Armando Durán / Laberintos: Cuba después del 15 de noviembre
Este jueves se inició en Cuba lo que sus gobernantes han llamado Ejercicio Estratégico Moncada 2021, de acuerdo con el marco de una doctrina militar que se fundamenta en el principio de que “prepararse para la guerra de todo el pueblo implica que cada cubano debe tener un medio, una forma y un lugar para defender la patria.” En este caso, según la información oficial, el ejercicio “tiene como objetivo fundamental estudiar las acciones para prevenir y enfrentar situaciones de riesgo, amenazas y agresiones a la seguridad del país en un escenario de guerra no convencional impuesta por el Gobierno de Estados Unidos contra Cuba.”
Definida de este modo la exigencia defensiva actual de la revolución, esa guerra, que según la versión oficial de la historia es “del pueblo”, de todo el pueblo, contra sus enemigos, se ha aplicado en Cuba desde el 8 de enero de 1959, día en que Fidel Castro entró triunfante en La Habana al frente de su ejército guerrillero. Gracias a ello, el régimen ha podido resistir desde entonces, contra viento y marea, todos los peligros imaginables, incluyendo acciones de guerra como la invasión de Bahía de Cochinos y peligros de tan enorme magnitud como convertir la isla en una plataforma de lanzamiento de cohetes estratégicos soviéticos, aunque con esa decisión Cuba colocó al mundo, en octubre de 1962, en la antesala de un apocalíptico holocausto nuclear.
Lo novedoso en el anuncio de estas maniobras se encuentra en el hecho de que el régimen cubano advierte que el peligro que lo amenaza ahora se presenta en un “escenario de guerra no convencional.” Es decir, que por una parte, el país vuelve ahora a estar en pie de guerra y debe prepararse para enfrentar a sus adversarios y enemigos, pero no en campos de batalla usuales, sino en las calles de Cuba, para no volver a ser tomados por sorpresa, como sucedió el pasado 11 de julio. Por otra parte, es la primera vez, desde la ya olvidada conversación telefónica de Raúl Castro y Barak Obama y la relativa normalización de relaciones entre Washington y La Habana, que de nuevo se acusa, directamente y sin ninguna ambigüedad, al gobierno estadounidense de ser el principal responsable de las “agresiones” a Cuba, pasadas y por venir.
Se trata, sin duda, de un reajuste decisivo del tortuoso y siempre explosivo proceso político cubano, herido gravemente por el masivo e imprevisto reclamo popular de libertad que, a los sones del rap “Patria y Vida”, convertido aquel día inolvidable de julio en himno de protesta de la sociedad civil cubana, pacíficamente, sacudió los cimientos del régimen cubano. Un reajuste mucho más apremiante desde que en la noche de este mismo jueves, sus intérpretes y autores, Yotuel, Gente de Zona, Descender Bueno y El Funky, recibieron en Las Vegas el homenaje del mundo musical al recibir en la gran gala de los Grammy Latinos 2021 los premios a la mejor canción urbana y mejor canción del año.
Por supuesto, todos vimos que la convocatoria a repetir aquella impactante experiencia de julio este 15 de noviembre, formulada hace más de un mes por un centenar de grupos disidentes dentro de Cuba, agrupados en lo que ellos han llamado Plataforma Archipiélago, fue “exitosamente” sofocada por los mandos civiles y militares de la cada día más desarbolada dictadura cubana. En primer lugar, porque esa movilización no tomó a nadie por sorpresa y ya sabemos que guerra avisada no mata soldados. A ese factor elemental debemos añadir la pregunta que se hace el diario español El País en su editorial de este jueves 18 de noviembre, ¿de qué se vanaglorian? A fin de cuentas, señala, “dejar las calles vacías por miedo no es un éxito de nadie, porque la democracia lleva dentro el diálogo, pero nunca el silencio por orden administrativa.”
