Antonio Vélez: Feminismo y lenguaje
Aseguran algunos pensadores que el lenguaje es un instrumento de dominación y manipulación. Por eso los lenguajes, la mayoría marcados por un sesgo masculino, son los causantes de la dominación masculina en el mundo. Se olvidan imperdonablemente que el origen de la dominación masculina o machismo se debe al dimorfismo sexual, que en la especie humana significa mayor tamaño y fuerza del varón. Mayor fuerza muscular, o fuerza bruta, pues no guarda relación con la inteligencia, y que con el tiempo se fue convirtiendo en dominación y abuso. Lo mismo que ocurre, pero hipertrofiado, entre nuestros primos los chimpancés y gorilas, a pesar de que son casi mudos. Cabe señalar que este dimorfismo es anterior al lenguaje, y su presencia se fue colando en este, transmitiéndole su molesto sesgo masculino.
Algunas feministas aseguran que el uso de palabras diferentes para los oficios de hombres y mujeres ha llevado a la discriminación en su contra. Sobrevaloran el poder machista del verbo. Por eso hubo que sacar de uso la palabra poetisa y remplazarla por una más respetable: poeta. Cuando lo acertado es competirle al varón con poemas de alta inspiración y olvidarse de ayudas tontas.
Nos enseña Fernando Ávila, experto en nuestra lengua, que el persa moderno no maneja géneros, es decir, que se trata de una lengua neutra, sin femeninos ni masculinos. Entonces, en Irán, donde se habla el persa, debe darse una perfecta equidad entre géneros, gracias a la envidiable neutralidad de su lenguaje ¡Falso! Sabemos que la mujer en ese supuesto paraíso feminista vale menos que una cabra. Porque no hay peor discriminación contra la mujer que la que se observa en ese y en todos los demás países dominados por el islam.
En un ensayo periodístico titulado ¿Feminismo o idiotismo?, Fernando Ávila escribe: “Aclaro dos cosas. Una, que feminismo es la reivindicación extrema de lo femenino, y no la indispensable defensa de los valores de la mujer. Dos, que idiotismo es un error gramatical consistente en corregir lo que ya es correcto”. Y más adelante agrega: “No hay amanto y amanta, sino amante, sea hombre o mujer… Pues ahí han caído las feministas para convencernos de que la terminación –ante, –ente es masculina, y que era preciso crear los equivalentes femeninos, parienta, invento de santa Teresa; gerenta, engendro ejecutivo contemporáneo; y superintendenta, exabrupto de algún locutor light”.
En la difícil lucha de las feministas por lograr una equidad en los géneros lingüísticos se ha llegado a extremos ridículos, alargando innecesariamente la escritura, para terminar muchas veces en incongruencias. Con el fin de exhibir los problemas de llegar a una equidad perfecta entre los masculino y lo femenino en el lenguaje, Ávila se inventa esta joya: “La perra y el perro son la mejor amiga y el mejor amigo de la mujer y del hombre”. Olvidan los defensores y las defensoras de este embrollo lingüístico que el lenguaje tiene como fin primordial facilitar la comunicación, no dificultarla. Pero la equidad milimétrica alarga innecesariamente el texto, afea el estilo y resta claridad.
No faltarán bromistas que en esta lucha boba de la equidad lingüística querrán, en compensación, convertir en masculinos aquellos sustantivos sustanciosos, de gran calado, y que el lenguaje caprichosamente, como lo es en todo, los maneja en femenino: la tierra, la atmósfera, la luna, las galaxias, la vida, las personas, las aves, las ballenas, las bacterias, las plantas, la sabiduría, la eternidad, las religiones, la música, las artes, la tecnología, las ciencias, la equidad de géneros…
Olvidan “los y las” de la equidad, ingenuamente, que ese equilibrio en el lenguaje no es cuestión elemental, pues involucra multitud de cambios, no tonterías como esa de “los niños y las niñas”, en lugar de “los niños”. Es un trabajo de generaciones, casi imposible de llevar a cabo, y, ante todo, inútil. Un amigo, bromeando, decía sobre este asunto de balancear el lenguaje, que habría que cambiar casi toda la cultura, para que fueran intercambiables expresiones como “me comí un perro caliente” y “me comí una perra caliente”, porque la cultura, milenaria, se refleja en el lenguaje, como en un espejo.
El feminismo está empeñado en ganar una batalla, y para ello debe conocer muy bien el “enemigo” que tiene en frente. Es necesario investigar las diferencias sicológicas naturales entre los dos sexos y pensar bien la estrategia cultural para enfrentarlas con éxito a fin de lograr la igualdad. Debe buscarse la equidad, no en el lenguaje, cosa secundaria, sino en las horas dedicadas a las labores intelectuales y creativas. El esfuerzo debe dirigirse a disminuir, por parte de la mujer, y de algunos hombres), las largas horas dedicadas a la peluquería, a las uñas, al maquillaje, a la moda…. Pero, ¿será posible? El tiempo lo dirá, pero adviértase que este tiempo debe medirse en generaciones.
Nota: tenemos tendencia a la brevedad, a la simplificación, aunque a veces nos desviamos de estos sanos principios, pero llegarán generaciones más libres y se terminarán las tonterías.
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