Cultura y Artes

Argentina vs. Venezuela: cuando un país cabe en una grada

Un venezolano radicado en Argentina observa el primer tiempo del partido entre Argentina y Venezuela en el Estadio Monumental / Fotografía de Nolan Rada Galindo

La Vinotinto encontró en su empate 1 a 1 con Argentina un motivo para salvar la pobre actuación de su Premundial Rusia 2018.

Ni quienes siempre vieron fútbol en Venezuela ni quienes lo comenzaron a ver en los últimos años vivieron lo que ocurrió el 5 de septiembre de 2017 en el Estadio Monumental de la ciudad de Buenos Aires.

Venezuela ganó 1-0 el 11 de octubre del 2011 en Puerto La Cruz y empató 2-2 el 6 de septiembre de 2016 en Mérida contra Argentina, pero nunca había logrado puntuar como visitante.

Para quienes estuvieron en el estadio, el partido se produce en un momento en que la nación sureña se ha vuelto uno de los principales destinos de la diáspora venezolana. El hecho trasciende lo criollo, lo vinotinto: Argentina no logró sumar los 4 puntos posibles en sus dos enfrentamientos contra Venezuela en el Premundial. Ahora, ubicada en el quinto puesto de la clasificación, la albiceleste deberá resolver en los próximos dos partidos su pase al Mundial.

*

Hay que subir 109 escalones de concreto para llegar a la parte más alta de la tribuna centenaria del Estadio Monumental. La organización designó esa locación para la hinchada visitante.

—¿Hay mucha gente?

—Mucha.

El estadio estaba a medio llenar y los venezolanos ya lucían impresionados por la cantidad de gente. No se escuchaban cánticos, arengas ni bombos. Sin embargo, la estructura y el verde de la cancha eran tan impactantes que parecían venirse sobre la hinchada. Quizá ese vértigo fue lo que quiso representar un moreno con gorra y franela vinotinto, quien dijo venir de Charallave, cuando soltó:

—¡Esto es otro peo!

¿Qué habrá pensado al escuchar a los argentinos corear “¡Meeeessiiiii, Meeeessiiiii!”, cuando el delantero salió a calentar, o cuando el “Vinotinto, Vinotinto…” era silenciado por miles de silbidos?

¿Pensó en la Guerra de Las Malvinas y en los “soldados sólo conocidos por Dios cuando el estadio rugía en un solo cántico, instantes antes de empezar el juego:

“y ya lo ve

y ya lo ve:

el que no salte

es un inglés”?

Quizá, en ese instante, sólo se dedicó a acompañar a los cerca de 200 venezolanos que gritaban “¡Venezuela, Venezuela, Venezuela!” intentando ser algo más que un color en las gradas blanco y rojo del estadio.

1.

Once contra uno

El calentamiento precompetitivo fue un presagio en la noche porteña. El arquero Wuilker Fariñez aparece y la grada venezolana empieza a cantar: “¡Wuuuuilker, Wuuuuiker, Wuuuuilker!”.

Es devoción. Mujeres, niños y hombres cantan por igual. Aún no son conscientes de que ese sería el canto que más repetirían durante la noche. Con el partido andando, no tardaron mucho en volver a gritarlo: al minuto 3, Fariñez tuvo su primera intervención, rechazando con su pierna derecha un remate de Mauro Icardi:

“¡Wuuuuilker, Wuuuuilker, Wuuuuilker!”.

Minuto 5. Esta vez, remata Paulo Dybala:

“¡Wuuuuilker, Wuuuuilker!”.

Tercera ocasión clara para Argentina. No han transcurrido 15 minutos de juego:

“¡Wuuuuilker!”.

En esas tres paradas, Venezuela reconoció buena parte de su suerte y también descubrió el planteamiento de Rafael Dudamel, el técnico visitante. Argentina, urgida de goles, no iba a encontrarlos en el área venezolana. Esa prioridad fue definida con el ya recurrente símil —en el caso de la Vinotinto— de los murciélagos guindados del larguero.

Pasados los 15 minutos, con Venezuela empotrada en su arco y Argentina intentándolo por las bandas, otro venezolano soltó: “Son once contra uno”. No parecía exagerado. El arquero lucía tan superior a sus compañeros y ellos tan incapaces de frenar a los adversarios que esa era la sensación: la Vinotinto era un hombre solo, con la ironía de que no vestía de vinotinto -sino de blanco- y hasta hace poco no era más que un adolescente.

Con sólo 19 años, Wuilker parece haber ganado algo más que el afecto de la afición: su respeto.

 

 

2.

Los 30 minutos

Pero además de Wuilker había 10 más. Estos, de Vinotinto, se agruparon en fase defensiva bajo el esquema 4-1-4-1. No fueron pocas las veces en las que Venezuela tenía a todos sus jugadores en campo propio. Aún así, Argentina llegaba. Habrá sido tal el nervio y el desespero, que una andina se atrevió a gritar: “¡Presionen arriba!”, como si estuviera en el área técnica al borde del campo.

