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Antonio Elorza: Europa en crisis

«Con Europa como gran perdedor por las consecuencias de la invasión de Ucrania y de la estrategia de Trump, Sánchez puede ver paradójicamente reforzado su juego»

 

Europa en crisis

 

El avance imparable de la extrema derecha evoca un regreso de los fascismos de hace un siglo. Algo hay de eso, pero no es lo fundamental. Con el auge de los totalitarismos en los años 20, se da la coincidencia en cuanto a la búsqueda de soluciones autoritarias, entonces para afrontar una coyuntura de malestar económico y de amenaza revolucionaria. Solo que esta última ya no existe hoy y la intensidad del declive económico es mucho menor que hace un siglo, aunque no sea en modo alguno despreciable.

Lo que está ahora en tela de juicio es el tipo de organización social y económica que cobró forma en la segunda mitad del siglo XX, y que precisamente para garantizar el bienestar y el crecimiento de todos nuestros países forjó la Unión Europea. Una puesta en cuestión apoyada en un sentimiento generalizado de inseguridad y frustración. Su efecto es el desprestigio creciente de las organizaciones e ideologías que habían impulsado el progreso del continente a partir de 1945: socialdemocracia y conservadurismo democrático. Finalmente, como en la caída de unas piezas de dominó, ese derrumbamiento en cadena va a parar en la crisis de la democracia representativa y del Estado de bienestar, su correlato como garantía de estabilidad. Todo ello envuelto en un pesimismo generalizado. Hoy peor que ayer, pero mejor que mañana.

Una muestra bien reciente es lo que ha sucedido en Francia al ser plebiscitado Bruno Retailleau al frente del antiguo partido de Chirac y de Sarkozy, Los Republicanos. Desde el centro democrático, la llamada «Macronía», fiel al presidente y al primer ministro Bayrou, la victoria de Retailleau ha sido saludada como una victoria propia, ya que el vencido, Laurent Wauquiez, anunciaba una ruptura inmediata con el gobierno, siguiendo la senda que trazara su predecesor en la dirección del partido, alineado ya con la Agrupación ultraderechista, el Rassemblement National, de Marine Le Pen. Hubiese sido un triste fin de ciclo histórico: los antiguos gaullistas absorbidos por los herederos de Pétain.

Solo que Bruno Retailleau, a mi juicio futuro vencedor de las elecciones presidenciales de 2027, es todo menos un representante del centro-derecha. Procedente de esa aldea de Astérix de la derecha francesa que es la Vendée desde la Revolución, y del partido más tradicionalista en su día del espectro político, Retailleau no renuncia a la ruptura con el centro de Macron. Simplemente está tratando de capitalizar su dura y popular gestión ministerial en el Ministerio del Interior, frente a la inmigración y sobre todo, pasando a la ofensiva contra lo que llama «entrismo musulmán», la actuación proselitista legal en Francia de los Hermanos Musulmanes. Potenciará así su propia imagen de salvador de la verdadera Francia, sin la connotación antirrepublicana de Le Pen.

El previsible éxito de Retailleau no sería la excepción a la regla europea, sino su confirmación en cuanto a la hegemonía de la derecha. La reciente cascada de triunfos electorales de la ultraderecha viene a confirmarlo. En Portugal, desde coordenadas muy distantes, acaba de repetirse lo sucedido hace tres meses en Alemania: ascenso irresistible de un partido fundado casi ayer, Chega (¡Basta!) que se sitúa por encima del 20% y alcanza il  sorpasso a costa de un Partido Socialista en sorprendente caída libre. Exactamente lo mismo que logró la Alternativa por Alemania (AfD) en febrero, a costa del histórico SPD. Fue un proceso iniciado con anterioridad en Austria, viéndose consolidado en las legislativas de septiembre de 2024, con la extrema derecha –Partido de la Libertad–, casi al 30% mientras el socialismo apenas supera el 20%. En todos estos casos, mediante alianzas, el centro-derecha mantiene todavía a duras penas gobiernos europeístas.

«Solo el sistema electoral de dos vueltas permitió que el grupo de Marine Le Pen quedase fuera de juego, con su 33% en 2024»

La socialdemocracia ha sido también la víctima principal del inesperado estallido de la derecha nacionalista prorrusa en Rumanía, mientras en Francia, tras el desplome que siguió a la presidencia de François Hollande, permanece atrapada en la pinza de los dos principales contendientes, el Rassemblement de Le Pen y la Francia Insumisa del izquierdista Melenchón. Solo el sistema electoral de dos vueltas permitió que el grupo de Marine Le Pen quedase fuera de juego, con su 33% en las legislativas de 2024. Las elecciones europeas del pasado año confirmaron la tendencia: primacía mantenida a duras penas por el Partido Popular Europeo, con algo más del 25%, retroceso socialdemócrata, por debajo del 20% y ascenso de los dos grupos de extrema derecha, superando el 22%, y encabezados por los «soberanistas» más duros (Le Pen, Orban, con ellos Vox) de los llamados Patriotas por Europa. Pensemos que aun no había intervenido el efecto Trump.

