Reinol González, el legendario el Secretario General de la JOC (Juventud Obrera Católica de Cuba), cuya alucinante historia merece ser contada
Una ola de pesar, tan densa que se puede cortar con un cuchillo, recorre el exilio cubano. Hace horas falleció en Miami un líder histórico en el combate por la libertad de su patria, Cuba. Fue un demócrata cabal pues no sólo se enfrentó a la dictadura militar de Fulgencio Batista, sino posteriormente, a la férrea y atea que impuso Fidel Castro, irónicamente, egresado de las aulas jesuitas en La Habana.
Reinol militaba en el sindicalismo cristiano. Su compromiso con su fe era fuerte y llegó a liderar la poderosa JOC, Juventud Obrera Católica. Los aparatos represivos de ambas dictaduras lo persiguieron.
Siendo uno de los principales dirigentes de la resistencia clandestina en la lucha contra el régimen totalitario establecido por Fidel Castro en Cuba, cayó preso el 12 de octubre de 1961. Condenado a 30 años de cárcel, permaneció encarcelado por dieciséis y dos meses.
Vivió en el aterrador centro de reclusión conocido como «Punto X» centro principal de torturas del régimen. Una vez fuera, Reinol escribiría un libro que tituló Y Fidel creó el Punto X donde describió sus vivencias en ese lugar.
Mi testimonio personal
Comparto profundamente el dolor de tantos cubanos por la muerte de Reinol. Puedo y quiero ofrecer un testimonio personal de la significación de su vida y la de su esposa, como testimonio de amor, de entrega, de consecuencia entre ambos y de ambos para con la lucha que los había unido y también separado.
Él y su esposa fueron muy amigos de mis padres y tíos. Siempre escuché hablar en mi casa, desde que tuve uso de razón, de Reinol González, de su valor, de sus principios imbatibles, de su presidio, de su entereza aún en los peores momentos y de los esfuerzos que todo el que podía hacía para verlo libre.
Era como la causa de todo el mundo. Uno de esos presos que el castrismo no soltaba. Una joya de la corona del despotismo caribeño. Cuando era una niña, lo imaginaba como una especie de coloso, de Hércules de la libertad.
Personalmente, tuve muy cercano trato con él. No sólo porque venía con frecuencia a Venezuela – donde estuvo exiliado en tiempos de Batista – sino porque, visitando nosotros Miami, era un compromiso fijo de papá ver a Reinol y conversar con él. Yo asistía fascinada, escuchando sus conversaciones, análisis y relatos de la epopeya que, cada quien a su manera, todos vivieron en lo que coinciden en llamar «la tragedia de Cuba».
En la familia, admiramos sinceramente a ese matrimonio y seguíamos a la incansable Teresita – fallecida años antes – en sus recorridos a lo largo y ancho del planeta, pidiendo a presidentes, reyes y primeros ministros gestiones por la libertad de su esposo y padre de sus hijos. Nunca perdió la esperanza y tampoco la fe. Finalmente, fue liberado el 11 de diciembre de 1977.
«Nos reencontramos viejos pero el amor seguía joven»
Cuando a Reinol lo hacen preso, eran una pareja muy joven, podía decirse que recién casados. Teresita estaba embarazada de gemelos. Llevaba cinco meses de gestación. Tuvo que salir de la isla y, con gran esfuerzo y dedicación, sacar adelante a sus hijos.
Trabajaba como una hormiguita. Era vivaz y enérgica. Recuerdo bien a mamá, cada vez que íbamos a Miami, advirtiendo: «Aquí nadie compra en otro lado que no sea en la tienda de Teresita».
La tienda era un salón de su casa donde exponía toda la ropa que había quedado en los grandes almacenes, al pasar las temporadas, que ella compraba a bajo precio y revendía. Así pagó los estudios de sus hijos. Así compró un auto y su propia casa. Comprar lo que ella vendía era la manera como muchos cubanos podían ayudarla en sus finanzas.
Hablar de Reinol sin hablar de Teresita es imposible. Cuándo él llegó a Miami, una vez liberado, encontró a sus hijos perfectamente educados, la casa que Teresita había comprado, un auto en la puerta y, lo más increíble: una biblioteca donde ella iba coleccionando todos los libros que pensaba él querría leer, para ponerse al día, al salir de un encierro donde el duro aislamiento no les permitía mantenerse al tanto de las publicaciones ni de lo que acontece en el mundo.
