Democracia y Política

Antonio Vélez: Hipocresía

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La hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es grande virtud política.

Francisco de Quevedo

La hipocresía es un comportamiento natural del hombre, y es de tiempo completo, pues constituye un ingrediente indispensable para llegar a una grata, pacífica y estable convivencia social. En la política, la hipocresía es pan nuestro de cada día. Cuando un congresista se refiere a un colega como honorable senador, por dentro está pensando otra cosa. La verdad es que si fuésemos sinceros de manera permanente con los que nos rodean y dijésemos abiertamente lo que pensamos de ellos, pocos amigos tendríamos, y sí muchos enemigos.

La razón principal es que, por perfectos que nos sintamos, los demás reconocen en nosotros multitud de defectos y debilidades. En consecuencia, una sociedad de personas que hablen siempre con franqueza, que digan lo que están pensando, sería poco atractiva, demasiado áspera y llena de conflictos y encontronazos. Si dijéramos solo la verdad, las consecuencias serían terribles: toda la estructura social se desplomaría. Esto supondría el fin de todas las relaciones: personales, profesionales y públicas. Por eso el elogio inmerecido, la zalamería, la mentira piadosa y la píldora dorada forman parte apreciable de nuestro repertorio diario.  Y son un efectivo lubricante de la maquinaria social.

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El eufemismo es un invento social, una travesía del significante que nos evita los caminos ásperos del significado, y que nos sirve para no ofender los oídos castos y beatos de los bienintencionados. El eufemismo es hipócrita, es una mentira social de consumo diario: se da un rodeo cuando consideramos muy crudo llamar las cosas por su nombre, como cuando decimos baño por inodoro, o cuando de un negro decimos que es un hombre de color. Y si queremos escribir una “palabrota”, le hacemos el esguince y la remplazamos por algo como &$!%. Y cuando en una reunión de personas muy serias hablamos sin tapujos de los órganos sexuales y de sus maniobras, o nos referimos a las acciones de defecar u orinar, más de una persona se sentirá muy incómoda y no querrá que continúe nuestro “sucio” discurso.

Los eufemismos se usan también para tapar el Sol con un dedo, y así ocultar verdades desagradables que todo el mundo conoce. De un alcohólico, por ejemplo, decimos simplemente que es un aficionado a la bebida, mientras que al ciego lo llamamos invidente. En ocasiones se llega a extremos inauditos: los puritanos de la época victoriana llamaban quintetos a los sextetos musicales (así evitaban la palabra sex), y para ellos las mesas no tenían legs (patas o piernas) sino limbs, extremidades.

El antropólogo Volker Sommer señala algunas hipocresías convencionales: señor, herr, monsieur, sir. El origen de estas expresiones, utilizadas hoy día en múltiples ocasiones, se remonta a títulos honoríficos aplicados a las personas respetables de edad avanzada. Hoy, comenzando el siglo XXI, las despedidas epistolares como su humilde servidor, muy comunes hace apenas medio siglo, nos parecen hipócritas. Y hasta humorísticas. Con el tiempo, la repetición desgasta los giros lingüísticos, que se aplican mecánicamente hasta que acaban siendo fórmulas petrificadas, insípidas, neutras. Sin embargo, reconozcamos que este proceso es útil, pues permite ahorrar mucha energía al no vernos obligados cada vez a inventar una frase nueva para expresar la misma idea vieja.

La doble moral es una de las presentaciones favoritas de la hipocresía. Una cómoda manera de mirar el mundo, de tal suerte que los pecados nuestros se justifican, en tanto que en los demás, esos mismos pecados se sancionan; es decir, solo vemos la paja en el ojo ajeno, un asunto de presbicia mental. La tendencia de todos nosotros es a darle brillo a la propia reputación, y a ventilar en público los pecados ajenos creyendo así que ocultamos o minimizamos los propios. En síntesis, la hipocresía es un mal socialmente necesario.

Con la autorización de Legis

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