El denominador común ideológico es claro, aunque sus causas difieran en cada caso. En Europa centro-oriental, y de modo concreto en Hungría, Eslovaquia y Polonia, una tradición secular de nacionalismo fuertemente conservador y escaso apego histórico a la democracia, propició que la frustración por los escasos logros de la entrada en la UE fuera capitalizada pronto desde una derecha radical. Algo similar ocurrió en Austria, acompañado, como en Alemania, por el desgaste de la socialdemocracia. El panorama es diferente en Rumanía, donde la culpable fue la economía. Al igual que en la vecina Bulgaria, el ingreso en Europa ha tenido lugar partiendo de una inferioridad económica con los países más desarrollados de la UE, provocando una emigración masiva.

Si a esto sumamos una corrupción también en masa, cabe explicarse el desprestigio de la democracia representativa. Este llegó en Francia por otro camino, la crisis de los partidos dominantes desde De Gaulle –conservadores y socialistas– sobre un fondo de estancamiento económico. En Italia se había producido anteriormente, en el fin de siglo, con el singular protagonismo del liderazgo populista de Berlusconi, desembocando aquí en una no menos original hegemonía de la derecha posfascista; por lo menos respeta de momento el marco democrático con Meloni, mal menor frente a Salvini. Por algo el famoso video propagandístico de Berlusconi, Meno male che Silvio c’è (cva), se cerraba con la imagen del Palacio de la Civilización italiana en el EUR, la construcción emblemática de Mussolini. El mentor de Meloni, exfascista de acción, Ignazio La Russa, presidente del Senado, tiene en casa un museo de bustos del Duce.

Por uno u otro camino, hay una convergencia en el punto de llegada. Son movimientos o gobiernos que oponen un soberanismo nacionalista a la Unión Europea, y señalan como principal enemigo a la inmigración para justificar el cierre frente al exterior –sean el millón sobrado de ucranianos en Polonia, el islamismo musulmán en Francia o los «extracomunitarios» en Italia. La Hungría de Orban da el ejemplo en cuanto a la restricción de los derechos civiles , la orientación hacia un poder autoritario en una «democracia iliberal», y de un modo u otro, el rechazo a la solidaridad con Ucrania, que cierra el círculo con el apoyo de la presión rusa.

«Desde la crisis de 2008 se ha apagado toda confianza en obtener una mejora en la vida de las mayorías por vía de reformas parciales»

Trump ha venido a reforzar una tendencia complementaria, ya latente y reflejada en la crisis de los partidos socialistas, con la expectativa de ir hacia el progreso económico, mediante el desmantelamiento del Estado de bienestar en nombre del «antiestatismo» y la primacía absoluta de un capitalismo desregulado. La etiqueta es amplia y sugerente: «liberalismo económico». Un señuelo curiosamente atractivo para el voto joven.

El telón de fondo de ese revisionismo no es otro que las visibles insuficiencias de la UE en el marco desfavorable de la globalización para unos, y para otros –países atrasados y sector agrario– la frustración ante los resultados de la integración en Europa. No resulta casual que su consecuencia, un gran viraje de los electores hacia la derecha, tenga lugar especialmente en la Europa rural, mientras el voto urbano se mantiene como bastión del europeísmo. Los mapas electorales de Francia 2024 y de Rumanía 2025, por lo menos, reflejan de modo espectacular esa divisoria. Lo que también resulta claro es que desde la crisis de 2008 se ha apagado toda confianza en obtener una mejora sensible en la vida de las mayorías por vía de reformas parciales. Especialmente en los jóvenes. La socialdemocracia ya no vende. Únicamente lo sucedido con el PS portugués es inexplicable: salir del gobierno por supuesta corrupción y desde la mayoría absoluta a fines de 2023, ganar las europeas en 2024 y hundirse su representación en las del día 18 de mayo.

La solidaridad con Ucrania ha intervenido también a favor de la derecha; en unos casos, como Rumanía y Polonia, por vecindad con el conflicto, en otros como Hungría y Eslovaquia, por cercanía a Putin, y en Europa occidental, en fin, porque a nadie le apetece correr riesgos y asumir costes por una guerra lejana. El sentimiento paleocomunista observable en España o en Francia es, sin embargo, marginal entre occidentales, aunque tuviera el curioso respaldo del Papa Francisco, al denunciar a los «perros de la OTAN, ladrando a las puertas de Rusia». No así entre tantos rumanos y búlgaros, residentes hoy entre nosotros, nostálgicos del pasado socialista y que culpabilizan a Europa de haber tenido que abandonar su país. El voto mayoritario prorruso de estos emigrantes en las elecciones rumanas lo reflejó con claridad.