Conocieron a su padre después de 17 años
Cuando cierta flexibilización llegó para las comunicaciones telefónicas de los presos políticos con sus familiares, Reinol podía conversar con sus hijos y seguir de lejos sus progresos, conocer sus inquietudes y compartir sus anhelos.
Conocieron a su padre después de 17 años y Teresita se encontró con un hombre físicamente distinto al que dejó. Recuerdo que Reinol, bromista como todo cubano, me decía riendo: «Imagínate, nos separaron jóvenes, buenmozos…y ahora nos reencontramos arrugados, ¡yo con un problema de visión, gordo y feo!».
Pero siempre agregaba: «Eso sí, el amor está intacto. Teresita tiene un mérito descomunal. Lo que hizo por nuestros hijos, por mi libertad y por mantener vivo mi recuerdo no se ve todos los días. Es impagable».
En honor a la verdad, ¡cuántos casos de matrimonios rotos y de amores extinguidos por no soportar tanta adversidad, naufragados en el mar del olvido y el hastío! Pero eso no era con Teresita. Esperó a Reinol, con la misma ilusión, siempre, y lo acompañó hasta que ella partió, la primera.
Ayer, fiesta de San Judas Tadeo, perdimos a Reinol. El patrono de los casos imposibles debe haberlo recibido en el Cielo. Porque allá y a ningún otro lado fue Reinol. Sin la menor duda. No puedo afirmar que Teresita se encomendara a este santo pero lo cierto es que logró lo imposible: ver a su esposo retornar al hogar, del cual jamás han debido separarlo. Pero hay una increíble historia detrás.
Un relato de Cien años de Soledad
Después de mucho recorrer y sin la menor intención de bajar la guardia, Teresita se fue a Colombia. Pidió hablar con el Presidente – entonces López Michelsen – y la audiencia le fue concedida. Expuso lo de siempre, su petición de ayuda, de interceder ante el régimen de Castro por la libertad de su esposo. Al ver el tesón y la firmeza de ella, el mandatario prometió ayudar, sin saber muy bien de qué manera.
Aquí comienza lo que Teresita me contó en casa de una de mis tías en Miami. “Al terminar la audiencia, me dijo: «Señora, ya que está aquí, me gustaría invitarla a una cena en palacio esta noche. Quisiera tener con usted esa atención». Confesó que fue sin ganas y cansada por el viaje.
«Llegué y me sientan al lado de un señor que dijo llamarse Gabriel García Márquez. Amablemente se presentó, me buscó conversación y me pidió que le contara por qué estaba yo en Bogotá. Nada, chica, trataba de entablar un diálogo con alguien que no conocía pero que le había tocado al lado», me refirió jocosa.
Ella comenzó a relatarle su historia, cómo pasó todo, cómo sus hijos hablaban de tanto en tanto con su padre por teléfono, la hija le tocaba el piano y el varón discutía con él sobre ajedrez. Cómo ella había luchado por criarlos sola. También le refirió sus viajes por el mundo rogando por su esposo.
«Él me escuchó atentamente y se mostraba cada vez más conmovido. Me dijo: señora, su historia podría estar en uno de mis libros. ¡Parece un relato de Cien años de Soledad! Yo voy a ayudarla, haré que su esposo regrese con su familia».
Ella quedó con la misma sensación después de cada cita en cada país, con la misma impresión de que todo eran buenas intenciones pero… y se decía: «Si no han podido reyes y gobernantes, ¿cómo va a poder este señor?» Y olvidó el episodio.
Obviamente, ella no tenía mucha idea de quién se trataba. Era, nada más y nada menos, que el posterior premio Nobel de Literatura en 1982 y principal exponente del Realismo Mágico en Latinoamérica. A fin de cuentas, pensaría ella, ¡el intelectual era Reinol!
Dios los sentó
Más de un favor le debería Castro a García Márquez, pero fue Dios quien se lo sentó al lado en el Palacio de Nariño.
Dos o tres meses después, él la llama por teléfono a su casa de Miami: «Señora, soy García Máquez. ¿Su esposo está con usted?». Ella le pregunta: «¿Quién dice usted que es?» Él le recuerda: «El señor que estaba a su lado en la cena en Colombia». «Ah – responde ella – si, ya lo recuerdo. No, señor, mi esposo no está aquí».
