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Arendt ante Palestina

Arendt nunca se opuso a la creación del Estado de Israel, aunque sí llegó a advertir los peligros de ceder a métodos coloniales para hacerlo posible. Un libro reciente ayuda a poner en perspectiva sus ideas sobre el sionismo y su preocupación por el destino de los refugiados.

 

Un volumen publicado recientemente por Taurus reúne por primera vez en español dos intervenciones de Hannah Arendt en torno a Palestina. Se trata de dos textos que abren una ventana nueva sobre la relación de la filósofa judía con el sionismo, el Estado de Israel y, en especial, con el problema de los refugiados. El libro se organiza en torno a un ensayo de 1944, “La política exterior estadounidense y Palestina”, y al informe colectivo de 1958 del Institute for Mediterranean Affairs sobre “El problema de los refugiados palestinos”, en el que Arendt colaboró con otras figuras como el economista Abba P. Lerner. Nunca dijo nada acerca de su participación en dicho informe y solo envió una copia a su amigo y confidente Karl Jaspers. La edición –preparada y anotada por Thomas Meyer– subraya que ambos textos surgieron desde coyunturas muy precisas: el primero se escribió cuando el sionismo europeo estaba a punto de conseguir su objetivo; el segundo se emitió diez años después de la fundación del Estado de Israel, en un momento en el que la población palestina ya padecía la presión de la presencia israelí. A la fecha, la situación en Palestina sigue siendo preocupante y no debería sernos ajena. El “Prólogo y nota editorial” insiste en ello con una máxima de Hans Blumenberg: “nada humano debe dejarse abandonado”.

En su ensayo de 1944, Arendt analiza el fracaso de la Wagner-Taft Resolution y diagnostica el peligro de aplicar en Oriente Medio los “métodos coloniales” heredados de Londres, ahora reproducidos en clave de competencia o cooperación interesada entre grandes potencias. Su tesis es clara: la región corre el riesgo de convertirse en “polvorín” si es instrumentalizada por intereses petroleros, aéreos y estratégicos de actores externos. Frente a esa deriva, sugiere desplazar el centro de gravedad hacia una cooperación de las potencias mediterráneas, capaz de rebajar la lógica de tutelas y contrapesos imperiales. No hay que perder de vista, sin embargo, que ese diagnóstico va acompañado de una aclaración relevante para interpretar la posición de Hannah Arendt: si bien cuestionó la fundación forzada de un nuevo Estado, no se opuso a la creación como tal del Estado de Israel. La posición de Arendt es compleja: fue sionista y a la vez crítica con el sionismo; en cierto punto le desilusionó la falta de colaboración con el pueblo palestino. No fue la única. Hay cantidad de intelectuales judíos y no judíos a favor de la fundación de un Estado israelí que, no obstante, condenaron el maltrato, la expulsión o el dominio de la población palestina. El propio Martin Buber abogó por la creación de una tierra para dos pueblos. El asunto, sin embargo, como se sabe, se salió de control y tal vez a estas alturas una propuesta de ese tipo suena inviable. En algún punto, Arendt también abogó por la creación de una federación binacional en Palestina. Y no solo eso, sino que, como puede constatarse en este libro, se mostró sumamente preocupada por el destino de los palestinos desplazados.

En el segundo ensayo, el de 1958, su interés se vuelca precisamente hacia los refugiados palestinos. Arendt participó en un informe general sobre la condición de los millones de desplazados. El plan proponía crear una Autoridad para la Repatriación y el Reasentamiento que garantizara la libertad individual de los refugiados para regresar o reasentarse con el apoyo internacional. Se trató de una propuesta pragmática orientada a desactivar el círculo vicioso de la apatridia, el agravio y la violencia, aun asumiendo que, de facto, Palestina seguiría dividida en un espacio judío y uno árabe.