Con una circulación torpe y con sistemas asociativos que todavía no funcionan —en especial el Messi-Dybala—, la escuadra local llevó a la visitante a correr de aquí para allá, de arriba hacia abajo, durante buena parte del primer tiempo. El 0 a 0 al final sugería una paridad que en el campo no fue tal. Si aguantamos los primeros 30 minutos —sugirió otro vinotinto en la grada—, tenemos chance.

Y lo hizo.

A la Vinotinto le sigue costando defenderse con la pelota, incluso administrarla. Jhon Chancellor y Mikel Villanueva rechazaron y cortaron cuanto pudieron. Es probable que sus agentes ya tengan en mano el video de este partido para negociar, al menos, un aumento de sueldo. Sin embargo, tanto despeje también expone sus falencias: Venezuela carece de un defensor que no sienta el balón como una responsabilidad sino como un privilegio que tiene que cuidar.

De poco sirve tener mediocampistas y delanteros hábiles e inteligentes, incluso si son del calibre de Yangel Herrera y Sergio Córdova, si no pueden recibir un pase al pie, mucho menos al espacio, con ventaja. Y Venezuela lo sufre porque es incapaz de establecerse en campo contrario, de salir del borde de la cornisa. La pérdida de ese potencial es proporcional al sufrimiento en cada partido. Aunque en este, la grada vinotinto aplaudiera.

3.

El entretiempo

Solo cuando logró estabilizarse entre los escalones blancos y los asientos sin espaldar por los que trastabillaba, el muchacho delgado y de aproximadamente un metro 75 centímetros de estatura, miró con desprecio hacia atrás. Su mirada iba directo a la boca de la grada, iba directo al hincha del Caracas F.C. que lo había golpeado. De pronto, el Estadio Monumental se había convertido en el Estadio Olímpico de Caracas. Era absurdo notar la agresividad que ha colmado distintos espacios de la sociedad venezolana a casi 5000 kilómetros de distancia entre ambos países.

—Está jugando la Vinotinto. Acá no importa Táchira o Caracas…

La frase es de una de las personas que acompaña al joven. Parecen ser amigos. Sus acentos andinos los enlazan, tanto o más que algunas prendas del Deportivo Táchira que podían verse donde ellos estaban. Los equipos se habían ido al descanso y el muchacho había dejado la grada para comprar las hamburguesas de él y su pareja. 100 pesos cada una. La lata de CocaCola valía 80. La combinación costaba poco más de 10 dólares. Además de carne, la hamburguesa sólo tenía una fina lonja de jamón y otra de queso, ligeramente más gruesa. En los estadios venezolanos se habrían reído de su simpleza.

Mientras comían, la chica le pasaba la mano por la espalda en un gesto que parecía susurrar “tranquilo, tranquilo…”. Hay rivalidades que los controles migratorios no registran.

4.

El gol

Moisés Dagui, instantes después de que Venezuela anotara el primer gol del partido / Fotografía de Nolan Rada Galindo

Los aficionados locales parecían más bien tensos cuando se dio inicio al segundo tiempo. Los rugidos de las gradas no se exigen; se ganan. Visto lo visto, solo por breves ratos o acciones puntuales, lo servían. La mayoría de las acciones tenían un punto en común: Lionel Messi. Con ironía, un par de venezolanos dialogaba:

—¿Quién será el diez de ellos?

—El que no la caga, el que está en todas partes…

Cuando Messi toma la pelota, parece que sólo siendo once contra uno se le puede detener. Y sin embargo.

En cada maldición que le arrojaban había algo de reconocimiento, esa sensación de que alguien es tan bueno que sólo sirve conjugar alguna fuerza externa para intentar detenerlo.

Aún así, ni él ni ningún local celebró el primer gol del juego.

La ventaja nació de una de las pocas jugadas en las que Venezuela dio al menos tres pases seguidos. Pum, pum, pum. Todo comenzó en un pase de Yangel Herrera que dejó a tres venezolanos contra la defensa argentina.Superada en número y en velocidad por Jhon Murillo, ocurriría algo más sorprendente: la calidad de su definición; como si en vez de estar jugando en uno de los estadios icónicos del continente estuviese en una cancha de tierra, en un potrero, como dirían en Buenos Aires.

 

Silencio.

En las gradas argentinas sólo había silencio. Silencio y cuellos girándose hacia donde estaba la mayor cantidad de venezolanos. Algo se libera cuando quienes abucheaban ahora ven y guardan silencio mientras los otros celebran un gol. Si son más de 50.000, ese silencio es realmente estremecedor.

Saltos, lágrimas, sonrisas, besos, abrazos.

Euforia y adrenalina. La última vez que Venezuela le anotó un gol a Argentina en Buenos Aires fue el 17 de noviembre de 2004.

5.

El tiempo y la distancia

La ventaja duró sólo 5 minutos. Marcos Acuña —quien sustituyó a Ángel Di María antes de los 15 minutos— superó por enésima vez a Víctor García, lateral derecho. Llegó a la línea de fondo y centró al corazón del área chica del arquero venezolano. Rolf Feltscher intentó rechazar el balón y terminó haciendo lo que ningún argentino pudo en toda la noche: superar a Wuilker Fariñez. Son los riesgos del fuego amigo: suele venir de quien menos lo esperas.