Putin ha jugado fuerte y bien, ejemplo la intoxicación preelectoral en Rumania, estando a punto de conseguir sus objetivos como hiciera antes con suma habilidad y determinación en Georgia, mientras de cara al resto de Europa exhibe la amenaza de un ataque nuclear y al mismo tiempo circunscribe su agresión al conflicto bilateral con Kiev. Es lo que ya hizo Hitler entre 1933 y 1939. En todo caso, sugiere, ocupémonos de Gaza, según propone Sánchez, con su habitual recurso a la huida de una realidad incómoda.

«Trump deja a Ucrania y a Europa a merced de la estrategia imperialista de Vladimir Putin»

En esta dirección, a favor de Putin, Trump está dando el golpe decisivo. Por la marcha de la guerra, la victoria rusa parece solo ya cuestión de tiempo. Trump se lo concede, mientras detrae recursos militares a Kiev, impulsa negociaciones carentes de contenido y desmoraliza a Zelenski al dejar claro que la UE está sola en su apoyo a Ucrania y que ni él ni Putin permitirán su intervención en el proceso de paz. Juega a una inverosímil realineación de Rusia respecto de la alianza con China y deja a Ucrania y a Europa a merced de la estrategia imperialista, sobradamente probada, de Vladimir Putin.

Por méritos de la agresividad de Putin y de la deserción norteamericana, regresa la URSS, sin comunismo, pero con la KGB en estado de plenitud, dispuesta a todas las «medidas especiales militares» que sean necesarias, dentro y fuera de Europa. Y una vez la UE vencida y sometida a una nueva crisis, puede llegar para un continente desmoralizado la hora de la extrema derecha, del nacionalismo xenófobo y del iliberalismo, con su fórmula ya contrastada de autoritarismo político y plena «libertad económica».

Así las cosas, en esta partida de billar a tres bandas, con Europa como gran perdedor por las consecuencias de la invasión criminal de Ucrania y de la estrategia de Trump, Pedro Sánchez puede ver paradójicamente reforzado su juego, por lo menos a corto plazo. Para empezar, lo sucedido en Portugal, viene a darle la razón: no hay que preocuparse de evitar la corrupción, por mucho que le afecte, sino de esconderla como sea.

En 2023, el primer ministro socialista, António Costa, dimitió por una cuestión moral: «La dignidad de las tareas de un primer ministro –explicó– no son compatibles con ninguna sospecha sobre la integridad, el buen comportamiento y menos aún con cualquier tipo de acto delictivo». Y mira adónde fue a parar su mayoría absoluta. El ejemplo refuerza la resiliencia de nuestro presidente, dispuesto a llevar la guerra contra los jueces adónde sea necesario con tal de que la corrupción no provoque su caída.

«En el PSOE de Sánchez no hay grupo dirigente de carácter político ni jerarquías acordes con los estatutos»

Viene a reforzarlo la estructura de poder puesta al descubierto por los chats con Ábalos, los cuales suponen algo parecido al hallazgo inesperado que en las series policiales resuelve el caso. Gracias a estos insólitos mensajes, comprobamos que en el PSOE de Sánchez no hay grupo dirigente de carácter político ni jerarquías acordes con los estatutos. El poder efectivo correspondía al gang del Peugeot que asumió desde 2017 un mando absoluto, aupado sobre las primarias, incluso con su escalafón interno; Número Uno (Sánchez), Dos (Ábalos), Tres (Cerdán) y el chófer para chapuzas tales como la colocación de «sobrinas», con el deber de atenderlas porque si no «le cortan los huevos» (sic).

Los cargos electivos del partido tuvieron que aceptarlo ciegamente, por mucha que fuera su legitimación estatutaria o electoral, so pena de verse descalificados. Los mensajes no ofrecen dudas al respecto. Estamos, pues, en los antípodas del intelectual colectivo, ante una versión cutre de los filmes sobre gánsteres de Ford Coppola y Scorsese, pero de suma solidez, ya que evita la inseguridad que pudiera derivarse de un pluralismo interno o de debates políticos sobre la política a seguir, para subordinarlo a la preservación de los intereses del Jefe.

Y por fin, la cuesta abajo europea, en cuanto a la crisis internacional, viene a dar la razón a Pero Sánchez en otra guerra suya, la imaginaria que sostiene contra la derecha leal a la Constitución, como fundamento de su poder. No le importa lo que luego suceda, por vulnerar la regla europea de convergencia estratégica de socialdemócratas y «populares»; tampoco que por el desgaste de los segundos, incluso con las mismas siglas, la extrema derecha tome el relevo. Mientras siga en pie el heterogéneo muro de hoy, apoyado en enemigos declarados del orden constitucional, Pedro Sánchez no podrá gobernar con normalidad, pero se mantendrá en el puesto de mando y seguirá consolidando su control dictatorial del Estado. Si la economía se sostiene, los éxitos de Trump y de Putin, pésimos para Europa, le vienen sin embargo a él, como llovidos del cielo. Su gobierno es el último baluarte del progreso.

 

 

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