Armando Durán / Laberintos: A diez días de las elecciones españolas
Todos los sondeos de opinión indican que alrededor de 40 por ciento de los 36, 8 millones de ciudadanos españoles con derecho a votar en las elecciones generales del próximo domingo 28 de abril aún no sabe por quién lo hará. Una incertidumbre que arroja sobre las previsiones que hacen los expertos en materia electoral el reto de descifrar lo que ha terminado generando un doble e inédito acertijo. ¿Quién logrará aglutinar en torno suyo suficiente respaldo parlamentario para poder gobernar sin mayores sobresaltos? Y en función de este objetivo, ¿cuál será el futuro político de España a partir del lunes 29 de abril?
Hasta las elecciones de 2015, los mecanismos democráticos del proceso político español se caracterizaban por la sencillez, lo uno o lo otro era el único dilema que la realidad le presentaba a los españoles dentro del marco de un sistema electoral de dos partidos claramente definidos. En una esquina del cuadrilátero, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que en los primeros tiempos de la restauración de la democracia en España todavía se jactaba de ser un partido marxista-leninista, pero que tras la derrota en 1978 de Felipe González a manos de Adolfo Suárez en las primeras elecciones generales celebradas después de la muerte de Francisco Franco, renunció a seguir siendo un partido obrero y socialista para buscar en el centro izquierda su identidad como partido socialdemócrata moderno, una deriva que pocos años más tarde le permitiría a España ingresar a la OTAN y participar muy activamente en el proceso de integración que ya avanzaba en la región a marcha forzada.
En la otra esquina estaban los herederos del franquismo, en la Alianza Popular, partido organizado con fines exclusivamente electorales por Manuel Fraga y otros ex ministros de Franco en octubre de 1979, que 10 años más tarde se convertiría en Partido Popular (PP) y se posesionaría del espacio de centro derecha en el naciente espectro político español. Sin mayores traumas, gracias a la lucha democrática de estos dos partidos por conquistar el centro político, España dejó finalmente atrás la polarización radical que había desencadenado la guerra civil y los 40 años de dictadura franquista para formar parte del universo de un bipartidismo tranquilo, protagonizado por el PSOE y el PP, adversarios electorales pero socios en un proyecto democrático común. Hasta que con las elecciones generales de 2015, la aparición de dos nuevas organizaciones políticas, por un lado Podemos, a la izquierda de un PSOE que ya no era obrero ni socialista, y Ciudadanos, liberal como el PP pero más joven y muchísimo más moderno, perturbaron la estabilidad de ese mapa y lo complicaron pragmáticamente para librar y limitar la batalla de las ideas a conquistar pragmáticamente, o sea, al margen de las ideologías, la voluntad y los corazones de la clase media española.
Santiago Abascal, líder de VOX
De este modo, se inició en España una inevitable fragmentación del voto y un acelerado debilitamiento del PSOE y del PP, que con la brusca aparición y el rotundo éxito de VOX el año pasado en las elecciones autonómicas de Andalucía, nueva agrupación política de extrema derecha que hasta ese instante se había desarrollado en el seno del PP. De la noche a la mañana, se le presentó a los electores españoles el desafío de un laberinto generado por la existencia de cinco opciones electorales a nivel nacional, integradas en dos grandes alianzas, una de izquierda aunque no tanto, conformada por el PSOE y Podemos, y otra de derecha, conformada por el PP y Ciudadanos, a la que ahora se añadía Vox.
Sin mayoría para gobernar
El primer efecto directo del cese del bipartidismo y la inclusión de Vox como quinta opción política-electoral, ha sido que todos los sondeos de opinión indican que estos dos bloques rondarán, pero no superarán, los 160 escaños, sin llegar ninguno de los dos a sumar los 176 escaños necesarios para ser mayoría suficiente para darle estabilidad al nuevo gobierno. Una circunstancia que obligará a estas minorías a buscar aliados electorales en partidos regionales para aproximarse a esa meta, aunque en cualquier caso a un elevado costo político. Sobre todo para Pedro Sánchez, que si bien se ha beneficiado considerablemente de la aparición de VOX por ser percibida como una amenaza real para buena parte de la población, sabe que la ambigüedad que exhibió el PSOE en un primer momento ante el desafío que le presentaron a España los partidos independistas de Cataluña, le hizo un gran daño a su liderazgo personal y contribuyó poderosamente a la derrota electoral del PSOE en el hasta entonces formidable baluarte socialista de Andalucía.
Esta doble realidad obligó a Sánchez, acorralado por la insuficiencia de sus 96 escaños propios en el Congreso de los Diputados, a distanciarse de su cómoda neutralidad ante la cuestión catalana para desandar los pasos populistas que había venido andando para asegurarse el respaldo parlamentario de los diputados catalanistas y convocar la celebración de unas elecciones generales que no deseaba. Paradójicamente, la derrota socialista en Andalucía en esas elecciones autonómicas del año pasado también provocó un serio revés para Susana Díaz, la figura del PSOE que con mayor fuerza aspiraba a enfrentar y suceder a Sánchez como líder supremo de ese partido, derrota cuyo efecto inmediato ha sido el fortalecimiento interno del actual presidente del gobierno español, a quien también beneficia nacionalmente la amenaza que representa VOX para los electores de la clase media y de quienes estos años de endurecimiento económico se sienten más desamparados que nunca ante el desfallecimiento de las políticas sociales del Estado promovido por los gobiernos “populares” de José María Aznar y Mariano Rajoy.
