la mayoría blanca, europea y protestante en beneficio de otras razas, culturas y religiones. Trump ha recurrido a unas y a otras para agudizar el miedo entre los ciudadanos y justificar su actuación radical.
Make America Great Again (MAGA) es el grito angustioso de quien se cree que ha dejado de serlo y, aunque en parte es así, el camino que Trump ha escogido para revertir esa situación es el peor de todos, puesto que condena a Estados Unidos a disputar el poder como una autocracia más contra los sistemas políticos que se lo pretenden arrebatar. Si Estados Unidos tiene un futuro será en su papel de capitán del mundo libre, nunca en el barro de la ley del más fuerte.
«Las constantes bravuconerías sobre el uso de la fuerza revelan una debilidad aterradora de Trump. Un país con fuerza no necesita presumir de ella»
Es evidente desde hace tiempo que China representa, sobre todo en el terreno económico, pero cada día más también en el militar y el tecnológico, un reto de enormes proporciones para Washington. Pronto lo será también la India, como lo son la combinación de países que se agrupan en torno a los Brics. La mayoría de esas naciones comparten modelos políticos alejados de la democracia liberal, lo que, de alguna forma, las desvalorizaba como verdadera alternativa a Estados Unidos. Por muy devaluadas que estén, la cultura americana y su modelo de sociedad siguen siendo hasta ahora un polo de atracción para cualquier ciudadano del mundo.
Donald Trump está destruyendo esa realidad. En su papel de matón internacional no sólo está dejando en evidencia a los ojos de China y de otros que Estados Unidos está asustado, sino que está destruyendo por completo el hechizo que su país tuvo durante tanto tiempo. Si Estados Unidos no sirve como modelo y defensor de la democracia liberal, no sirve de nada; cualquiera puede ocupar su papel.
Por lo demás, las constantes bravuconerías sobre el uso de la fuerza revelan una debilidad aterradora. Un país con fuerza no necesita presumir de ella y sólo la usa de forma ocasional, inteligente y con muy buenas razones. Nadie puede creer que Groenlandia o Panamá reúnan esas condiciones.
La mayor parte de los expertos han pronosticado que la política de aranceles universales acabará volviéndose contra Estados Unidos y perjudicando gravemente su economía. Es posible que, si eso ocurre, los norteamericanos reaccionarán y pararán a Trump en las instituciones. No será la única de las decisiones del presidente que harán daño a su país. Pero todavía es pronto para saber si el daño no llega a ser tan profundo como para que llegue a ser irreversible. El MAGA puede acabar siendo no sólo la mayor torpeza cometida jamás libremente por los ciudadanos de un país, sino la empresa que lo conduce hacia el final de su tiempo de gloria.