Aristizábal: Qué pedirle al diablo
Hay un cuento de Max Beerbohm donde un escritor fracasado conversa con el mismo Beerbohm en un cafetín de Londres sobre ¡la posteridad!, sobre cómo un muerto no puede leer los libros que escriben sobre él. ¡Una lástima!, todo escritor, o artista, o ser humano, guarda la esperanza de que se le recuerde por algo, y ojalá cada uno lo sepa, la vanidad que todos llevamos dentro, supongo, pero que no sirve para nada.
“¡De aquí a cien años! ¡Figúrese! ¡Ojalá entonces yo pudiera resucitar por unas pocas horas e ir a leer a la sala de lectura! Mejor dicho: ¡ojalá fuera proyectado ahora mismo hacia el futuro, a esa sala de lectura, solo por eso! Piense en las páginas y páginas del catálogo: ‘SOAMES, ENOCH’ sin parar… interminables ediciones, comentarios, prolegómenos, biografías…”
Y entonces, como siempre el diablo está por ahí, tratando de hacer las cosas más fáciles para el incauto ser humano, en vista de que Dios tantas veces se despista, pues abre la bocota y se presenta en la mesa de los caballeros. Soames, un satánico católico declarado, escucha atentamente al diablo que dice: “El tiempo: una ilusión. El pasado y el futuro son tan presentes como el presente mismo, o por lo menos están tan solo, como dicen ustedes, ‘a la vuelta de la esquina’. Lo puedo trasladar a cualquier fecha. Lo proyecto y ¡puf! ¿Desea visitar la sala de lectura tal como será en la tarde del tres de junio de 1997?”
Y entonces sellan el acuerdo con sus manos y Enoch avanza de un tiro cien años en busca del catálogo de libros del siglo XX para ver su enorme fama, pero lo único que descubre en un diccionario biográfico es una escueta reseña que dice que era un poeta de tercera categoría. ¡Qué desperdicio!, vender el alma por nada. El diablo tenía que saber que mi amigo no ganaría nada con su visita al porvenir, dice el divertido Max Beerbohm.
Por estos días he pensado mucho en el diablo, porque también leí esa historia tan bonita de Robert L. Stevenson, “El diablo de la botella”, que es sobre aquello que envidiamos de los demás y si en realidad es tan necesario eso que deseamos. Un diablillo en una botella puede cumplirte muchas cosas, pero en el fondo, el problema radica en que no tenemos claridad sobre qué es lo esencial en nuestras vidas. Estos días de cuarentena me han hecho pensar que lo mejor de cada amanecer es sentirme aliviado, hablar un poco con la gente que más quiero y las historias, esas sí que me mantienen vivo, con la mente alegre sin necesidad de acordar nada con el diablo, así me haga reír.