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Antonio Vélez: Literatura menor I

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Existe un género literario menor, pero no por eso poco valioso. Se trata de una fauna formada por agudezas del espíritu, miniaturas literarias expresas de manera lacónica y que los gramáticos llaman de diversas maneras: aforismos, refranes, máximas, proverbios, pensamientos, dichos,  refranes, adagios, máximas, grafitis… Tienen diferencias entre ellas, pero sus fronteras son muy borrosas, se confunden a veces. Se caracterizan por el ingenio, la sabiduría, la gracia, la picardía, la improbabilidad de la combinación de palabras,  o la siempre bienvenida brevedad (Gracián lo sabía: Lo bueno, si breve dos veces bueno). Son por lo regular telegráficos, caricaturescos a veces. Pueden ser picantes, serios, juguetones, absurdos. Y si la inspiración lo permite, poéticos. A veces es importante lo que dicen, pero lo que verdaderamente importa es la forma de decirlo, el juego de palabras, para lo cual existe multitud de recursos: repeticiones, cacofonías, aliteraciones, contrastes, perogrulladas, contradicciones…

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Además, poseen una alta densidad semántica, con un mínimo de palabras, lo que en ocasiones obliga al lector a detenerse para descubrir sus significados escondidos, para completarlos en la mente y así descubrir lo que callan o esconden. Una rara literatura, de afán como el haikú, ese breve poema de origen japonés. Miniaturas para degustar.

Tales miniaturas literarias pueden usarse a veces para enseñar, para impartir una breve lección moral, para censurar algo, para denunciar y protestar (el grafiti se especializa en esta función), para insultar –por eso utilizan la sátira–, para desnudar debilidades y defectos humanos, o pueden ser solo trinos de humor para tomarnos el pelo. No olvidemos que esas miniaturas tienen otra función importante: son especialmente útiles para decorar un texto por medio de epígrafes. Ahora bien, como ocurre con el humor, existe un inconveniente: por su forma especial, esas miniaturas son especialmente difíciles de traducir de un idioma a otro, debido a que muchas veces usan combinaciones afortunadas de palabras, o usan localismos intraducibles que al hacerlo pierden toda su gracia, su sonoridad, inconvenientes que hacen que más de una vez debamos reinventarlas en el segundo idioma. Por ejemplo, nosotros los de habla hispana decimos: Loro viejo no aprende a hablar, que al “traducirlo” al inglés se convierte en: You can’t teach an old dog new tricks.

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Los refranes son dichos de origen popular, utilizados para expresar en una frase breve pensamientos con cierto contenidos moral, o educativo. Pero tienen una flaqueza: andan a veces en contravía, pues destacan solo una parte de la verdad, de lo cual surge otro refrán que lo contradice, como es el caso en estos dos: camarón que se duerme se lo lleva la corriente, y no por mucho madrugar amanece más temprano; y hay quienes aseguran que el silencio es más elocuente que la palabra, pero otros, inmediatamente, y violando el principio anterior, le responden que el que calla otorga. Al final, las verdades contenidas en algunos refranes son de mentira, y pasan a ser juguetes lingüísticos; pero no importa, jugamos y nos divertimos con ellos.

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El aforismo es una frase que pretende expresar un principio o idea de una manera sucinta, fulminante, a veces poética. El término lo debemos a Heráclito, quien lo usaba para referirse a los síntomas y al diagnóstico de enfermedades; posteriormente se ampliaron sus pretensiones. Para Enrique Jardiel Poncela son máximas mínimas; y aquí las usa para criticar a los padres de familia: Realmente, sólo los padres dominan el arte de educar mal a los hijos. Hay aforismos que tienen dos dimensiones: la del chiste y la de la reflexión filosófica. Montaigne, el agudo pensador francés, los usó así: Nadie está libre de decir estupideces; lo malo es decirlas con énfasis. Y el brasilero Millor Fernandes nos explica que La intuición es una disciplina que no fue a la escuela, y nos enseña: La justicia es igual para todos; ahí empieza la injusticia. El periodista científico Roger Highfield nos explica con simpleza el secreto profundo de la magia: La magia nace de las limitaciones del cerebro. Y dicen por ahí, con toda razón, que la memoria es una vieja mentirosa, y mientras más vieja, más mentirosa.

Con la autorización de legis

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