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Ariel Hidalgo: Sobre Pablito y la memoria histórica selectiva

Hay que poner fin a esa cadena fecunda en tiranías, de odios y represalias, cada vez más oprobiosas, antes de que nos hundamos todos en un mar de sangre

Milanés cantó por última vez en Cuba el pasado junio, en un concierto no exento de polémicas y tensiones. (Archivo de Pablo Milanés)
Milanés cantó por última vez en Cuba el pasado junio, en un concierto no exento de polémicas y tensiones. (Archivo de Pablo Milanés)

Los que todavía hoy, aun después de su partida, reprochan a Pablo Milanés lo que dijo o dejó de hacer en épocas anteriores, tienen una memoria muy selectiva. La mayor parte de quienes vivieron en Cuba durante las dos primeras décadas de la Revolución perteneció a los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) y asistió a las concentraciones de la Plaza. También son los que, más cercano en el tiempo, apoyaron de una manera u otra los actos de repudio contra los asilados en la Embajada del Perú o a los que se iban por el Mariel. Ahora son muchos de ellos los que reprochan a Pablito su pasado, pero por nada del mundo aceptan reconocer el suyo propio.

Se podrían comprender las críticas de quienes se fueron de Cuba antes de 1968, cuando, tras la llamada «ofensiva revolucionaria», todo quedó controlado por la élite del Partido-Estado, cuando ya no era posible trabajar por cuenta propia y era imprescindible, para conseguir un empleo, estar integrado en alguna de las llamadas «organizaciones de masa». Esos no vivieron realmente una verdadera dictadura totalitaria. Pero a los que lo vivieron, hay que decirles: «no pidas a otros lo que tú no fuiste capaz de hacer, ni critiques lo que tú de una manera u otra también hiciste».

Si se dice que Pablito rectificó muy tarde para ponerse del lado correcto de la historia, ¿cuál es, entonces, el momento justo que separa lo «temprano» de lo «tardío»?

Si se dice que Pablito rectificó muy tarde para ponerse del lado correcto de la historia, ¿cuál es, entonces, el momento justo que separa lo «temprano» de lo «tardío»? ¿Acaso el día en que «rectificaron» ellos? Y si nuestro poeta melódico rectificó muy tarde, ¿entonces qué decir de aquellos que aún no lo han hecho, pero que podrían dar ese paso un día?

Y este es el mensaje que se les está enviando: «Señores represores, continúen reprimiendo al pueblo. Señores policías y soldados, continúen apoyando a la tiranía. Señores intelectuales apologistas, continúen defendiendo el oprobio. Continúen todos ustedes sosteniendo a los grandes responsables de la miseria y la opresión de todo el pueblo, porque, al fin y al cabo, de todas maneras caerá sobre todos ustedes la condena eterna de la Historia».

No sé la Historia, pero con este mensaje la ignominia se mantendrá mucho más allá de lo que estos mensajeros van a vivir, y los grandes culpables estarán muy contentos con este tremendo servicio que se les está brindando.

Si a los defensores de un fortín sitiado se les anuncia que, una vez tomado, todos serán ejecutados, nadie se rendirá, y la batalla se prolongará, porque todos lucharán hasta la muerte con el costo de muchas más vidas de ambos bandos contendientes, si es que queda algún sobreviviente.

Por otra parte, hay que decir que si estamos luchando por una Cuba donde se respeten todos los derechos y libertades de los ciudadanos, hay que respetar el derecho de aquellos que aún creen en la mal llamada Revolución y la defienden sin violar los derechos de los que piensan diferente. Pero a esos otros que en la fila contraria violan esos derechos, hay que enviarles un mensaje diferente, como ese que el glorioso Oswaldo Payá lanzara sobre sus perseguidores: «Hermano, yo no te odio, pero no te tengo miedo».

Siento lástima de los que todavía piden «ahorcar con alambre de púas en matas de guásimas a los culpables de la tragedia cubana», un deseo que generalmente abunda más entre los que menos han sufrido, esos que ignoran las lecciones de la Historia y piden repetir los mismos errores que nos llevaron a esta calamitosa situación, los de aquellos que pedían a gritos en las plazas paredón para los supuestos culpables de otros desatinos del pasado y después tuvieron que exiliarse o fueron a parar a las cárceles. O, peor, como aquel comandante de la Revolución, el doctor Sorí Marín, firmante del decreto de los fusilamientos que luego fue fusilado por la ley que él mismo redactó. A no pocos inocentes se les arrancó la vida en los paredones en juicios sin garantías procesales.

Hay que enviarles un mensaje diferente, como ese que el glorioso Oswaldo Payá lanzara sobre sus perseguidores: «Hermano, yo no te odio, pero no te tengo miedo»

La historia viene de más lejos. Cuando se decía que no podía haber nada peor que el machadato y, tras su fin, las turbas se lanzaron a las calles a linchar a cualquiera que fuera señalado como «porrista», aunque no fuera cierto, y fueron arrastrados por las calles en un caos generalizado que el propio Machado profetizó al pie del avión que le llevó al exilio, un caos que ha llegado hasta nuestros días. Luego vino algo peor: el batistato. Y muchos dijeron: No puede haber régimen peor que este. Y corrió la sangre, y siguió corriendo después que se impuso otro peor. Y ahora se dice lo mismo.

Basta. Hay que poner fin a esa cadena fecunda en tiranías, de odios y represalias, cada vez más oprobiosas, antes de que nos hundamos todos en un mar de sangre.

Sobre los puntales de los patíbulos no puede edificarse una república de paz, o como dijera un visionario llamado José Martí sobre los revolucionarios rusos de su época: «El acero de acicate no sirve para martillo fundador».

 

 

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