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Armando Durán / Laberintos: Decisivo giro en la política venezolana

 

En el curso de los últimos días, ha crecido en Venezuela la impresión de que el “cese de la usurpación”, objetivo central desde enero de la estrategia de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela para enfrentar a Nicolás Maduro, el “usurpador”, prácticamente había desaparecido de su impactante hoja de ruta. Desde mediados de mayo, a medida que el “cese de la usurpación” cedía terreno, pero ahora, sobre todo desde el sábado, parece haber sido condenada al reposo eterno en el conocido baúl de los olvidos políticos.

Ante este brusco cambio de rumbo cabe preguntarse por qué se ha producido este giro, yo diría que decisivo, de la política opositora. ¿Qué ha ocurrido desde que en enero Guaidó le propuso al país los tres pasos de su muy popular hoja de ruta para hacer realidad en tres tiempos la urgente necesidad de restaurar en Venezuela el orden constitucional y el Estado de Derecho?

La verdad es que nadie se lo explica satisfactoriamente. El pasado viernes, por ejemplo, Bloomberg, la prestigiosa agencia internacional de noticias económicas y comerciales, intentó responder la pregunta con un sugestivo análisis sobre la desconcertante realidad política actual. Según los editores del trabajo, una aclaración plausible la encontramos en problemas que confrontan los diplomáticos extranjeros acreditados ante el gobierno de Nicolás Maduro, quienes ejercen en Caracas el trabajo diplomático más raro y pasmoso del mundo (the oddest and most awkward), pues si bien en febrero y marzo le daban la espalda a Maduro y respaldan al disidente gobierno Guaidó, ahora comienzan a dar una embarazosa marcha atrás. Y mencionan, como demostración de este cambio imprevisto de frente, la asistencia de casi todos los embajadores o encargados de negocios a una reunión convocada por Jorge Arreaza, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno Maduro. Un encuentro, señala la nota, en el que incluso participó Daniel Kriener, embajador de Alemania, de regreso luego de que en marzo fuera invitado a salir del país por haber acudido al aeropuerto internacional Simón Bolívar a recibir a Guaidó a su regreso a Caracas de una exitosa gira a Colombia, Brasil, Argentina, Paraguay, Perú y Ecuador, donde fue recibido por sus presidentes con todos los honores de Jefe del Estado.

Este cambio en la dirección de los vientos dominantes en Venezuela se inició el 16 de mayo con la noticia de que representantes de Maduro y de Guaidó habían sostenido una primera ronda de negociaciones en Oslo, con mediación del gobierno noruego -que por cierto ya lo había hecho para propiciar la negociación en La Habana y en Oslo de los Acuerdos de Paz en Colombia firmados en Bogotá el 24 de noviembre de 2016- para encontrarle a la crisis venezolana una salida pacífica y democrática. Valga decir, una salida electoral, porque de eso se trataba. Al menos, así lo entendieron en Venezuela quienes desde el año 2003, por intereses muy torcidos o por simple ingenuidad, se han dejado deslumbrar por la ilusión electoral como herramienta adecuada para enfrentar al régimen chavista, y también por quienes desde entonces la rechazan con firmeza.

Ahora bien, más allá de la controversia que surgió al conocerse la noticia, lo cierto es que Maduro y sus asesores se anotaron con este anuncio un importante éxito político. El hecho de que Guaidó y los suyos aceptaran sentarse a una misma mesa con la gente de Maduro a dialogar sobre las condiciones bajo las cuales celebrar un evento electoral, dígase lo que se quiera, equivalía a dejar de lado la exigencia del cese de la usurpación como requisito primero y no negociable de la transición a la democracia en Venezuela, un diálogo además imposible con el “usurpador”, como el propio Guaidó había advertido, y que de la noche a la mañana había convertido a un diputado casi desconocido de la Asamblea Nacional, en un auténtico y arrollador fenómeno político.

Este cambio de estrategia, no explicado de manera convincente, es la causa de que a pesar de que Guaidó sigue siendo la principal figura del universo político venezolano, a pesar de que a Maduro lo rechaza más de 80 por ciento de la población y a pesar del inaudito hecho de que casi 60 gobiernos democráticos de las dos Américas y Europa   reconocen a Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, lo cierto es que hoy en día su mensaje restaurador ya no pasa de ser un lugar común, una banalidad retórica, sin asidero real, de manera muy especial después del fiasco del 30 de abril. Un progresivo debilitamiento de la acción política de Guaidó, hasta el extremo de que Maduro no sólo ha conseguido permanecer en el poder, sino que con el paso de los días y los meses, tras un breve y alentador período, el dichoso “cese de la usurpación”, aunque solo sea por inercia, no ha hecho merma real en el gobierno Maduro, que ahora luce mucho más consolidado, al menos ante los ojos del mundo, como quedó razonablemente demostrado con la reunión de Arreaza con los embajadores.

