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Aristizábal: Aquellas dedicatorias

A mí casi no me gusta que me dediquen libros; es decir, no hago filas para que eso pase, no le veo ninguna gracia, no es ningún fetiche tener la firma de alguien que ni me conoce, ni me recordará. Si conozco al escritor, si él medianamente sabe quién soy yo y puede decir algo, así sea ligero, o una mentira piadosa, pues me animo, le entrego su libro y ya está, y luego hace parte de los demás que solo han sido tocados por mí. Claro, y lo reconozco con cierta vanidad, tengo un par que me tocan el corazón y cada que estoy bajito de ánimo los busco y vuelvo a sonreír.

Es curioso cómo un libro con una firma puede ser un objeto valioso, y hasta pagan más por él porque alguna vez fue tocado por un Borges, un Hemingway, un Lorca y algo pensó antes de zampar su firma en él. Sin embargo, para mí, el libro es igual con firma o sin firma, casi toda mi biblioteca está hecha de tesoros que pertenecen a otras categorías. Yo recuerdo la vez que pude tener un libro autografiado por Gabriel García Márquez, pero no lo hice, esa vez nuestro premio Nobel de Literatura me sirvió más para enamorar a alguien, a ella le dedicó una edición especial de “Cien años de soledad” así: “Para Margarita por margarita”, y le dibujó una flor que nos mantuvo unidos unos buenos años; pero ya ven, ni la firma de un escritor de esa altura hacen que el amor sea eterno.

Hace poco, leyendo un libro de Abelardo Castillo, que se llama “Ser escritor”, Vicente Battista recordó en el prólogo una dedicatoria que el mismo Abelardo le escribió en su novela “Crónica de un iniciado”, dice así: “Después de treinta años de amistad se puede decir que dos hombres son hermanos; después de treinta años de amistad, dos escritores son casi el mismo”. A mí me pareció preciosa y entonces me dio por pensar de dónde y desde hace cuánto vendrá el gusto por esto y qué pasaría si algún día los agoreros, aquellos que le dan bendición y santa sepultura al libro impreso para darle paso solo al digital, ganan y ya nunca más podemos abrir libros de papel, creo que los fetichistas y las casas de subastas perderían muchísimo.

Seguramente desaparecerán las horribles filas en las ferias, el desorden que hacen los fanáticos de ciertos escritores, pero esa nostalgia, el recuerdo del día y la hora, ese cariño que alguien le puso a la página, se irán al trasto y el mundo, hay que reconocerlo, está hecho de pequeñas cosas que nos sirven para sobrevivir.

 

 

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