«Apóstoles del Arte» mantienen vivos los quebrados museos de Venezuela
Trabajadores de los museos venezolanos persisten hoy en un anónimo apostolado por preservar valiosas colecciones de obras de arte propiedad de todos los venezolanos. Este tesoro está amenazado cada día por la barbarie de la llamada "revolución bolivariana", con su indolencia oficial y la falta crónica de dinero en el que fuera uno de los países más ricos de América.
«Apóstoles del arte», así hemos decidido llamar a todos los trabajadores de las instituciones museísticas de Venezuela. No se con exactitud si las siguientes líneas son un articulo, un ensayo, una crónica o quizás una especie de biografía, pues desde mi niñez tuve la fortuna de conocer y disfrutar de los museos venezolanos, en especial el Museo de Bellas Artes, del cual mi papá, Carlos Silva, fue director durante varios años.
Fue sin duda esa experiencia desde tan temprana edad en el medio de las artes la que me llevó a dedicar parte de mi vida a este medio.
Trabajé en el Museo de Bellas Artes hasta el 2002, cuando me retiré por motivos personales, pero impulsada también por una idiosincrasia de izquierda muy marcada y que comenzaba a ganar esos espacios. Ya no la pude soportar.
No volví nunca más a un museo hasta el 2012, cuando me encontré con sus instalaciones que daban lástima: salas cerradas, jardines sin mantenimiento, falta de deshumidificadores. Tampoco había aires acondicionados, no solo para el público, peor aun, ni para la preservación de las obras.
Los museos venezolanos, en especial los de Caracas, contaban con una infraestructura maravillosa. Carlos Raúl Villanueva fue el encargado del Museo de Bellas Artes; Nicolás Sidorkovs del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y sus espacios bajo la firma E. Verner Johnsons & Asociados; el Museo Alejandro Otero fue diseñado por Pedro Mendoza y Hugo Dávila y el Museo de la Estampa y el Diseño Carlos Cruz Diez estuvo a cargo de Horacio Corser.
El solo hecho de pisar una sala de un museo produce una sensación reconfortante, es un silencio estremecedor ante la expectativa de lo que verán nuestros ojos y percibirán todos nuestros sentidos y nuestra memoria. Nada produce una sensación ni tan siquiera parecida, ningún espacio privado o galería es capaz de acercarse.
Como todo lo que alcanza el comunismo, los museos de Venezuela no escaparon de la destrucción y el abandono. Sus salas vacías y la melancolía de lo que fueron invaden todos los espacios.
Sin embargo hallé un maravilloso tesoro: sus CUSTODIOS
En su mayoría son personas calladas, muy delgadas, con vestimenta de décadas anteriores, lánguidos y que pasan desapercibidos. No les gusta llamar la atención, al contrario de los nuevos directores o el personal de altos cargos, a los cuales se les escucha hablar de la siguiente manera: «Buenos días señores y señoras, damas y damos, personas y personos». Esos recién llegados no son profesionales graduados como museógrafos, museólogos, arquitectos, antropólogos, curadores, historiadores, ni bibliotecarios.
También entre ese personal fantasmal, ángeles de los museos, persisten los bedeles, porteros y jardineros que saben de arte mucho más que cualquiera de nosotros que se haga llamar experto.
Hace pocas semanas asistí en contra de mi juramento pero a favor de mi ser, a unos interesantes talleres museográficos en dos museos de Caracas, allí entre la más grande emoción y la más profunda tristeza pude ver como estos “Apóstoles de las Artes”, hacen uno de los actos de amor más grandes y ausentes en estos días: preservar la obra de arte y el patrimonio Venezolano.
De sus míseros sueldos compran los guantes para no manchar las obras, pues el museo no dispone de ellos, de sus bolsillos sale el dinero para los tratamientos químicos para proteger el papel de los grabados de Goya, Miro, Picasso, Braque, Dalí, entre otros. Sus almuerzos son granos, pues no les alcanza para más, la mayoría tiene sus vehículos dañados, pues no compran repuestos, si no insumos para salvar las obras.
Los que dictan los talleres lo hacen con la ilusión de saber, que aun en un país hecho pedazos, con el alma y la voluntad subyugada, existimos algunos que buscamos salvarnos en las artes…
“Unos 30, 40 años en el museo han sido mi vida, Mariana. No voy a abandonar las obras, ellas no pueden defenderse solas de tanta barbarie. Aquí moriré de mengua o quizá haga un homenaje a la cena frugal de Picasso, pero a las obras no las abandono…”
Estas fueron las palabras de una mujer a quien quiero y admiro desde niña, y cuyo nombre omitimos para evitarle seguras represalias.
En su momento le sonreí, pero al marcharme lloré de manera desconsolada, pues yo que digo amar las artes y los museos, no tengo el valor, la entereza y la constancia de inmolarme para poder preservar las obras de arte, el patrimonio de todos nosotros los Venezolanos.
Del esplendor de los museos queda el recuerdo, quedan las sensaciones, las risas, el asombro y la autoestima en alto por haber formado parte de los circuitos expositivos más importantes del mundo, y sí, queda la vocación expuesta y evidenciada de estos seres, de estos espectros de personas, que han sobrepuesto aun por encima de ellos el amor y la lealtad a una obra, al testimonio de algún artista de una época que no volverá pero que persiste en la memoria…
No puedo ser optimista, es muy duro el panorama, sin embargo invito a que cada uno de nosotros preserve de alguna manera su amor y vocación por aquello que lo rodea, no importa si pensamos que es pequeño, no importa si se trata de algo inanimado, como lo podrían ser las obras, al contrario, lo que importa y muchísimo es lo que genera en nosotros: ser mejores personas.
*Este artículo va dedicado a mi padre Carlos Silva, quien desde pequeña me dijo que el arte salva. Este articulo va dedicado a todos esos hombres y mujeres, quienes han entregado su vida entera, en silencio, desde el anonimato, a preservar lo que para algunos de nosotros es el motivo de nuestras vidas: el arte en todas sus manifestaciones.