La aportación más destacable de este libro es que ayuda a situar a Arendt en debates sionistas. Se recuerda su discusión con corrientes militantes –en 1944 calificó al grupo de Peter H. Bergson como “filisteo explosivo” y atacó con dureza métodos de organizaciones conocidas por sus atentados– y su insistencia en pensar más allá del Estado nación homogéneo. Como suele suceder, esa insistencia atrajo simpatías y repudio por igual. Tras 1948, Israel reconoció 28,000 refugiados internos entre una población árabe de 156,000 personas. Entre 1950 y 1956 se aprobaron 5,200 solicitudes para que las familias se reagruparan, pero solo hubo 4,200 retornos efectivos. Ante estos datos, a Arendt le preocupaba que la expulsión generara un nuevo grupo de apátridas que hiciera imposible cualquier intento de paz.

El libro documenta la recepción del estudio elaborado por el Institute for Mediterranean Affairs. Tras su publicación en 1958, Werner J. Cahnman consideró que el plan concedía demasiado poco al Estado de Israel, mientras que Sami Hadawi, un cristiano palestino experto en propiedad expulsado de su casa en 1948, juzgó que el alcance era insuficiente para su pueblo. Abba P. Lerner les respondió en The New York Times, y el instituto ganó visibilidad en la esfera de expertos financiados de manera privada. El desacuerdo era doble: sobre qué derechos priorizar y sobre qué grado de ambición podía tener un plan operativo. A nivel político, Arendt recibió críticas por su escepticismo respecto del nacionalismo estatal que incluso llegó a leerse como una postura “anti-Israel”. También se le criticó su insistencia en intentar soluciones regionales en vez de recurrir a las grandes potencias. El libro trata de deshacer los malentendidos al aclarar que la de Arendt no era una enmienda a la totalidad del proyecto estatal judío, sino una advertencia sobre los costes políticos de fundarlo bajo tutela externo-imperial.

El editor advierte que el estudio de 1958 contiene expresiones de época –en ocasiones, “problemáticas, cuando no racistas”– que hoy exigen una lectura cauta. Esa autocrítica editorial mejora la legibilidad del documento sin blanquear sus contextos. Vale la pena preguntarse si alguno de los planteamientos que aparecen en este ensayo contribuye de algún modo a enfocar la situación actual en Palestina. Se advierte en el libro que, a pesar de su sionismo, Arendt y la comisión de 1958 ponen a las personas refugiadas en el centro, llaman a redoblar la cooperación internacional para apoyarlas y a no encallar en la disyuntiva estéril de “uno” o “dos” Estados. En ese sentido, a mi parecer, la postura de Arendt plantea cuando menos tres intuiciones valiosas. La primera es que la paz y la estabilidad son imposibles mientras haya una tutela imperial. En este sentido, Arendt invita a la conformación de comisiones regionales para evitar la intervención de apoyos externos. La segunda intuición es que el conflicto es inseparable de la cuestión de la apatridia: si no se atienden la restitución e integración de quienes perdieron sus casas y su estatuto de ciudadanos, la situación derivará en un armisticio sin paz. Por último, la tercera intuición es que es indispensable construir instituciones firmes y transparentes para resistir la cantidad de dificultades que implica la fundación de un nuevo Estado. Todo esto, sin duda, es altamente controversial.

Sobre Palestina no es un “libro más” de Arendt: es un dosier que la muestra pensando con y contra su tiempo, y que obliga a matizar algunos clichés sobre su “antisionismo” o su presunto desinterés por las soluciones concretas. El ensayo de 1944 captura el momento en que Palestina se convierte en tablero de una geopolítica de manual, y lo somete a una crítica que no ha perdido vigencia; el documento de 1958, por su parte, desplaza el eje de la discusión hacia políticas de retorno y reasentamiento, con un diseño institucional que busca desbloquear lo que la retórica beligerante congela. El aparato crítico –cifras sobre reagrupación familiar y “refugiados internos”, cartas, bibliografía y notas históricas– enriquece la lectura y ayuda a calibrar la escala del daño acumulado.

Los textos aquí reunidos permiten descubrir la posición tan compleja de Hannah Arendt ante Palestina. Hubo quienes la criticaron por “ingenua”, otros por “excesiva”. Su apuesta por hacer política desde las necesidades de quienes perdieron derechos y territorio sigue siendo entre cierta clase de sionistas la vía menos glamurosa y, tal vez por eso, la más realista. La edición de Taurus, cuidada y bien anotada, devuelve una Arendt incómoda y fecunda: menos eslogan y más política. Y eso, en este tema, es exactamente lo que se necesita. ~

 

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