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Armando Durán / Laberintos: ¿A qué vino Michelle Bachelet a Venezuela?

 

El viaje de Michelle Bachelet a Caracas ha trastornado aún más el proceso de descomposición interna que afecta peligrosamente a la oposición venezolana. Por una parte, porque la sociedad civil aguardaba la visita de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos con la ansiosa esperanza de que su sola presencia bastara para facilitar la ya muy debilitada aspiración al “cese de la usurpación” y ahora se tiene la impresión de que no hay ilusión tan distante de la realidad como esa. Un malestar que a su vez da lugar a un par de interrogantes inquietantes.

 

Una: ¿Cuáles han sido los resultados reales de su gestión en Venezuela?

Otra: ¿Y en verdad-verdad, a quién terminará por beneficiar su visita oficial?

 

El primer error que se ha cometido al aproximarnos a este complejo tema fue pasar por alto la melodía que a pesar de todos los pesares hace vibrar el rosado corazoncito de Michelle Bachelet. El segundo error, no tener tampoco en cuenta que al margen de cualquier razón o prejuicio ideológico la ex presidenta socialista de Chile vino a Venezuela como representante de un organismo internacional que reconoce a Nicolás Maduro como legítimo presidente de la República, un hecho que al margen de su visión de la crisis venezolana la ata de pies y manos y limita significativamente el ámbito y los alcances de su actuación. Circunstancia que de paso justifica formalmente el “fracaso” de su supuesta misión.

 

A la luz de estas realidades podemos señalar, por ahora, que el fugaz tránsito de Bachelet por Venezuela ha dejado en el sector más auténtico de la oposición un sabor amargo en la boca; en el ánimo de Maduro, de La Habana y de otros sectores colaboracionistas del país, en cambio, ha provocado un fuerte suspiro de alivio.

 

Veamos:

  1. Si bien para no desmarcarse de la posición oficial de Naciones Unidas sobre el tema estaba obligada Bachelet a referirse a Maduro como presidente de Venezuela y a Juan Guaidó exclusivamente como presidente de la Asamblea Nacional, no tenía por qué haber mostrado tan ostensiblemente su favoritismo por la causa que encarna Maduro. Basta recordar su sonrisa de complacencia y su amabilidad ante el “usurpador” y otros jerarcas del régimen, y la expresión ensimismada y de fastidio de su rostro al reunirse con los adversarios de Maduro y compañía para percibir sus coincidencias con el disgusto del papa Francisco cuando se ha visto en la obligación de recibir a quienes no coinciden con sus predilecciones políticas. Desde esta perspectiva, su mensaje, tan poco disimulado a favor del régimen, se ha escuchado alto y claro.
  2. Cierto que Bachelet sostuvo un largo encuentro con víctimas o familiares de víctimas de las fuerzas represivas del régimen y que en ese dramático escenario se mostró visiblemente emocionada. ¿Podía haber sido de otro modo? Su padre y ella misma fueron víctimas de torturas brutales durante la dictadura de Augusto Pinochet y esa es una experiencia desde todo punto de vista terrorífica e imborrable. De ahí que se emocionara y que después le hablara a Maduro de la conveniencia de revisar hasta qué punto el régimen respetaba las normas internacionales sobre la tortura. En ningún momento, sin embargo, condenó Bachelet al régimen ni le exigió a Maduro sancionar a los culpables, una suerte de cómoda neutralidad ante la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela por parte del régimen que preside Maduro por parte, precisamente, de la encargada por los países miembros de Naciones Unidos a velar por el respeto absoluto de los derechos humanos. Una incoherencia política que sin duda beneficia, muy ampliamente, a Maduro y lo saca de su aislamiento internacional.
  3. También me parece importante destacar que si bien Bachelet en el curso de su visita advirtió que la grave crisis venezolana se agravó a partir del año 2013, obvió el hecho de que esa fecha coincide, precisamente, con el inicio del mandato presidencial de Maduro. Una señal inequívoca de la responsabilidad de su interlocutor, que era mejor no mencionar. Y puestos a soslayar realidades incómodas para el régimen, también vale la pena destacar que la señora Bachelet prefirió ignorar que en 2016 Maduro desconoció la victoria electoral de la oposición en las elecciones de diciembre del año anterior, en las que a fuerza de votos y a pesar del ventajismo oficial y las manipulaciones tramposas de los mecanismos electorales, los candidatos de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ocuparon dos terceras partes de los escaños de la Asamblea Nacional. De igual manera, Bachelet prefirió no recordar que con esa decisión, auténtico golpe del régimen contra la Constitución y el Estado de Derecho, Maduro violó porque le dio la gana el derecho de 14 millones de electores a elegir a sus representantes en el Poder Legislativo, órgano constitucionalmente responsable tanto de legislar como de fiscalizar el funcionamiento de todos los poderes constituidos, un acontecimiento que ha sido la causa eficiente del actual conflicto político. De acuerdo con esa misma manera de reaccionar ante lo que ocurre en Venezuela, Bachelet, en lugar de reconocer lo que todas las democracias del mundo condenan sin ninguna vacilación, se limitó a denunciar las sanciones aplicadas por gobiernos de las dos Américas y Europa a conocidos violadores de los derechos humanos que continúan siendo miembros del gobierno venezolano y de su Alto Mando Militar. El mismo falso argumento que esgrimen los regímenes de Venezuela y Cuba para condicionar cualquier negociación con sus adversarios a que se levanten unas sanciones que en ningún caso son contra Venezuela como nación, sino contra conocidos jerarcas del régimen, culpables de escandalosos actos de corrupción, narcotráfico y numerosos crímenes políticos.
  4. Por otra parte, es válido suponer que a partir de sus observaciones personales y de la de sus asesores, Bachelet haya indicado la necesidad de superar cuanto antes la confrontación política que ha convertido a Venezuela en un polvorín a punto de estallar. No se refirió, sin embargo, a la urgencia de poner en marcha un proceso de transición hacia la democracia y el orden constitucional, y mucho menos mencionó la conformación de un futuro gobierno provisional como instancia imprescindible para devolverle al país la normalidad y el estado de Derecho, sino que sostuvo que la mediación entre el gobierno y la oposición iniciada por el gobierno noruego en Oslo es el único camino a seguir. Olvidando mencionar, por supuesto, que desde el año 2003 se han celebrado en Venezuela y en otros rincones del mundo muchas rondas de negociaciones entre representantes del gobierno y la oposición, todas ellas con la mediación de gobiernos, instituciones y personalidades teóricamente tan respetables como el gobierno noruego, pero todas truncadas a conciencia por el régimen venezolano con la exclusiva finalidad de ganar tiempo en momentos de apuros, perpetuarse en el poder y nada más. Razón suficiente para que nadie en su sano juicio crea posible negociar con Maduro el fin ineludible del régimen chavista por la vía de un acuerdo amistoso entre las partes.
  5. Un dato a tener presente es que tan pronto se marchó Bachelet de Caracas se han escuchado algunas voces “sensatas” que le piden a los venezolanos no emitir juicios de valor precipitados sobre la visita y esperar a que el próximo mes de julio ella presente el informe final de su observación. Una solicitud, sin duda, perfectamente razonable en situaciones ordinarias, pero absolutamente inservible y tramposa en esta ocasión de emergencias políticas y humanitarias extremas. En todo caso, quisiera anotar que de la misma manera que fue un error darle a esta visita una trascendencia que conociendo al personaje y su condición de funcionaria de un organismo que prefiere no mancharse las manos de barro no podía tener, sería un nuevo error confiar que dentro de un mes, en el apacible escenario de Ginebra, la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos afirme lo que ni siquiera sugirió en Caracas.
  6. Mi primera conclusión puede que no sea políticamente correcta, pero me parece inverosímil pensar que un organismo cuyo Consejo de Seguridad controlan Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania, pero también Rusia y China, que tienen derecho a veto, y en cuya Asamblea General el voto de los 117 gobiernos agrupados en el Movimiento de Países No Alineados marcan muchas diferencias de importancia, pueda tomar una decisión contraria a los intereses políticos de Maduro, quien por cierto, desde la última Cumbre del MPNA, que se celebró en septiembre de 2016 en la isla venezolana de Margarita, fue designado presidente de la organización, cargo que conservará hasta que se celebre la XVIII Cumbre de MPNA en la ciudad azerbaiyana de Bakú. Pedir, pues, que Bachelet haga en Ginebra el milagro sencillamente equivale a pedirle peras al olmo.
  7. Mi última conclusión es que si de algo ha servido la fallida y contraproducente intervención de Bachelet en la crisis venezolana es que al fin el país deje de confundir sus deseos con la realidad. Que los venezolanos comprendan que ya no hay tiempo para experimentos vanos. Que en la hora actual no se puede seguir tomando el rábano por las hojas ni seguir creyendo en los pajaritos preñados de Naciones Unidas ni de Oslo, mucho menos en los argumentos del colaboracionismo de quienes siempre han estado dispuestos a sacrificar el futuro de Venezuela como nación a cambio de conservar unos pocos e insignificantes espacios de beneficios materiales compartidos con el régimen. Sin la menor duda, el tiempo actual de Venezuela es otro, nada que ver unas elecciones negociadas con Maduro como presidente. Y de ningún modo puede ser el de la continuación por otros medios pero en el marco de las mismas formalidades o en otras muy parecidas de esta pavorosa realidad nuestra de cada día, que acorrala y asfixia al país y a sus casi 30 millones de habitantes desde hace nada más y nada menos que 20 años. Que es, como quiera que se mire, lo que vino Bachelet a propiciar en Venezuela. ¡Qué vergüenza!

 

 

 

 

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