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Armando Durán / Laberintos: El fiasco de Bahía de Cochinos (parte II): El imperio contraataca

 

La causa directa de la invasión de Bahía de Cochinos y del conflicto entre la revolución cubana y el gobierno de Estados Unidos fue la aprobación de la ley de reforma agraria, el 17 de mayo de 1959, cuya finalidad era, además de regular revolucionariamente la propiedad privada en el campo, eliminar de golpe y porrazo la participación dominante de Estados Unidos en la actividad agrícola cubana, en la industrialización del azúcar y en la comercialización internacional de sus productos.

Resultaba inevitable, pues, que Washington reaccionara con agresividad a este desafío castrista, aunque en un primer momento limitara su respuesta a la solicitud, por medios estrictamente diplomáticos, de una rectificación de la ley. Luego, con el irritante andar de los días y las semanas, esta persistente pero infructuosa contestación diplomática de Estados Unidos se transformó en una escalada de iniciativas orientadas a conseguirlo por la fuerza, primero con la adopción de represalias de carácter comercial y más tarde con la ejecución sistemática de actos de sabotaje en Cuba, desde la quema de campos de caña de azúcar con bombas incendiarias lanzadas desde rápidas avionetas procedentes de Estados Unidos, hasta atentados con bombas a plantas industriales y comercios. El episodio culminante de esa primera etapa de confrontación cada día más violenta tuvo lugar 10 meses después, el 4 de marzo de 1960, en un muelle de la bahía de La Habana, con la voladura del buque francés La Coubre.

Cuba se rearma

Durante los primeros meses de revolución, Washington no se había opuesto expresamente a que sus aliados europeos le vendieran armamento alguno al gobierno revolucionario cubano, que ya había aprovechado los pagos realizados por la dictadura de Batista a la Fábrica Nacional de Armas de Bélgica para concretar, en enero de 1959, la entrega de 20 mil fusiles de asalto FAL, con su correspondiente dotación de municiones y lanzagranadas. Tampoco ejerció presión alguna para evitar que Cuba comprara en Italia un centenar de morteros de 81 milímetros, dos baterías de cañones de campaña de 105 milímetros y ametralladoras pesadas. Pero sólo hasta ahí llegó la flexibilidad norteamericana con respecto al rearme cubano y, finalmente, en octubre de 1959, Washington impidió que Gran Bretaña le vendiera al gobierno de la isla una escuadrilla de modernos aviones cazas Hawker Hunter, dotados con 4 cañones de 30 mm y 120 proyectiles por cañón, capaces de alcanzar una velocidad de mil 100 kilómetros por hora, un poderío aéreo que probablemente hubiera disuadido a la CIA de seguir adelante con sus planes de invasión a Cuba sin intervención directa de tropas estadounidenses. Poco después consiguió que Yugoslavia cancelara su intermediación en la compra cubana de equipos militares procedentes de la Unión Soviética y Europa oriental.

Entretanto, Bélgica había accedido a venderle a Cuba otros 25 mil fusiles FAL, que también llegaron a los muelles cubanos sin contratiempo alguno, y a embarcar más tarde, en febrero de 1960, 44 toneladas de granadas para esos fusiles y 31 toneladas de proyectiles en el buque francés La Coubre. Todo cambió entonces, cuando a las 3:10 de la tarde del 4 de marzo, durante la descarga de este material bélico en un muelle de la bahía de La Habana, una fuerte explosión se produjo en la bodega número 6 de la nave. Centenares de cubanos acudieron al muelle a socorrer a las víctimas y mientras una nube de humo negro se extendía sobre la ciudad, se produjo la segunda y mucho más devastadora explosión. El saldo oficial del atentado fue de 101 víctimas mortales y más de 250 heridos. Nunca se investigó imparcialmente la causa de la explosión, pero nadie tampoco puso en duda la versión oficial del suceso, según la cual agentes de la CIA habían instalado entre las casi mil 500 cajas del cargamento una potente carga explosiva con dos detonadores, uno de alivio a presión, o sea, que al levantar una de las pesadas cajas se activaba el dispositivo, y el otro de los llamados “de retardo”, para provocar una segunda explosión, minutos después de la primera.

