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Antonio Elorza: Las batallas de la memoria

«Si Feijóo quiere perder elecciones, que pase página en Valencia y permita que Sánchez se burle de la democracia, eludiendo toda explicación al Congreso»

Las batallas de la memoria

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

 

La construcción y la destrucción de la memoria son parte inseparable de la historia. Así como toda situación de poder intenta legitimar su existencia, acuñando argumentos, símbolos e imágenes que la legitiman y confieren un marchamo de permanencia, intenta cancelar aquellas que actúan en sentido contrario. Desde los faraones que ponen su nombre en el cartucho, en lugar de uno anterior, apropiándose así de un templo, a la presuntuosa estatua de la ciudad de Sofia que reemplaza a la de Lenin en el centro de la capital búlgara, los ejemplos son múltiples.

A veces, la condena de la memoria cumple su función política, pero no se ve consumada, como fue el caso de los monumentos saadíes en Marrakech: el palacio «incomparable» fue arrasado, pero las maravillosas tumbas de la dinastía vencida reaparecieron al ser roto un muro durante el protectorado francés. Lo mismo que las pequeñas manos sobre las columnas, con los personajes borrados, que nos indican en Rávena (Italia) que allí estaba representado el palacio del rey ostrogodo Teodorico.

Tampoco falta en ocasiones la manipulación inteligente, y el caso más significativo es justamente el gran cuadro del Ayuntamiento de Siena, donde es ilustrado el contraste entre la forma de gestión democrática de la ciudad y el malgobierno del pasado tiránico, todo un emblema de la iconografía política medieval. Pues bien, hay una sutil trampa, ya que en ese momento el gobierno ha girado hacia la oligarquía («de los nueve») y sigue siendo representado con los rasgos del pasado inmediato democrático («de los veinticuatro»).

La cuestión no concierne exclusivamente a los historiadores del arte. En la sociedad de masas del último siglo, donde la comunicación desempeña un papel fundamental, la memoria es un instrumento de primera importancia a la hora de configurar las mentalidades y los comportamientos colectivos. Tal vez con efectos deformantes y reductivos, como ocurre con una Segunda Guerra Mundial donde los malos son inequívocamente los nazis, mientras sigue el mito injustificado de los italiani brava gente: recordemos el capitán Corelli y su mandolina. En el mismo sentido, de cara a bombardear España, Mussolini fue más sanguinario que Hitler: Levante y Cataluña lo atestiguan.

Y cuando se ha buscado corregir los estereotipos, como al intentar el cine dar cuenta en Francia de excesos propios, sobre todo en la guerra colonial, el rechazo fue rotundo: La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, estuvo prohibida en Francia durante décadas. Semejante clausura se vio compensada curiosamente por su uso pedagógico en centros militares de los Estados Unidos en Latinoamérica, dada la exposición en el film de métodos eficaces de interrogatorio y tortura.

«Simplificación y amputación son simples instrumentos del maniqueísmo que preside la visión política de Sánchez»

En este orden de cosas, no faltan los defensores de los derechos humanos para casa y de la tortura para el otro. Recuerdo lo ocurrido a fin de siglo cuando un general francés, Aussaresses, abrió la caja de Pandora de las torturas coloniales. Respondieron los intelectuales con un manifiesto, entre cuyos firmantes me sorprendió ver casi al frente a un sujeto que había sido antes defensor encarnizado de los GAL.

A título personal, puedo reseñar un episodio complementario, al hablar en la UCM (de verano) sobre la represión en la Guerra Civil. Mi posición no es débil sobre el 18 de julio, ya que tomándole la palabra Franco, en noviembre de 1935, de que era necesaria «una operación quirúrgica» que eliminase a la Antiespaña -y bien que la llevó a cabo-, valoré su actuación como un genocidio, pero también hice notar que en la vertiente opuesta, la secuencia de hechos como Paracuellos era de «crímenes contra la humanidad». Una señora del final de la sala no pudo reprimirse y comentó: «¡Y decían que este tío era de izquierdas!».

