Armando Durán / Laberintos: Algunas mentiras y verdades de la operación Gedeón
La noticia la dio Néstor Reverol, ministro venezolano del Interior, el domingo 3 de mayo por la mañana:
“Queremos hacer del conocimiento, y denunciar ante la comunidad nacional e internacional, que en la madrugada de hoy un grupo de mercenarios terroristas pretendió hacer una invasión al país por vía marítima.”
Horas después, seguros de que muy pocos recordarían en Venezuela lo que fue la invasión de Bahía de Cochinos, algunos voceros calificados del régimen tuvieron la audacia de comparar esta presunta “invasión” con aquel desembarco de 1.500 exiliados cubanos por la costa sur de Cuba, el 17 de abril de 1961. Ese importante contingente invasor llegó a la solitaria Bahía de Cochinos en buques de transporte, custodiados por un portaaviones y varios destructores de la Armada de Estados Unidos, contaban con una fuerza aérea de casi una docena de bombarderos ligeros B-26 que dos días antes habían bombardeado los tres principales aeropuertos militares de la isla, y con piezas de artillería y tanques Sherman para brindarle apoyo a los varios batallones de paracaidistas y de infantería en tierra firme. Durante los tres días siguientes se libraron en la zona encarnizados combates, al cabo de los cuales, abandonados a su suerte sin previo aviso por decisión de la Casa Blanca, los invasores agotaron su parque de municiones y tuvieron que rendirse. Para ese momento, alrededor de unos 400 combatientes de ambos bandos habían perdido la vida.
Este hecho, por supuesto, nada tenía que ver con el que describía el ministro en su escueto anuncio, en el que se limitó a señalar que los “mercenarios terroristas” procedían de Colombia, habían desembarcado en lanchas rápidas en la playa de Macuto, sufrieron 8 bajas en enfrentamiento con unidades de tropas especiales venezolanas y dos de los invasores fueron capturados. En su declaración no divulgó los nombres de los que murieron ni de los prisioneros. Poco después se enviaron a los medios dos registros fotográficos del suceso, la foto de un supuesto invasor ya sin vida en el fondo de una embarcación y otra de una lancha utilizada en el desembarco según la versión oficial del suceso, pero que no tiene aspecto de ser una lancha rápida sino una pequeña barca de pescadores.
Diversos relatos comenzaron a circular de inmediato en las redes sociales venezolanas. Todos coincidían en señalar que el incidente tenía olor a montaje del oficialismo. En todo caso, el régimen no había facilitado pruebas convincentes de que en efecto se trataba de un intento de invasión. De acuerdo con algunas versiones se trataba de una simple cortina de humo para distraer la atención de un país escandalizado por la brutal matanza de 47 presos comunes en una cárcel a algunos cientos de kilómetros de Caracas; de acuerdo con otras, era el torpe intento de un sector radical de la oposición por infiltrar a un grupito de agentes y nada más. En todo caso, nadie se explicaba quién y por qué se había seleccionado para este desembarco clandestino un paraje tan poblado como Macuto, a muy corta distancia del aeropuerto internacional Simón Bolívar. Peor aún, muchos se preguntaban cómo era posible que tantos combatientes, con sus armas y otros equipos de combate pudieran haber navegado en esa minúscula barca, contra viento, marea y corrientes, las centenares de millas que separan la Goajira colombiana del punto del desembarco.
Las dudas crecieron exponencialmente horas más tarde, cuando el régimen informó haber frustrado otro intento de invadir Venezuela gracias a la valiente intervención de unos pocos y desarmados pescadores en la costa de Chuao, un poblado famoso en el mundo entero por la calidad de su cacao, a menos de cien kilómetros al oeste de Macuto. En este episodio, a pesar de que en el grupo invasor había dos ex soldados estadounidenses con experiencia en las guerras de Irak y Afganistán y varios ex oficiales de la Fuerza Armada venezolana, no se había disparado un solo tiro. Es decir, que este grupo de experimentados combatientes se había rendido sin ofrecer la menor resistencia. Una información imposible de creer.
