Armando Durán / Laberintos: El triunfo de Rafael Cadenas
La noticia llegó a Caracas a primeras horas de la tarde. Miquel Iceta, ministro español de Cultura, en rueda de prensa, acababa de informar que el jurado del Premio Cervantes, el más prestigioso de la literatura en lengua española, le había concedido este año dicho galardón al poeta venezolano Rafael Cadenas “por la trascendencia de un creador que ha hecho de la poesía un motivo de su propia existencia y la ha llevado hasta las alturas de la excelencia en nuestra lengua.”
En ese momento, yo pensaba dedicarle esta columna a la organización de unas elecciones primarias que ha puesto en marcha la oposición venezolana (que hace años dejó en verdad de ser oposición), supuestamente para seleccionar a un candidato unitario, pero cuya identidad no será seleccionada en esa votación (que tampoco nadie sabe cuándo será), sino en las negociaciones con representantes del hasta hace poco ilegítimo gobierno de Nicolás Maduro que están a punto de reanudarse en cualquier momento. En Ciudad de México, o en París, como se insinúa desde el amable encuentro de Nicolás Maduro y Enmanuel Macron en Egipto. Sin la menor duda, un tema absolutamente anodino ante este magnífico reconocimiento a Cadenas, el único venezolano que puede darse el lujo de estar en la misma liga con creadores como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Alejo Carpentier o Mario Vargas Llosa.
La duda es otra ahora. ¿Qué escribir sobre un poeta que, a sus 92 años, además de sumar este extraordinario reconocimiento internacional del Premio Cervantes, ha recibido galardones de tantísima importancia como el Premio FIL de literatura en lenguas románicas, el de Poesía Internacional García Lorca o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, sin violentar la humildad con que nunca ha dejado de llevar su grandeza literaria y humana hasta estos esos niveles de suprema magnitud? Al final he decidido rendirle mi homenaje reproduciendo en este espacio uno de sus más emblemáticos poemas, Derrota, escrito en 1963, que nos muestra cuál era su visión de sí mismo como poeta, no adolescente pero sí muy joven, y que tomó como un credo del que ha sido, a lo largo de tantos años, santo y seña de su grandeza humana y existencial:
“Yo que no he tenido nunca oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más ineptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar ante la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreir de mucha gente por vivir en el limbo
que ni encontré nunca quien me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en
mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
(Ud. es muy quedado, avíspese, despierte)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que he andado por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me he dejado llevar por otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebeldía
que no he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras
cuya enumeración sería interminable
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre hablo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde
hasta igualarme a las piedras
que he vivido 15 años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que nunca encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo
y crear de mi indolencia
mi flotación, mi extravío
una frescura inmune y obstinadamente, un suicidio al alcance de la mano,
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
y de mí hasta el día del juicio final”
Mis felicitaciones, maestro.