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Armando Durán / Laberintos: Debacle socialista en España

    Pedro Sánchez sufrió en las elecciones municipales y autonómicas celebradas en España el domingo 28 de mayo una derrota de magnitud devastadora. Según cuenta José Enrique Mosori en la edición de elDiario.es el pasado martes, “cuando los relojes de la Moncloa dieron las 10 de la noche, el recuento electoral dejó de ser un mero goteo de malas noticias. Los datos, incluso un rato antes de que el escrutinio oficial dictaminase la hecatombe, cayeron como una auténtica bomba de racimo en la sede de la Presidencia del Gobierno. Casi todo lo que podía perderse, se perdió.”

   Lo cierto es que nadie en el Gobierno ni en su entorno lo había previsto. En las 12 autonomías a las que fueron convocados los electores, el PSOE perdió la mayoría en 8 y el Partido Popular, que en las elecciones de 2019 obtuvo el peor resultado de su historia, ganó a todo lo largo y ancho del país, incluso en 6 de las ciudades más importantes del país, Madrid, Sevilla, Valencia, Málaga, Murcia y Zaragoza. Un vapuleo que, de acuerdo con las cifras totales de la votación, permite calcular que de celebrarse elecciones generales el día de hoy, el PP obtendría 30,3 por ciento de los votos y aumentaría su presencia parlamentaria de los 89 escaños que ocupa actualmente, a 138. El PSOE, en cambio, solo conquistaría 25 por ciento de los votos y apenas conservaría los 120 escaños que ocupa en estos momentos. Una victoria rotunda del PP que, sin embargo, resulta insuficiente para formar gobierno. Ni siquiera con el casi 15 por ciento de los votos que aportaría VOX al bloque de la derecha.

   De todos modos, se trataba de un revés cuyos letales efectos hizo que Sánchez adoptara de inmediato la más radical y desesperada de las estrategias: Todo o nada. Y a primera hora de la mañana del lunes, en brevísimo mensaje por radio y televisión de apenas 3 minutos de duración, grave la voz y la expresión de su rostro, le anunció al país que acababa de comunicarle al rey Felipe VI que había ordenado la disolución de las Cortes, nombre oficial del parlamento español, y la convocatoria a elecciones generales adelantadas para el próximo 23 de julio. Una decisión, tomada por Sánchez prácticamente en solitario aquella dura noche electoral, que persigue dos objetivos políticos específicos:

   El primero, no abandonarse a languidecer durante los meses que faltan para diciembre, fecha prevista en el cronograma electoral español para esa nueva consulta a los electores, a fin de cuentas lenta agonía que solo profundizaría la pérdida de toda posible iniciativa ejecutiva de su gobierno, y porque con este adelanto anunciado interrumpe la eufórica fiesta triunfalista del PP y fuerza a sus dirigentes a enfrentar desde ese instante la amenaza de dos peligros potencialmente críticos para el partido:

   Uno, el estallido súbito de las tensiones internas que perturban la relación de equilibrio inevitablemente inestable entre Isabel Díaz Ayuso, carismática presidenta de la Comunidad de Madrid, con sus ambiciones políticas crecidas exponencialmente tras haber arrasado en las urnas del 28 de mayo, y Alberto Núñez Feijóo, jefe del PP y su natural candidato a la Presidencia del gobierno de España, quien en febrero del año pasado sustituyó en la cúpula del partido a Pablo Casado, condenado a la renuncia y el ostracismo, precisamente como resultado del cisma interno generado por la feroz ofensiva de Ayuso por sacarlo del campo de juego y despejar así su camino hacia el control absoluto del partido.

   Feijóo y Ayuso han conseguido construir sobre sus intereses personales contrapuestos una relación de conveniencia mutua, pero las ansias y las presiones no han dejado de estar presente. Ahora, a un paso de reconquistar el poder, aunque solo sea porque el adelanto electoral acorta inexorablemente el tiempo y estrecha los espacios para las maniobras, Ayuso tendrá que morder el freno de sus apetencias y Feijóo podrá aprovechar esa circunstancia en su favor, pero como en la escena final de las clásicas películas de Hollywood sobre el viejo oeste norteamericano, el desenlace de la trama suele ser un duelo a muerte de los dos antagonistas en una calle solitaria y polvorienta.  Por supuesto, Ayuso y Feijóo no se dejarán llevar por sus pretensiones ni romperán la tregua en este punto crucial del proceso, pero ambos, experimentados líderes territoriales, también saben que tarde o temprano, como ahora ha hecho Sánchez, también les llegará el dilema de todo o nada. Es decir, el instante de confrontar a la otra gran figura del partido, en un conflagración que solo puede superarse con la destrucción del adversario.

   El segundo objetivo a lograr por Sánchez con el adelanto electoral es el anticipo de una decisión controversial que tendrán que tomar los dirigentes nacionales y regionales del PP antes del 7 de julio, fecha en que se iniciará formalmente la campaña electoral, sobre los pactos del partido con VOX, en las autonomías en las que han derrotado al PSOE pero con mayoría insuficiente para formar gobierno a no ser que cedan a VOX las Vicepresidencias de los gobiernos autonómicos de Aragón, Comunidad Valenciana, Baleares, Cantabria y Extremadura. Un pacto que, antes de las elecciones del 23 de julio, contaminaría la imagen del partido en el corazón de electores independientes que rechazan el ultraderechismo de las huestes de Santiago Abascal, presidente de VOX desde 2014. Mucho más, si estos pactos se acuerdan con la vista clavada en las elecciones del 23 de Julio.

   Por esta simple razón de difícil aritmética electoral, Feijóo ya le ha salido al paso a esos nubarrones de tormenta que se han insinuado en el horizonte del PP desde que Sánchez decidió tomar el toro por los cuernos la misma noche de la derrota. Y ha advertido que el PP no firmará pacto alguno con VOX antes de las elecciones del 23 de julio, y que él, como vencedor en las urnas de ese día, en caso de necesitar una coalición parlamentaria para gobernar, no lo pactaría con VOX, sino con otras fuerzas políticas. En segundo lugar, notificó que en las 5 comunidades en las que el PP necesita el apoyo de otros partidos para formar gobierno tampoco pactará acuerdo alguno con Abascal.  Para muchos, estas advertencias de Feijóo son simples posposiciones de acuerdos regionales ineludibles después del 23 de julio, pero no puede presumirse cuál será mientras tanto la reacción que producirá en el ánimo de los mandos del PP en esas 5 comunidades que tendrán que demorar la toma del poder autonómico hasta después de la votación general.

   La otra clarificación que ha hecho Feijóo persigue el propósito de que nadie, sobre todo Ayuso, se haga ilusiones, porque él es el presidente del partido, y esto lo sostuvo con firmeza incuestionable, y lo seguirá siendo, contra viento y marea, después del 23 de julio. Sean los resultados de la votación los que sean.

   Imposible medir con exactitud los verdaderos alcances de estas afirmaciones de Feijóo, pero al margen de lo que suceda en esa votación y de las expectativas que tengan sus protagonistas, a estas alturas del proceso político español puede decirse que la identidad original de los partidos existentes, el liderazgo de Pedro Sánchez y la convivencia de Ayuso y Feijóo bajo el mismo techo, serán cosas del pasado. Y pase lo que pase, todo hace pensar que más allá de la debacle socialista, España puede que amanezca el próximo 24 de julio siendo otra.

 

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