Aquel gran atentado tuvo dos consecuencias políticas decisivas en el proceso del proceso político cubano. Por una parte, desde ese día se impuso en Cuba la consigna de “Patria o Muerte”, con la finalidad de expresar el carácter antiimperialista de la lucha revolucionaria en Cuba. “Nuevamente”, fue el anuncio que hizo Castro con voz grave y solemne en su discurso fúnebre en honor de las víctimas del atentado, “no tenemos otra alternativa que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria, la de Libertad o Muerte, sólo que ahora Libertad quiere decir algo más todavía. Libertad quiere decir Patria y nuestra disyuntiva actual será Patria o Muerte.” Pocos días más tarde, Castro ampliaría la consigna con un verbo de gran valor propagandístico: “Venceremos.” Por otra parte, Nikita Jrushchov, primer ministro soviético, el 9 de julio le advirtió temerariamente a Estados Unidos y al mundo de que “los artilleros soviéticos (es decir, los misiles nucleares intercontinentales que poseía la Unión Soviética) apoyarán al pueblo cubano si el Pentágono se atreve a intervenir en Cuba.”

Tambores de guerra

Esta confrontación entre Washington y La Habana, todavía de relativa baja intensidad, se había librado en las penumbras de la lucha clandestina, pero ahora, tras la voladura de La Coubre, exactamente el 17 de marzo de 1960, el conflicto se hizo guerra abierta con la firma del presidente Eisenhower de un Acta Ejecutiva titulada “Programa de acciones encubiertas contra el régimen de Castro”, reproducción fiel del memorándum que el coronel J. C. King, jefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, le había dirigido a Allen Dulles el 19 de diciembre del año anterior. En sus páginas, King proponía un plan cuyo objetivo era “derrocar a Castro en menos de un año y sustituirlo por una junta de gobierno amiga, que convoque a elecciones democráticas en un plazo no mayor de 6 meses.” En su propuesta, King incluía la programación de acciones encubiertas que abarcaban tres áreas de acción muy específicas: propaganda radial contra el régimen cubano emitida desde algún país del Caribe, interferencias electrónicas a sus programas de radio y televisión, y el entrenamiento y posterior infiltración en Cuba de grupos de oposición pronorteamericanos para promover focos guerrilleros anticastristas en diversos puntos de la isla. Finalizaba King sus recomendaciones con la afirmación de que mucha gente bien informada opinaba que la eliminación física de Castro “aceleraría notablemente la caída del actual gobierno cubano.”

Para llevar a cabo este programa, el 8 de enero de 1960, Allen Dulles le había encomendado al director adjunto del Departamento de Planificación de la CIA, Richard Bissell, la tarea de organizar una fuerza de tarea encargada de realizarlo, identificada como Western Hemisphere/4, al frente de la cual se designó a Jacob D. Esterline, uno de los principales responsables de la operación de la CIA que había culminado con el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala, 6 años antes. Un día después, bajo la conducción de King y de Esterline, ese pequeño grupo de trabajo redactó  el texto del Acta Ejecutiva que debía firmar Eisenhower para poner el plan en marcha de inmediato, pero de tal manera, “que su ejecución no provoque reacciones antinorteamericanas en América Latina.”

Mientras tanto, en Cuba, Fidel Castro ya había avanzado, y mucho, en su proyecto de formalizar el aún clandestino gobierno paralelo de la revolución. Un primer paso lo había dado en febrero de 1959, al sustituir en su cargo de primer ministro a Mario Miró Cardona. Poco más tarde, cambió a su ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Agramonte, catedrático de Sociología, anticomunista declarado y jefe del Partido Ortodoxo, el principal del país antes del triunfo insurreccional de Castro y su ejército guerrillero, por Raúl Roa, también profesor universitario, transformado de repente en embajador vociferante de Cuba ante la OEA. A mediados de julio sacó a Manuel Urrutia de la Presidencia de la República, recurriendo a una maniobra maquiavélica que se inició el 16 de julio, con el anuncio de que Fidel había renunciado a su cargo de primer ministro, aunque sin añadir la más mínima explicación de su decisión. Después de día y medio de dramática espera, Castro compareció ante las cámaras de la televisión y denunció a Urrutia de haber bloqueado la aprobación de importantes leyes revolucionarias y cometer un acto casi de traición a la patria por contribuir a crear con sus continuas declaraciones anticomunistas la leyenda negra de que en Cuba se estaba imponiendo el comunismo, calumnia, sostuvo, que día a día cobraba mayor peso en Estados Unidos como argumento para justificar una eventual invasión militar de la isla. Ante esta situación, informó Castro, a él, simple subordinado del presidente Urrutia, no le quedaba más remedio que renunciar a su cargo.

