Aprender de los terremotos
Cascadia -la zona del Pacífico Noroccidental canadiense donde una placa de la corteza oceánica se subsume en el continente norteamericano hasta el manto terrestre, responsable de los terremotos más devastadores registrados en la historia- está en la mira del buque Marcus G.Langseth de la Universidad de Columbia.
A bordo, un equipo patrocinado por la National Science Foundation genera microsismos con ondas enviadas mediante un cañón de aire hasta el fondo marino, cuyos reflejos son captados entonces por hidrófonos y 800 instalaciones ubicadas en granjas y bosques costaneros.
Les intriga, paradójicamente, el empecinado silencio de una falla de 1.300 kilómetros que en el año 1700 provocó un terremoto de tal magnitud que un tsunami inundó las playas del Japón y la ominosa probabilidad de que al verse ahora encapsulada por la placa continental pudiese generar una repetición de aquella catástrofe que cubrió desde Vancouver en Canadá hasta Portland en Oregon, “con una ola hasta de treinta metros que licuaría el suelo debajo de las ciudades y muy probablemente costaría miles de vidas”, según The Scientist.
Es verdad que tales fenómenos suelen ocurrir cada 500 años, que mediciones GPS muestran que la tensión ha venido liberándose sin sacudidas mayores y que la legislación urbanística regional está basada en el peor de los escenarios, pero la investigación en curso se propone determinar el riesgo con la máxima precisión científica.
Las imágenes podrían además detectar bolsones de gas atrapados en los sedimentos, susceptibles de colapsar en avalanchas submarinas generadoras de tsunamis, posibilitando un sistema de prevención que desde luego reduciría los estragos en un área tan poblada y de tanta importancia económica.
En SCIENCE, el hidrólogo Christian Mohr de la Universidad de Potsdam, Alemania, afirma que los terremotos pueden edificar bosques con el mismo impulso que derriban rascacielos, inyectando agua adicional al suelo donde afincan sus raíces.
Su hallazgo ocurrió en 2010 de forma accidental mientras estudiaba la sedimentación ribereña en Chile, cuando la región de Maule fue sacudida por un sismo de magnitud 8.8 que devastó gran parte del litoral y, una vez pasado el susto, constató que los torrentes discurrían con más velocidad, quizás porque la remezón había incrementado la permeabilidad del suelo, permitiendo que las corrientes subterráneas fluyeran con más facilidad hacia los valles, donde los árboles crecieron a expensas del agua escamoteada a las laderas.
De vuelta en Postdam, muestras de madera de los valles observadas al microscopio revelaron un leve pero innegable incremento en el crecimiento en las semanas siguientes al terremoto y los investigadores piensan que la técnica a base de isótopos de carbono pudiera afinar la medición tradicional basada en los círculos en el tronco de los árboles para determinar con un margen de error mínimo la fecha de los movimientos telúricos, incluso de los ocurridos hace millares de años.
El siguiente paso será repetir la experiencia con vegetaciones y climas diferentes, por ejemplo en el Napa Valley de California, a fin de validar las conclusiones.
Y, finalmente, NATURE refiere un proceso multidisciplinario en la región italiana de Val d´Agri para minimizar los riesgos sísmicos en un campo petrolero activo sin menoscabo de la productividad, después de reinyectar los desechos de la explotación, contaminados con hidrocarburos y otros compuestos orgánicos e inorgánicos.
Y es que si bien la mayoría de los terremotos surgen del choque de las fuerzas tectónicas, también pueden resultar de la inyección de fluidos en la roca-madre, como sucedió en Oklahoma, Sichuan en China y en cuencas sedimentarias de Canadá Occidental, sobre todo desde la innovación del fracking, capaz de fragmentar hidráulicamente los yacimientos al costo de consecuencias negativas que apenas ahora comienzan a denunciarse.
Val d´Agri, un área tectónicamente activa, es el campo petrolero más grande en Europa Occidental, con más de la mitad de la producción italiana, donde la inyección de agua ha generado desde 2006 alrededor de 300 sacudidas de baja magnitud, pero como los registros históricos hablan de un promedio anual de cuatro terremotos de magnitud 5.5 0 mayores, el estudio en curso serviría para determinar hasta qué punto puede realizarse la inyección sin acarrear una actividad sísmica eventualmente catastrófica.
Como subraya la revista, se trata de un trabajo muy inusual, fruto de la colaboración académica e industrial, cuyo éxito podría traducirse en el desarrollo de nuevos procedimientos capaces de manejar y mitigar la sismología, compañera fiel de la actividad hidrocarburífera, que como en el conocido episodio de Groningen en los Países Bajos, en 1991, despertó una protesta pública tan vigorosa que obligó a interrumpir la extracción y dejar durmiendo la inmensa riqueza del subsuelo.
Varsovia, diciembre de 2021