NOTA PUBLICADA EN «EL COLOMBIANO» EL 25 DE NOVIEMBRE DE 2022.
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Esta semana me leí un libro precioso, La mente bien ajardinada, de Sue Stuart-Smith. Leer cada una de sus páginas, lentamente, fue un regalo. Me dio tranquilidad, la mismo que siento cuando contemplo mis plantas, cuando las podo, cuando las riego sin afán y me siento, al terminar, tan fresco como ellas mismas. Tener un jardín al cual cuidar es un regalo que uno puede darse, solo hay que querer, solo hay que quererse.
El libro de esta psiquiatra, que se licenció en literatura inglesa en Cambridge, empieza contando cómo su abuelo se rehízo después de la Primera Guerra Mundial, los múltiples traumas fueron quedando atrás, lentamente, cuando se inscribió en un curso de horticultura, una de las muchas iniciativas que surgieron en los años de posguerra con el objeto de rehabilitar a los exmilitares traumatizados. “Dedicaba horas al cuidado del huerto y del invernadero (…). En nuestra mitología familiar, su larga y saludable vida, así como la superación de los terribles abusos que experimentó, se atribuyen a las propiedades reparadoras de la horticultura y del cultivo de la tierra”.
Poco a poco nos vamos adentrando en las bondades de la naturaleza, que pareciera una bobada tener que recordarlas, pero toca, más cuando, como dice Sue, hoy estamos cada vez más rodeados de lugares funcionales carentes de carácter e individualidad, como supermercados o centros comerciales, el abuso de internet y el exceso de pantallas. Aunque nos proporcionan comida y otras cosas útiles, no desarrollamos lazos afectivos con ellos; de hecho, a menudo no tienen nada de reparador. A diferencia de la naturaleza que, como queda bien ejemplificado en este libro delicioso de leer, puede ayudar a personas con problemas de depresión, privadas de la libertad, seres humanos que no saben cómo enfrentar la ausencia de alguien. “La naturaleza no se altera con nuestros sentimientos y al no haber contagio podemos experimentar una especie de consuelo que ayuda a aliviar la soledad de la pérdida”. La naturaleza está al alcance de todos, entonces ¿por qué no siempre la vemos?
“Cuando trabajamos con la naturaleza del mundo exterior, lo hacemos con la naturaleza de nuestro mundo interior”. La mente necesita que la cultiven. Necesitamos reconocer qué nos alimenta. Los seres humanos somos como plantas, eso es claro, la naturaleza nos permite ver lo que nunca hemos visto jamás. “Veo la jardinería como una interacción: hago algo y luego la naturaleza hace su parte, después actúo en función de lo que la naturaleza haya hecho, y así sucesivamente, como una especie de conversación”. Cuando sembramos una semilla, plantamos un relato con posibilidades de futuro. Es un acto de esperanza. No todas las semillas que sembramos germinarán, pero nos sentimos seguros al saber que las nuestras están bajo tierra. Ahora, si me permiten, me voy a regar mis plantas, escribir esta columna me dio demasiada sed.