Ahora, cuando sólo faltan 10 días para esta decisiva jornada electoral, Sánchez tiene la necesidad urgente de ampliar considerablemente el débil respaldo parlamentario con que cuenta. De no lograr aproximarse a esa meta de 176 escaños, equivaldría a prolongar la penosa parálisis de su gobierno, que acaba de sufrir la derrota que significa la negativa parlamentaria a aprobar su proyecto de presupuesto para el año en curso, negativa que a su vez le ha obligado a convocar estas elecciones generales a solo 8 meses y medio del inicio de su gobierno, el más breve de la esta etapa democrática de la historia española.
En los cálculos de Sánchez para buscar esa mayoría parlamentaria indispensable para poder seguir siendo presidente de un gobierno estable, se destacaba su intención de aprovechar el debate televisivo previsto para el martes 23 de abril de los 5 candidatos a presidir el nuevo gobierno para reducir el lance a privilegiar su confrontación personal con Santiago Abascal, el candidato de Vox, en torno a un proyecto político muy concreto, fortalecer el “estado de bienestar rescatando derechos maltratados por el anterior gobierno”, es decir, por la derecha española, según señaló la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, al enviar el pasado mes de enero el proyecto de presupuesto para 2019 a la consideración del Congreso de los Diputados.
No contaba Sánchez con que la Junta Electoral Central aplicara el respeto a la proporcionalidad según las normas electorales españolas: si se le permite participar en el debate al candidato de Vox, partido que nunca ha obtenido el 5 por ciento de los votos en alguna consulta nacional, requisito para tener derecho a participar en debates con otros candidatos, también tendría que permitirse la participación en este debate de los demás partidos minoritarios, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) o Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), o no permitírselo a ninguno, razón por la cual el debate será únicamente entre los cuatro candidatos principales. De este modo imprevisto, Sánchez se queda sin el contrincante ideal para presentarle a la opinión pública española la diferencia esencial entre izquierda y derecha, una polarización que sin duda alguna lo beneficiaria muy considerablemente.
Sin resultado electoral suficiente
A tan pocos días de las elecciones, con la actual fragmentación del voto, los estudios de opinión coinciden en señalar que si bien Sánchez será la primera minoría en las elecciones del 28 de abril, la no inclusión de Abascal en el debate modificará sustancialmente el tema central de los enfrentamientos dialécticos del martes y su ascenso en las encuestas, porque en lugar de poder centrar el debate en el tema social, el nuevo formato le permitirán a Casado y Rivera centrar la discusión en el espinoso tema territorial y el independentismo catalán, la mejor manera de arrinconar al PSOE y a Unidas Podemos, tal como hicieron, con gran éxito, en las elecciones autonómicas andaluzas del año pasado.
En todo caso, los expertos españoles en materia electoral, teniendo en cuenta el altísimo grado de indefinición que muestran los electores en todas las encuestas, han planteado diversas simulaciones posibles. Por ejemplo, si bien se supone que el PSOE solo obtendría 96 escaños, la irresolución de los electores permite señalar que esto podría elevar su presencia en el Parlamento hasta los 154 escaños. En estas simulaciones, la votación posible del PP se movería entre 56 y 108 escaños; la de Ciudadanos entre 25 y 71; la de UP entre 17 y 50; y la de Vox entre 9 y 50.
Por otra parte, la combinación de los partidos de izquierda tienen 21 por ciento de probabilidades de alcanzar los 176 escaños y los tres partidos de derecha tendrían 17 por ciento de probabilidades de conquistar esa cima. La alianza PSOE y UP llegaría a tener 74 por ciento de probabilidades de llegar a los 176 escaños si lograra llegar a un acuerdo con todos los partidos minoritarios de España, incluyendo a los partidos independistas catalanes, que si bien le aportarían los escaños necesarios, alejaría de esta alianza a buena parte de los electores naturales del PSOE. Una situación que en estos momentos seguramente no aceptarían Pedro Sánchez ni la mayoría de los barones del partido. Todo lo cual se traduce en una imprecisión absoluta a la hora de prever los resultados de la votación del 28 de abril. Y en no saber cuáles serán las consecuencias reales de esta obligada consulta electoral.
Una cosa sí parece segura. Cualquiera que sea el resultado, y las alianzas imprescindibles para que un sector pueda formar un gobierno en apariencia de suficiente firmeza, la inestabilidad será la nota más destacable de la España por venir, una realidad sumamente grave porque en estos momentos el debilitamiento de la economía y del estado de bienestar amenazan la buena marcha del país en momentos de alto peligro para la economía del euro. Muy malas noticias para los españoles, sobre todo para los españoles de menores recursos, a la hora de enfrentar las dificultades materiales que a todas luces aguardan a España nada más superar el reto electoral del domingo 28 de abril.
Como siempre,muy esclarecedores los artículos de Armando Duran !!!