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Armando Durán: Derecha, izquierda, derecha…

    Hace pocos días, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, sin entrar en detalles ni referirse exclusivamente a Brasil, planteó, para sorpresa de muchos, la urgente necesidad de que los presidentes de América Latina se aíslen en una suerte de “retiro espiritual”, ese fue el término que empleó en su declaración a la prensa, para reflexionar sobre las evidentes muestras de impotencia que ofrecen los gobiernos “progresistas de la región” a la hora de enfrentar el desafío de lograr suficiente respaldo popular a la hora de promover los cambios que desde hace años y más años de frustración y desaliento exigen los sectores más desprotegidos de la sociedad.

   No le falta razón al viejo líder sindical brasileño. Los modelos de gobierno “socialista” que desde hace años representan Cuba y Venezuela, en realidad son la imagen de los fracasos políticos absolutos y sus gobernantes solo conservan el poder porque a fin de cuentas son regímenes despóticos, y ni siquiera se molestan en disimular el carácter groseramente totalitario de sus mecanismos de control social. Por otra parte, en el resto de la región, donde, las izquierdas, renacidas tras un nuevo período de fracasos de gobiernos de centroderecha y/o sencillamente neoliberales, vuelven a verse acosadas por los implacables reclamos de una realidad que parecen condenadas a repetir hasta el infinito este ciclo abrumador de impotencias y desengaños.

    En México y Argentina, por ejemplo, los fantasmas de la inflación y la desigualdad acorralan a      los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández. Pedro Castillo, izquierdista que año y medio después de asumir la Presidencia de Perú ha terminado detenido en la misma prisión donde sufre condena el neoliberal Alfredo Fujimori. Bolivia sigue sin encontrar su rumbo y Ecuador da la impresión de deslizarse, irremisiblemente, hacia la crisis social y la nada.

   En Chile, Gabriel Boric ha mordido el polvo de una derrota de proporciones monumentales. Hace menos de año y medio, como candidato izquierdista de una alianza de fuerzas políticas y sociales, logró derrotar en diciembre de 2021 en una segunda vuelta electoral con casi 56 por ciento de los votos a José Antonio Kast, líder de la derecha chilena más extrema. Cegado por esa victoria, cumplió su promesa de presentar un proyecto de nueva constitución para sustituir la redactada en tiempos de Pinochet y todavía vigente, pero sus asesores elaboraron un texto que fue rechazado en el plebiscito de septiembre de 2022 por 62 por ciento de los electores. Una derrota tan contundente, que desde entonces Boric, como gobernante, no ha sabido dar pie con bola. Hasta que este domingo 7 de mayo, en comicios convocados para elegir a los 50 miembros de un Consejo Constitucional que finalmente redacte la nueva constitución de Chile, los electores solo le dieron su voto a 17 candidatos de Boric, Kast fue el gran campeón de esta decisiva votación, y Boric, completamente descolocado, solo atinó a pedirle a Kast acatar su victoria “con sabiduría y templanza”, y no cometer su mismo error de favorecer la redacción de un texto que luego también sea rechazado por el electorado.

   Por su parte, en Colombia, el proceso político tampoco ha tomado un rumbo afortunado y el también izquierdista presidente Gustavo Petro ha tenido que admitir sentirse perdido en medio de un desastre parecido al chileno. Electo el 19 de junio del año pasado como candidato de una coalición de fuerzas políticas llamada Pacto Histórico, sin presencia significativa en un Congreso con representantes de muy diversos partidos y movimientos políticos, llegó a la Presidencia víctima de una orfandad parlamentaria que lo obligó a buscar en un Congreso atomizado por las divisiones y subdivisiones de los partidos tradicionales, alianzas accidentales que le permitieran gobernar. Ahora, desesperado porque esas alianzas no han hecho realidad sus proyectos de ley, el pasado 25 de abril rompió esas alianzas y le pidió la renuncia a sus ministros, porque su “invitación a un pacto social para el cambio” no logró su propósito y en Colombia no queda más remedio que instalar un “Gobierno de emergencia”, aunque no aclaró, y ese anuncio ha generado múltiples temores, qué entiende él por Gobierno de emergencia.