Desde entonces, Venezuela siguió en lo suyo: defendió su campo con los dientes. Sólo la urgencia argentina, que derivó en más espacios libres, hizo posible que los visitantes encontraran más oportunidades para contraatacar. Sin embargo, Sergio Romero, arquero albiceleste, no sufrió mayor riesgo.

En las gradas, el marcador agrandaba a los visitantes y hería a los locales: “¡Nosotros jugamos béisbooool”, “¡Aprieten ese culo!”, “¡Eliminados!”. El partido parecía haberse trasladado hasta otro estadio, uno exclusivamente social, que no conoce de balones pero que en una frase agrupa años de crisis:

—¡Si querés te paso papel tualé, boludo!

—Pásalo, pásalo. ¡Por eso estamos acá!

Sólo en 2016, según Migraciones Argentinas, se radicaron legalmente casi 12.000 venezolanos en Argentina. Para este año, después de las elecciones de la Constituyente se calcula que la cifra podría rondar los 30.000. Tal ha sido la afluencia de venezolanos que es común escuchar comentarios acerca de cuántos hemos emigrado. Cuando se habla de Venezuela, los argentinos suelen hurgar en su pasado y recordar que el país les brindó apoyo en la Guerra de Las Malvinas, también es normal encontrar argentinos con algún amigo que, debido a la dictadura militar, emigró a Venezuela.

Quizá por esos recuerdos, algunos argentinos accedieron a pintarse dos franjas negras en su rostro como parte de una protesta organizada por distintos activistas. Los grupos se ubicaron en dos puntos de acceso para la tarea, que incluyó, ya dentro del estadio, dos banderas como principales símbolos. Una, argentina, con el mensaje #VenezuelaLibre, estuvo guindada durante todo el partido. Se viralizó por redes sociales. La otra, venezolana, se mostró antes de empezar el juego. Pedía “Libertad para Venezuela”.

En la cancha, el visitante seguía resistiendo. El juego argentino no mejoró demasiado. Había entrado en esa etapa de aplastamiento, en la que por la simple suma de hombres en ataque ya complicas al adversario. En ese tránsito, la Vinotinto, a la contra, conseguía tiros libres que mantenían el suspenso en el resultado. Cuando se repasa ese aspecto, conviene reconocer la labor defensiva de Venezuela: no cometió demasiadas faltas al borde de su área. Wuilker podía estar más tranquilo.

“¡Pasa, maldito, pasa!”. La frase no involucraba al balón sino a eso del juego que nadie domina: el tiempo. Cuando el árbitro asistente indicó que se agregraban cinco minutos, el lamento fue general en la grada vinotinto.

Puñados de cruces pegadas a los labios. Uno caminando de aquí para allá. Otro aferrado a la cerca como si su estabilidad emocional dependiera de ese sostén. Hasta que todo se volvió desespero:

— Rueda, maldito, ¡rueda!

— Profe, ¡el tiempo, profe!

En los ojos sólo se veía angustia. Una muy distinta a la de los argentinos, pues la de ellos se mezclaba con incredulidad: Venezuela no sólo estaba puntuando por primera vez en Buenos Aires, sino que complicaba aún más su acceso al Mundial.

“¡Nosotros jugamos béisboool!”.

6.

La soledad.

Empate a uno.

Argentinos y venezolanos se abrazan y saludan en el campo, mientras las hinchadas todavía se insultan. Las tribunas se vacían a la vez que desciende la adrenalina, la euforia de haber visto lo que otros no. Un cordón policial impide que los visitantes se marchen. Seguridad. Protocolo. Calma. Incluso si tienes un carnet de prensa, debes esperar.

El estadio se sigue vaciando, mientras los venezolanos se hablan entre sí, intercambian números “por cualquier cosa” o se conocen luego de abrazarse tras el gol, tras el empate. La calma parece detonar el aburrimiento, y para atenderlo emerge el humor: Dale —gritan a los policías—, que encendieron el aire acondicionado. Una pareja de tachirenses, que se casó justo antes del partido, también quiere volver a casa. Argentina transita del invierno a la primavera, y si hace viento, como normalmente hace, cualquier parte es realmente fría. Otro venezolano suelta: “¿Y si te damos para los frescos?”.

Sin darse cuenta, emociones, acciones, gestos y manifestaciones humorísticas arman un collage del país en la grada. Solo un hecho interrumpe la calma de la espera de aproximadamente 35 minutos:

—¡Ese es Dudamel! ¡Dudamel, Dudamel!

El grito de uno se vuelve el de cientos y el entrenador, en el campo, voltea y saluda, cuando en el estadio no quedaban más que técnicos y personal de mantenimiento. Dudamel se va. Los argentinos ya se han ido y donde antes había hinchas ahora solo quedan latas y vasos de plástico. El viento los mueve escalones abajo, produciendo un sonido muy similar al de las hojas cuando el aire las arrasa.

Los venezolanos siguen esperando, mientras ven pasar otro avión cerca del estadio.

¿Cuándo volverá la Vinotinto?

Botón volver arriba