Esta sentencia recoge cabalmente lo sucedido en Cuba con el “fracaso” de la convocatoria, y enfatiza que la causa de esas imágenes de una Habana perversamente paralizada por las acciones preventivas de las implacables fuerzas represivas del régimen, es que el temprano llamado a esta nueva movilización popular le permitió al Partido Comunista de Cuba, que pretende ser amo y señor absoluto hasta de los pensamientos de los ciudadanos cubanos, poner al día y engrasar los múltiples dispositivos de sus fuerzas represivas para impedir que la demoledora experiencia del 11 de julio se repitiera ahora. De eso es que sí se pueden jactar, y mucho, los artífices de este nuevo atropello a los derechos políticos y humanos de la población cubana. De haber encarcelado a centenares de manifestantes del 11 de julio, de su capacidad sin límites para multiplicar los actos que la propaganda oficial cubana califica de “repudio” popular a los agentes de la contrarrevolución y del imperialismo, de haber ejecutado a la perfección un riguroso control de las comunicaciones y las redes sociales, de encerrar en sus casas e incomunicar a las cabezas más visibles de esa archipiélago en formación, de haber acorralado con sus amenazas a quienes se atrevieran a salir de sus casas vestidos de blanco, de la total militarización de plazas, calles y avenidas de La Habana y las principales ciudades del país, a pesar de que ese lunes se reiniciaban las clases para 700 mil estudiantes.
Gracias a estas medidas draconianas Cuba se mostró al mundo como territorio condenado al silencio y la parálisis total de sus calles, tal como quedó registrado en las pocas fotografías y videos que circularon en las redes sociales. Una soledad que sentó al régimen en el banquillo de los acusados por insistir en el cruel disparate de seguir gobernando, 62 años después, de espaldas a la voluntad mayoritaria de un pueblo que sus jerarcas dicen proteger.
Desde esta perspectiva, puede afirmarse que este silencio impuesto por la fuerza y el terror, muestra la exacta naturaleza de una realidad política desde todo punto de vista abominable. Y nos plantea una gran incógnita. ¿Qué le espera a Cuba el día de mañana? Ya sabemos que a estas alturas resulta imposible vislumbrar cuál será y cuándo se producirá el desenlace del drama cubano. Hasta ahora, el manejo sumamente astuto de la “epopeya” insurreccional de los barbudos de la sierra ha servido para crear y recrear una épica que encarnaban Fidel y Raúl Castro. Desaparecido físicamente uno, anciano el otro, la generación del recambio, representada por funcionarios del aparato del partido, el presunto presidente cubano a la cabeza del grupo, dirigentes suficientemente grises para no despertar suspicacias a su paso, y por razones biológicas sin historial heroico para excitar la imaginación de nadie, por ahora solo son tristes marionetas de Raúl Castro.
Este desequilibrio se hace cada día más insuperable. A no ser que más temprano que tarde, el actual poder político y militar de Cuba, acosado por la falta de liderazgo del equipo para continuar actuando al margen de toda duda razonable, decida desactivar las actividades de sus fuerzas represivas. O a que la desmesura de los eficientes dispositivos del régimen deje de ser suficiente para continuar aterrorizando a la población civil cubana.
En todo caso, esa es la lección que nos trasmite lo ocurrido este 15 de noviembre: en Cuba se ha impuesto la política de no disimular sus excesos represivos, sino todo lo contrario, y desde los primeros fusilamientos de esbirros batistianos en enero de 1959, esos excesos se han divulgado, sin pudor alguno, a los cuatro vientos. Hasta que quién sabe cuándo, ese escandaloso exhibicionismo no baste para seguir controlando las reacciones de una disidencia harta de acatar al pie de la letra las normas de una revolución que desde hace años no le dice en Cuba nada a casi nadie. Triste visión de una situación, que a la vista de lo ocurrido este 15 de noviembre, nos guste o no, solo se modificará cuando ese grito alegre y a la vez doloroso de Patria y Vida sustituya en la conciencia y el corazón de los cubanos la muy desvirtuada consigna de Patria o Muerte, a cuya sombra se han cometido y continuarán cometiéndose en Cuba todo tipo de atrocidades.