    Vaya, que la región va del timbo al tanto. Es decir, de aquí para allá, de allá para aquí, sin que realmente avance en dirección alguna. Idas y venidas “ideológicas” que han caracterizado el proceso político latinoamericano desde que la alianza estratégica acordada por Fidel Castro y Hugo Chávez en el año 2000 le devolvió a las izquierdas latinoamericanas la ilusión de conquistar el cielo, no a punta de pistola, como se intentó hacer después del triunfo guerrillero de Castro en Cuba, sino como hizo Chávez en Venezuela al emprender una intrincada circunvalación electoral para conquistar el poder democráticamente en diciembre de 1998 y luego alcanzar los mismos objetivos de la revolución cubana, pero por otros medios.

   Durante años, la fórmula funcionó. Sobre todo, porque el fracaso de la lucha armada como estrategia, cuya máxima expresión fue la derrota y muerte de Ernesto Che Guevara en Bolivia, dentro del marco de la nueva visión estratégica de la guerra fría que se impuso en el Kremlin tras la fallida aventura de instalar un importante arsenal de armamento ofensivo nuclear en Cuba, fue la gradual conformación en América Latina de una alianza socialista y antiimperialista que abarcaba a Cuba, Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. En gran medida, inevitable respuesta continental a la implantación en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, de una alianza de dictaduras militares, ahora de carácter ideológico, amparadas abiertamente por la doctrina de seguridad nacional adoptada por Estados Unidos en los años setenta.

   La desaparición física de Chávez y la crisis de una Cuba desmantelada por los efectos de la desintegración total de lo que había sido la llamada Comunidad Socialista, impulsó dos fenómenos estrechamente relacionados: la desideologización del discurso político y la gradual disolución de los partidos políticos latinoamericanos tradicionales, como consecuencia directa de su conversión en simples y oportunistas alianzas con fines exclusivamente electorales. Una nueva realidad, cuya consecuencia natural fue la aparición de candidatos que expresamente se presentaban ante sus pueblos como pragmáticos representantes de la “apolítica”, entendida como rechazo abierto a lo que no fuera la aplicación de políticas que lo concentraran todo en la promoción de rigurosas políticas económicas de carácter exclusivamente macroeconómico, aunque ello representara sacrificar el bienestar social. La crisis de la deuda y la aplicación sin anestesia de las recetas del Fondo Monetario Internacional sustituyeron rápidamente aquel espejismo socialista alimentado desde los años sesenta por la Cuba de Fidel Castro, después de la elección de Chávez con el financiamiento, al parecer inagotable, que proporcionaba la riqueza petrolera de Venezuela puesta por Chávez al servicio de la revolución en América Latina.

   Al fracaso del socialismo en Cuba y Venezuela, al fracaso de las dictaduras militares ideologizadas para sofocar en el continente la expansión del mal ejemplo cubano, al fracaso de la fórmula que aportaba la experiencia chavista de Venezuela, revolución socialista pero sin romper del todo los hilos de las formalidades democráticas, y al fracaso indiscutible de nuevas opciones con la llegada a la Presidencia en algunos países de empresarios que ahora aspiraban a gobernar sus países con criterios empresariales, la nostalgia por tiempos sociales mejores comenzaron a recuperar los espacios perdidos. Con los efectos que han tenido. Hasta que ahora, ante la pérdida de todas las ilusiones de derecha y de izquierda, como si América Latina fuera un continente condenado eternamente al sufrimiento de Sísifo, Lula da Silva, que ha pasado por todas las estaciones posibles del recorrido, quizá acierte al plantear de pronto que, en efecto, quizá sea preciso hacer un alto en el camino y pensar, entre todos, qué hacer para dejar algún día de vivir en el universo del día al día y del más allá sin horizonte.

 

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