Obviamente, la disconforme estaría de acuerdo con la política de la memoria, apuntada por Zapatero, y llevada al extremo por Pedro Sánchez, según la cual, la Memoria Democrática se basa exclusivamente sobre la condena de la sublevación militar de julio del 36, y de todas sus consecuencias, a medio y largo plazo, con sus antagonistas protegidos todos en el recinto angélico de la legalidad. Hubo un infierno y lo contrario tuvo que ser el paraíso. Por añadidura, no hay infierno para los años de plomo que nos recetó ETA. Como sabemos, tales simplificación y amputación son simples instrumentos del maniqueísmo que preside la visión política de Pedro Sánchez.

A partir de ahí, queda refrendada la necesaria presencia del gobierno progresista, en eterna lucha victoriosa contra una reacción, heredera del franquismo. La perspectiva de «reconciliación nacional», paradójicamente anunciada por el PCE en 1956, resulta sustituida por una crispación permanente, una interminable guerra fría destinada a partir en dos a la sociedad española. La memoria se construye así al margen de la historia y al servicio de una ideología belicista. Pedro Sánchez ha leído sin duda poco, y desde luego no a Manuel Azaña.

«La eliminación de la memoria, por lo que se refiere a ETA, es una pieza clave de la estrategia política de Sánchez»

La eliminación consiguiente de la memoria, por lo que se refiere a ETA, es así una pieza clave de la estrategia política de Sánchez, quien visiblemente valora a Bildu como su más fiel aliado. No importan los socialistas asesinados, ni quienes vivieron (vivimos) años bajo amenaza de muerte. Cuando en el Congreso, Feijóo se presentó con un pin recordando a Miguel Ángel Blanco, él lo hizo con otro mirando al objetivo 2030. Y eso enlaza con la voluntad de olvido del PNV, buen cómplice en más de un momento de la estrategia etarra (y no solo en el pacto de Estella/Lizarra).

El Centro Memorial de las Víctimas, en Vitoria, es la expresión de ese doble fraude que en sus dos intervenciones de este domingo, llamado Día de la Memoria, justificó solemnemente el lehendakari Pradales, siempre al amparo del homenaje a las Víctimas, todas, de ETA y del Estado, fuerzas de orden público, GAL, etc. Son, en sus palabras, protagonistas de «una memoria no revanchista, sin recriminaciones ni olvidos, integradora», dedicada al «sufrimiento» de un pueblo.

Lógicamente, es una memoria sin responsables de lo ocurrido. Honor a los funerales, y olvido de los crímenes y de los criminales, basada en una inaceptable equidistancia. No se trata por supuesto de ignorar al GAL, ni a las violaciones de derechos humanos, pero sí de considerar que la responsabilidad fundamental de los años de plomo, toca a ETA (y a sus cómplices). Es solo cuestión de ponderar, y esto no conviene al PNV, ni a Bildu, ni a Pedro Sánchez.

Las medidas evocaciones de Pradales el domingo sobre su experiencia personal de ese «sufrimiento» con la más clara muestra de que estamos ante una memoria, deliberadamente reñida con la verdad histórica, y por lo mismo con un futuro democrático para Euskadi. Manipulada al modo de Siena, pero hasta tergiversar realidades incontestables. Balance: un relato en definitiva favorable para el terror, vencido en la «lucha armada», pero políticamente triunfante. De cara el futuro, el capital de ETA y del nacionalismo sabiniano, excluyente de España, permanece intacto.

«Sánchez se ha superado a sí mismo, como maestro de escurrir el bulto cuando sobreviene una crisis»

Ha sido una batalla de la memoria perdida, y con toda probabilidad la que ahora se inicia en torno a las responsabilidades políticas de la catástrofe valenciana se perderá también. La DANA ha traído la muerte y el horror, también algunas enseñanzas políticas a no olvidar, sobre quienes no ejercieron sus responsabilidades, por parte del presidente del Gobierno y del que dirige la Generalitat valenciana. Hay dos dimensiones diferenciadas en lo ocurrido: una es la que concierne al medio natural, también con implicaciones políticas, sobre la falta de prevención (muestra: el famoso arroyo de la muerte): otra toca a las decisiones y omisiones del 29 de octubre y días sucesivas.