En esas horas de evidentes manipulaciones informativas pronto se añadieron otros ingredientes desconcertantes, gracias a los cuales termina de hacerse imposible cuadrar los retazos de la realidad con un mínimo de certezas. Sabemos, por ejemplo, que el año pasado el diputado Sergio Vergara y J. J. Rendón, el estratega jefe de Juan Guaidó, conocieron a un ex boina verde norteamericano, de nombre Jordan Goudreau, propietario de una empresa de servicios militares llamada Singerport. Impresionados por el personaje, Vergara y Rendón se reunieron varias veces con Goudreau y estudiaron la viabilidad de un proyecto para propiciar por la fuerza el “cese de la usurpación.” Las negociaciones condujeron a la redacción de un contrato de servicio valorado en 212 millones de dólares, pero las razones no muy claras, Guaidó y compañía le dieron largas al asunto. Rendón le adelanto entonces a Goudreau 50 mil dólares “de su bolsillo” para mantener la relación con vida, pero hasta ahí llegó el acuerdo de los representes de Guaidó con Sigerport. Goudreau entró luego en contacto con el mayor general Cliber Alcalá, hombre de confianza de Hugo Chávez desde su intentona golpista del 4 de febrero de 1992, pero luego enemigo de Maduro, y de pronto se articulaba una fuerza militar de aproximadamente 300 hombres para invadir Venezuela. Dos obstáculos lo impidieron. A mediados de marzo la policía colombiana incautó un importante alijo de armas de guerra destinadas a este grupo y muy pocos días después la Fiscalía General de Estados Unidos dictó auto de detención contra Clíver Alcalá por narcotraficante. El general se entregó entonces a las autoridades de la DEA, pero antes reveló a la prensa que el armamento incautado era parte de planes insurreccionales del que él y Guaidó eran responsables, debido a un supuesto acuerdo suyo con el presidente de la Asamblea Nacional para invadir Venezuela, planes que ahora se abandonaban; pero Goudreau, por las razones que fueran, continuó desarrollando su plan, aunque ahora en condiciones muy precarias.
Por otra parte, como todavía no existen pruebas de la identidad de los 8 expedicionarios dados de baja en el desembarco por Macuto, no está claro si esas muertes en efecto se produjeron en el momento del desembarco o fueron simple ejecuciones extrajudiciales de combatientes capturados con vida durante el desembarco o en otras circunstancias. Tampoco sabemos si el segundo desembarco, por Chuao, en realidad sucedió, o no. Sí se sabe, en cambio, que el proyecto que Goudreau admite haber concebido y realizado, estaba perfectamente infiltrado por agentes del régimen venezolano.
En realidad, esta historia de múltiples desembarcos es un rompecabezas imposible por ahora de armar porque faltan demasiadas piezas. Lo único que sí podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que de ningún modo puede hablarse de “invasión”; a lo sumo de infiltración en Venezuela de muy pequeños grupos de potenciales subversivos, y que en el confuso universo de la mal llamada revolución bolivariana, podemos repetir la advertencia que a mediados del siglo XVII le advirtió Pedro Calderón de la Barca a España desde el escenario de un teatro madrileño: “en este mundo, todo es verdad y todo es mentira.”
Mientras llega el día en que algo o alguien descorra el pesado cortinaje que nos oculta la verdad verdadera de lo ocurrido, sí podemos destacar dos situaciones muy difíciles de refutar. Una, que en medio de una pandemia que castiga con la condena sin remedio del aislamiento total, Maduro y sus lugartenientes deben sentirse después de esta “invasión”, más atornillados en el poder. La otra, Guaidó, arrinconado por las circunstancias y por las crecientes y agravadas contradicciones que no ha logrado superar desde hace año y medio, ya no puede frenar el ritmo descendiente de sus pasos como líder de la recuperación democrática de Venezuela, y se encuentra estos días ante la más crucial de las encrucijadas. O de golpe y porrazo toma por los cuernos el toro de la verdad y asume a fondo su papel de líder de la oposición, o debe conformarse, gracias a Goudreau, Vergara, Rendón, Pizarro, Florido y otros renacuajos de la actual fauna política venezolana, a desaparecer, lánguida y melancólicamente, en el limbo de la nada más profunda e insignificante. Para siempre.