Teresita pensó – ella era también muy divertida – que el tipo de la mesa le había resultado más loco de lo que pensaba. «Figúrate tú, qué más puedo pensar de uno que me llama a preguntar si Reinol está conmigo…¡por supuesto que no está! ¡Esta preso en Cuba!». Él agregó: «Sabrá de mí en breve». Hasta ahí la cosa, por el momento. Ella volvió a olvidar el asunto, pensando que, en serio, al personaje le faltaba un tornillo.
El corre-corre
Un par de meses después, vuelve el teléfono a sonar. Ella cuenta que estaba preparando una cazuela de pollo y a duras penas pudo tomar el auricular. De nuevo, era el tal García Márquez. «Señor, mi esposo no está aquí, ya se lo he dicho…»
Él se limitó a anunciar: «Espere, que se lo voy a pasar». Y en el teléfono… ¡la voz de Reinol! Le dijo que ese señor lo acababa de sacar de la prisión y de Cuba, que estaba en el aeropuerto de Barajas en Madrid y que la primera llamada había sido para ella. Que se fuera en el primer avión.
Mi tía relata: «Me llamó, con gran excitación me puso en cuenta y me dijo: te dejo la llave de mi casa bajo la alfombra de la entrada. ¡Salgo con lo que tengo puesto al aeropuerto!». Se terminaba una larga separación y el comenzaba, por fin, de una vida juntos.
«Vengo a llevármelo»
Llegando a Madrid contaron la historia a Teresita. Reinol la conoció durante las largas 9 horas de vuelo hacia Europa.
Reinol me relató lo que sigue. García Márquez le había dicho a Fidel: «Jamás te he pedido un favor. Ahora te pido que liberes a Reinol González. Es un compromiso que tengo».
Le dijo que sí, pero no lo hizo. Reinol seguía preso. Así que tomó un avión y se presentó en La Habana. Le dijo a Castro:
_«Vengo a llevármelo».
_«Sí, chico, llévatelo».
Reinol cuenta que fueron a su celda a tomarle medidas y pensó «bueno, me van a fusilar y me toman medidas para la caja»; pero no, le hicieron un traje a la carrera y lo llevaron a la presencia del fulano García Márquez, que lo esperaba con un avión encendido en pista.
Me dijo: «Volamos a Madrid. Lo voy a llevar con su familia, como le prometí a su esposa».
Reinol, que no entendía nada, escuchó el relato y se puso al día en muchas cosas con García Márquez. Se hicieron íntimos amigos, tanto, que Reinol terminó siendo su editor.
Viajaba mucho a México por ese motivo y cuando García Márquez llegaba a Miami se hospedaba en la casa de Reinol y Teresita. De esa amistad hay profusión de testimonios escritos y gráficos.
Hay muchas personas que tienen mejores versiones que la mía, pero ofrezco las que escuché de primera mano. Y hay mucho más que contar pero esto no tendría fin. Reinol vino un día a Caracas, fuimos a cenar y hablamos de lo divino y de lo humano. También fui su amiga y agradezco a Dios por eso.
«Ecumenismo intelectual»
Un día, él escribió: «Con Gabo he tenido el placer de coincidir muchas veces y de discrepar otras tantas y seguir siendo amigos. Esa es la esencia misma de la libertad: poder exponer el propio criterio y punto de vista, sea el que sea, sin que suceda nada».
Y precisa la razón por la cual lo reveló: «Porque de vez en cuando se leen o se escuchan, en algunos medios, críticas intolerantes para descalificar a ese gran escritor y sin conceder el más mínimo reconocimiento a las intervenciones que ha hecho prestando ayuda a cubanos en apuros, no sólo a intelectuales sino a personas de todo tipo. Y es cierto que Gabo ha tenido amistad con Castro; sin embargo, no sólo no podemos ignorar las infinitas muestras de admiración y respeto que ha dedicado al pueblo de Cuba, al que está dentro, en suelo patrio, pero también al que está fuera, disperso por el resto del mundo».
Ambos dejan el valioso legado de una especie de «ecumenismo intelectual» que prueba que los seres humanos pueden ser distintos y compasivos en esencia, que puede estar uno en la acera del frente de otro y entenderse como personas en el intercambio respetuoso, y también que no hay barreras para el cariño y la camaradería siempre que el alma sea noble.
Hoy, si bien lamentamos su partida, celebramos su llegada a la Casa del Padre. Ya está con Teresita. Nos queda su cercanía, su gratísimo recuerdo y su ejemplo de gran patriota y de un ser humano que se pierde de vista.