Pedro Sánchez se ha superado a sí mismo, como maestro de escurrir el bulto cuando sobreviene una crisis cuya gestión le puede resultar costosa. Se vio en el curso de la covid, se acaba de ver cuando el caso Ábalos pasa a su lado como si hubiera sucedido en otra galaxia, y se ve en la tragedia valenciana, al mostrar una inhibición prepotente, rehuyendo la responsabilidad que hubiera debido asumir por la magnitud de los sucesos y la manifiesta imposibilidad de encontrar soluciones con los medios propios de una sola comunidad. Y por cierto las riadas también afectaron a otras. La legislación vigente se lo autorizaba, la realidad se lo exigía y la coartada de que no quiso interferir en las competencias de la Comunidad Valenciana, resulta impresentable habida cuenta de su permanente decisionismo.

Prefirió cargar todo en la cuenta de Carlos Mazón, con la colaboración de este, siguiendo la pauta ya adoptada en el curso de la covid, cuando tras una presión de Urkullu se instaló en una cogobernanza sin marcha atrás que le eximía de tomar decisiones impopulares desde el Gobierno.

La tardanza increíble en la llegada del Ejército para acciones asistenciales y los también increíbles diez días de retraso en pedir ayuda a la UE, que la ofreció el mismo 30 de octubre, son pruebas inequívocas de culpabilidad. En otro orden de cosas, es asimismo grave otra exhibición, esta vez de mentira y de odio, al atribuir las protestas airadas de Paiporta a una inexistente conspiración de grupos de ultras, primero, y luego impulsar la persecución judicial a fondo de los que fueran identificados por atacarle. No hemos visto la imagen del palo que golpea la espalda de Sánchez, según Marlaska, y sí el barro lanzado contra su automóvil, tal vez de insospechado potencial destructivo.

«Mazón ha venido a probar aquello de que no existe alternativa a Sánchez, porque la gestión del PP es todavía peor»

Por fin, el círculo se cierra con la indignidad política, al rehuir Pedro Sánchez, lo mismo que la vicepresidenta del ramo, la explicación debida al Congreso. Se va a Bakú a hablar del clima en la COP29 y allí se lucirá como figurón opuesto al calentamiento y a Trump. Para eso serviría bien la vicepresidenta que ahora va a ascender en Europa. No cabe mayor desprecio a la democracia. A los ciudadanos y a las víctimas. Nuestro hombre es así, y acabará ganando esta partida.

Viene en su ayuda el PP, que ha renunciado a la depuración de su presidente de la Generalitat, ausente sin causa al llegar la DANA. El 29 de octubre de Carlos Mazón no necesita más esfuerzos suyos de aclaraciones de verosimilitud dudosa. Ha venido a probar aquello de que no existe alternativa a Pedro Sánchez, porque la gestión del PP es todavía peor; en circunstancias extremas como las pasadas, letal para los ciudadanos. Por mucho que Mazón lo repinte o encuentre justificantes válidos, el fondo del relato, con el president aislado durante la interminable comida, es ya inamovible.

Si Feijóo quiere perder elecciones, lo tiene claro. Pase página en Valencia y permita que Sánchez se burle de la democracia, eludiendo toda explicación al Congreso de lo que no hizo y debió hacer. A circunstancias excepcionales, medidas excepcionales. Incluso afectando a la normal vida democrática. El acta de acusación debe serle presentada a él en el Congreso. De otro modo, la dimensión política de la memoria sobre la tragedia se limitará a la imagen de Mazón, con sus inconsecuencias y el chaleco color naranja, premiado por el pueblo que en masa exigió su dimisión. Y Sánchez y los suyos, Robles incluida, indemnes una vez más. La mejor memoria de la catástrofe que pudieran desear.

 

 

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