Ariel Hidalgo: Obama en Cuba
En su último año de administración desde la Casa Blanca, Obama culmina simbólicamente su obra política hacia Cuba con un viaje a la Isla. Que un presidente de los Estados Unidos se reúna con disidentes, es de por sí un espaldarazo de gran importancia, pero que además, esto se realice en la propia Habana, no sólo no tiene precedente sino que será una noticia de gran impacto internacional.
Hace siete años, cuando comenzaba su primer período y nos habría parecido inconcebible la presencia de un presidente de los Estados Unidos por las calles de La Habana, medio centenar de cubanos residentes en numerosos países de Europa y América –al que llamábamos “Grupo Concordia”–, con un pensamiento muy diferente al de la inmensa mayoría de los exiliados, le envió una misiva donde pretendíamos convencerle de que la solución del conflicto cubano era diametralmente opuesto al de una política de aislamiento y restricciones económicas, que el clima de confrontación ha proporcionado a la dirigencia de La Habana numerosas ventajas políticas como excusas para el atrincheramiento, la negación de libertades fundamentales y para seguir manteniendo el encarcelamiento de cientos de ciudadanos por motivos políticos, y que un proceso de distensión le dejaría sin excusas ante los descalabros de su irracional política económica. Y terminábamos diciéndole: “Ahora, señor presidente, con la buena acogida que en todo el mundo ha tenido su llegada a la presidencia de los Estados Unidos –lo cual dificulta una ofensiva injustificada por parte de La Habana contra su gobierno–, tiene Ud. la oportunidad de lograr lo que no pudieron diez administraciones norteamericanas, eliminando las restricciones a viajes y remesas a Cuba y ejerciendo su influencia para un levantamiento del embargo por parte del Congreso”.
Poco después recibiría una respuesta de Obama donde nos agradecía el haber compartido con él nuestros puntos de vista sobre el tema cubano y agregaba entre otras cosas: “Por favor, sepan que sus preocupaciones estarán en mi mente en los días venideros”.
Hoy nos ufanamos con el pensamiento de que de alguna manera hemos puesto al menos un grano de arena en esta nueva era en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Pero es mucho más que eso: se abren posibilidades para una nueva etapa en las relaciones entre cubanos de diferentes perspectivas. Y en esto podemos no ya aportar granos de arena sino unos cuantos ladrillos.
El que el régimen cubano haya abandonado su política de proyectar hacia el mundo una imagen de plaza sitiada, es indicativo de dos situaciones: 1. El convencimiento de que el modelo cubano, el de centralismo monopolista de Estado –fíjense que no decimos “socialismo”– ha sido un rotundo fracaso, y 2. Que la única fuente segura de recursos energéticos se halla muy cerca de cerrarse: el triunfo electoral de la oposición venezolana que le dio el control del parlamento, lo cual augura que algo semejante ocurra en las elecciones presidenciales para poner fin al poder del chavismo. Por tanto, la brújula cubana apunta ahora al “norte revuelto y brutal”. Pero sabe que esta vía tiene su costo, y una de esas concesiones inevitables es la revisión de su política hacia los derechos humanos, que no ocurrirá de la noche a la mañana pero que es inevitable. En esta nueva coyuntura pueden jugar un papel decisivo los cubanos de buena voluntad de la diáspora en poner el peso de la balanza hacia una democratización participativa que favorezca a los trabajadores y a los pequeños productores.
Por mi parte creo en la reconciliación entre todos los cubanos. He erradicado de mi alma toda pizca de posibles rencores. He aprendido en estos años, entre prisiones y destierros, a ser más humilde y mi mayor deseo es poder regresar algún día con una prédica de amor y convergencia para levantar, entre todos, independientemente de cómo piense cada cual, una Cuba nueva y dichosa que haga realidad lo que mi correo electrónico abajo dice:
concordiaencuba@outlook.com
ARIEL HIDALGO: Escritor e historiador.