Argentina: el peronismo, hoy; difusión hegemónica y disolución ideológica
Con un pie en el avión que lo traerá de regreso a la Argentina, Perón es consultado por un periodista...
Con un pie en el avión que lo traerá de regreso a la Argentina, Perón es consultado por un periodista español, al respecto del electorado argentino: ‘Mire; un tercio son radicales, lo que ustedes llaman liberales; un tercio son conservadores, y un tercio, socialistas’. Asombrado, el escriba pregunta: ‘Pero, ¿y los peronistas?’. El General echa la cabeza hacia atrás, y se sonríe: ‘Bueno, no… Peronistas somos todos’. Parece un buena broma, pero el suceso realmente ocurrió -hace ya cuarenta y ocho años.
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Con el retorno a la democracia en 1983, un gobierno no peronista da inicio al proceso de ‘justicialización‘ del discurso político dominante.
Raúl Ricardo Alfonsín, primer presidente del ciclo democrático, planea un ‘Tercer Movimiento Historico‘ que, remedando el planteo abstracto hegeliano y su inmediata transferencia al materialismo histórico de linaje marxista, fijaría al yrigoyenismo como tesis, la reacción peronista como antítesis, y al alfonsinismo como síntesis superadora.
El jefe radical incorporará a su partido a la socialdemocracia agrupada en la organización denominada Cuarta Internacional que reúne a los Estados socialistas de Europa. Pero el fracaso recurrente de los intentos de estabilizar la economía hunden el laborioso empeño y el peronismo se hace del Poder. En un ciclo que durará diez años, el electo Presidente Carlos Saúl Menem abandona los postulados básicos aunque invariablemente difusos del peronismo histórico, e instala una serie de reformas de notorio cuño liberal que resultarán electoralmente exitosas hasta la derrota en 1999, a manos de un alianza de radicales moderados y de una vertiente modernizadora del justicialismo que abrevaba en los lineamientos de la socialdemocracia. El riesgoso experimento culmina dos años después de abordado en una crisis cuasi-terminal del sistema de partidos. Siguen los doce años de los Kirchner. Néstor, con el viento por popa de los precios récord de los commodities de toda América del Sur, respeta un viejo manual de circunstancia: la economía a la derecha, la cultura y derechos humanos a la izquierda, y el centro para los partidos.
A poco de asumir su sucesora, comienza un proceso gradual pero firme de caída de los precios internacionales que habían fundado la prosperidad anterior más una serie de cataclismos financieros globales, los cuales hacen crujir al capitalismo como sistema planetario. Cristina K apuesta a que un Gran Giro a la izquierda pueda oxigenar al sistema: el objetivo se cumple en sus primeros años, de manera de proporcionarle la reelección pero, hacia 2012, despuntan dificultades que no se resuelven.
Mauricio Macri, al frente de una coalición neo-conservadora que prometía una restauración liberal, abandona a los dos años de gestión, poco después de su éxito en las legislativas de 2017, el ambicioso propósito. Vacilante, apuesta a peronizar la administración de la crisis que desembocará en una derrota humillante: será el único Presidente en perder una reelección desde 1952. El actual primer mandatario, que llega al poder al frente de una alianza de neto corte justicialista, se ha declarado públicamente como ‘Un liberal, un socialdemócrata, un admirador de la cultura hippie‘.
El repaso que delineamos nos permite proponer algunos postulados:
El modelo de gestión que desde 1945 hasta 1955 conformara un sistema de ideas vagamente discernible como Movimiento Nacional Justicialista, no ha podido replicarse jamás, ni siquiera en los tres años en que peronismo, vuelto al gobierno en 1973, fue incapaz de evitar su estallido -tras un choque brutal de sus alas extremas.
Sin embargo, algunos rasgos esenciales del modelo primigenio sobrevivieron a la dictadura instaurada en 1976, y tiñen desde entonces a los gobiernos democráticos, a través de un mecanismo lento pero decidido y atormentado por marchas y breves contramarchas, que no lo han alejado de su destino de persistencia. Esbozamos una lista provisoria:
El Estado es el actor principal para la regulación de las fuerzas económicas (capital y trabajo) , limitando severamente la autonomía de la libertad y liquidando en los hechos la idea de sociedad de mercado como piedra angular del capitalismo.
El encuadre de una producción cultural funcional al régimen y justificatoria de sus propósitos y finalmente, la regulación restrictiva del derecho de propiedad a fin de rescatarlo, paradójicamente, de las tentaciones totalitarias.
La ideología queda reducida a una literatura de campaña: textos y discursos son deliberadamente imprecisos u oscuros galimatías con lo que el sentido se torna tan indiscernible como las interpretaciones que de allí se derivan.
Las figuras gravitan más que la solidez conceptual de los mensajes. El elector termina eligiendo individuos por su pasado, por sus dotes dramáticas, por la astucia en la manipulación de los archivos, o por la oportuna y fariseica cita de los dioses tutelares de cada partido.
El déficit fiscal se emplea como herramienta para acelerar y garantizar el acopio y distribución del Poder. La idea de que la Administración debe velar por el erario público se considera una herencia despreciable del pasado. La inflación es aceptada como un mal endémico de esta región del globo y todos los planes suponen su existencia como condición previa. El costo de derrotarla es entendido como un precio que puede significar perder las próximas elecciones bienales.
En un almuerzo televisivo el jefe de un minoritario partido liberal cierra su opinión con una definición: ‘El macrismo es kirchnerismo de buenos modales‘ y una pregunta: ‘¿Cuál es la diferencia?‘.
3) En 2019, Cristina K -con el visto bueno del Jefe de la Iglesia Católica– postula para la Presidencia a su ex jefe de gabinete, porque representaba un perfil moderado y alejado de las veleidades progresistoides que podrían espantar a una porción del electorado. Se lo proponía ‘porque era poco peronista‘, como razonó un funcionario del entorno. A su vez, Macri lleva como candidato a la vicepresidencia a un senador peronista, con la idea de que seducirá a una parte del electorado como el argumento de que él ‘de ninguna manera era un antiperonista‘. De hecho, alguna vez había sido candidato del Justicialismo para el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El triunfo de Alberto Fernández tiene lugar desde un magro 8%: peronistas y conservadores se reparten, en alegre confusión, entre ambos pretendientes a la Primera Magistratura.
a) Los precios relativos de los derivados del agro caen sin remedio, y es probable que sigan haciéndolo, a consecuencia del drama pandémico.
b) Frente a la deuda externa, la bifurcación del sendero no deja resquicio para prolongar por mucho tiempo la producción monumental de dinero espurio. Un acuerdo implicará condicionamientos severos para la profundización de la bacanal populista. Por otro lado, un default hará volar al sistema por los aires y la estabilidad institucional sería sólo un amable recuerdo.
c) Las alianzas que se enfrentaron en 2019 sufren fracturas aparentemente insolubles. Ambos protagonistas viven el duelo de halcones y palomas con un nivel creciente de violencia -por ahora sólo oral-, propio de las intrigas de palacio en su primera fase de evolución.
d) Toda propuesta de plan económico disparará en el oficialismo una disputa, que blanqueará el frágil andamiaje que sostiene a la alianza.
La oposición, obligada a reaccionar -con el objeto de demoler la viabilidad del proyecto y aspirar a la improbable supervivencia del acuerdo de partidos y sellos que le dieron origen- irá a la agonía de la co-habitación penosamente tolerada.
Ahora, sí: peronistas, son todos.
Pero es tarde: ya nadie sabe qué significa.