No obstante estas realidades, también es evidente que Maduro no puede gobernar a cabalidad, no está en capacidad real de transmitir una imagen de mínima estabilidad y ni siquiera puede frenar el deterioro de la insostenible situación económica y social que sufren la inmensa mayoría de los ciudadanos. Con servicios básicos colapsados, como pasa con el suministro de agua y electricidad, sin asistencia médica para nadie que no pueda pagarla en dólares a precios internacionales, con una hiperinflación incalculable que obliga a modificar diariamente el precio de bienes y servicios, con un salario mínimo (que es el que recibe un tercio de la población) que ya no llega ni a dos dólares mensuales, y bajo la presión continua y creciente de Estados Unidos y la Unión Europea, la ingobernabilidad y el aislamiento internacional constituyen factores determinantes de un desenlace que sigue siendo inevitable, aunque no por el ímpetu de la oposición, sino por la debilidad insuperable de un régimen que ha fracasado por completo.

En el marco de esta confusa mezcla de insuficiencias, y con el implacable tic tac del reloj de la historia reduciendo dramáticamente el poco margen de maniobra que aún le queda al régimen chavista, lo previsible es que el chavismo como movimiento político, y también al gobierno cubano, cuyo destino está íntima y fatalmente ligado al de la mal llamada revolución bolivariana, sus dirigentes civiles y militares, tarde o temprano, tenga que tomar una decisión sin duda controversial pero forzosa: tratar de alcanzar un acuerdo con la comunidad internacional, especialmente con Estados Unidos, y la oposición representada por Guaidó, que a cambio de sacrificar la permanencia de Maduro en el poder, le permita al chavismo como fuerza política conservar la vida después de ese inevitable final del proyecto puesto en marcha por Hugo Chávez hace 20 años.

Diversos indicios permiten percibir que eso es lo que está sucediendo. El primero y probablemente más importante de ellos es la noticia no desmentida sobre reuniones de funcionarios chavistas, con o sin autorización de Maduro, con funcionarios del gobierno de Estados Unidos. Se trata, y nadie puede ponerlo en duda, de otro cambio significativo en la etapa actual del proceso político venezolano, por introducir un factor decisivo: hasta ahora el diálogo con el régimen lo sostenían representantes de la oposición venezolana pero de pronto, estos contactos son de representantes del régimen venezolano con representantes del gobierno de Donald Trump. Con un único tema a debatir, la salida de Maduro del poder.

Un segundo elemento de este nuevo posible escenario lo constituye la muy reciente declaración al Washington Post de Elliot Abrams, encargado por Trump de conducir las relaciones de su gobierno con el oficialismo chavista y con la oposición, según la cual, cuando haya elecciones en Venezuela, si Guaidó y Maduro aspiran a ser candidatos, para contar con la bendición internacional, primero tendrían que abandonar sus cargos actuales. Es decir, que el gobierno de Estados Unidos, con razón o sin ella, da por cierto, en primer lugar, la celebración de una próxima elección presidencial; en segundo lugar, la eventual participación de Maduro como candidato siempre y cuando abandone antes la Presidencia de la República.

El último acontecimiento que merece tenerse muy presente en esta difícil hora política de Venezuela ocurrió el sábado pasado, en la ciudad de Maracay, poco más de 100 kilómetros al oeste de Caracas. Desde hace semanas Guaidó recorre el país los fines de semana. En sus declaraciones, con el propósito facilitar “el cese de la usurpación”, en realidad, porque ya está en campaña electoral disimulada, pero a fin de cuentas campaña electoral. Pues bien, este sábado en Maracay, después de recorrer algunos puntos de la ciudad y pronunciar un discurso de ocasión en el mercado de la ciudad, se dirigió a una concentración convocada por el socialdemócrata partido Acción Democrática. Allí fue calurosamente recibido por Henry Ramos Allup, su secretario general, últimamente figura opositora muy destacada pero también muy desacreditada por su pasado complaciente con el régimen y por recientes denuncias de turbios negocios de sus dos hijos con empresas íntimamente vinculadas a régimen, quien le alzó un brazo y anunció que cuando se celebren elecciones en Venezuela, el candidato presidencial de su partido sería Guaidó. El presidente interino no aceptó ni rechazó este anuncio, pero la expresión de felicidad de su rostro era más que clara. No sólo aceptaba la nominación, la primera que se hace ante una eventual convocatoria electoral, sino que a partir de ahora sus desplazamientos públicos por Venezuela tendrán, sin disimulo alguno, el carácter de auténtica y declarada campaña electoral, tomando así ventaja sobre otros posibles aspirantes a la candidatura unitaria de la oposición. Lo cual también significa que Guaidó y buena parte de dicha oposición, con autorización de sus aliados internacionales o sin ella, desde este fin de semana se encuentra en plena y abierta campaña electoral. Una noticia, nos guste o no, que es real y como quiera que sea le da un vuelco decisivo a la compleja realidad política de Venezuela.

 

 

 

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