El efecto de sus palabras fue fulminante. Aún no había terminado su intervención televisiva cuando miles de cubanos rodearon el Palacio Presidencial a exigirle a Urrutia su renuncia. Esa misma noche, Urrutia se asiló en la embajada de Venezuela en La Habana y Oswaldo Dorticós, miembro clandestino del PSP y ministro responsable de la redacción de leyes revolucionarias, asumió la jefatura del Estado en un acto protocolar privado. Finalmente, el 26 de julio, primer aniversario del asalto al cuartel Moncada que se celebraba sin dictadura y en olor de inmensas multitudes, Castro aceptó retomar el cargo de primer ministro.

Su siguiente paso fue crear las Milicias Nacionales Revolucionarias, cuya primera aparición pública se produjo el 26 de octubre, coincidiendo con los nombramientos de Raúl Castro como nuevo ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de Ernesto Che Guevara como presidente del Banco Nacional de Cuba y de Ramiro Valdés, jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército Rebelde (G-2), como jefe de lo que desde entonces se llama Seguridad del Estado. Semanas después, en diciembre, Castro recibió en su despacho de presidente del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) a Alexandr Alexeiev, en apariencia corresponsal de la agencia de noticias soviética Tass en Ciudad de México, pero en verdad agente de los servicios de inteligencia soviéticos. Durante esa visita, Castro le informó a su interlocutor, futuro embajador de la URSS en Cuba, que a medida que la situación política del país lo fuera permitiendo, se irían normalizando los vínculos que a la larga iban a unir a La Habana con Moscú, indisolublemente, hasta que en noviembre de 1989 los berlineses derrumbaron el muro que dividía la antigua capital alemana en dos mitades incomunicadas.

Primera Declaración de La Habana

   Esta vertiginosa sucesión de acontecimientos fue el trasfondo de la VII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, solicitada por el canciller peruano para considerar la advertencia de Jrushchov sobre una posible intervención nuclear soviética en Cuba. El encuentro se realizó en San José de Costa Rica, entre el 22 y el 29 de agosto de 1960, y al entonces canciller colombiano y futuro presidente de su país, Julio César Turbay Ayala, le correspondió plantear, en nombre de los gobiernos de la región, el rechazo de todos a la amenaza formulada por Jrushchov “de intervenir en el diferendo entre Cuba y Estados Unidos con sus armas teledirigidas, en inequívoca violación de los principios jurídicos y políticos del sistema interamericano.”

La respuesta de Castro no se hizo esperar. Ante centenares de miles de cubanos reunidos el 2 de septiembre en la plaza habanera de la Revolución, leyó lo que terminó siendo Primera Declaración de La Habana, en la que su gobierno rechazaba, “en todos sus términos, la Declaración de San José de Costa Rica, dictada por el imperialismo americano, y atentatoria de la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del continente.” En este sentido, Castro proclamó a su vez el derecho y el deber de los pueblos de América Latina y del mundo a rebelarse contra el imperialismo y derrotarlo, denunció los planes del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba y ratificó “la decisión del pueblo cubano a trabajar y luchar por el común destino revolucionario de América Latina.” La declaración también condenaba el intento de preservar la Doctrina Monroe, “utilizada hasta ahora para extender el dominio en América de los imperialistas voraces”, y declaraba que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba en caso de agresión militar por parte de Estados Unidos, “no podrá ser considerada jamás como un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad”, razón por la cual Cuba “acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética si su territorio fuere invadido por fuerzas militares de Estados Unidos.”

La voladura del buque La Coubre, esta VII Reunión de Consulta de la OEA y la Primera Declaración  de La Habana marcaron una nueva y decisiva etapa en las relaciones de Estados Unidos y Cuba, que ya se había profundizado el 4 de febrero de 1960, un mes antes de la voladura del barco francés, cuando Anastas Mikoyán, viceprimer ministro soviético, llegó a La Habana en una visita de 9 días organizada por Alexeiev y el capitán Núñez Jiménez. El motivo oficial del viaje era inaugurar una muestra de Ciencia, Tecnología y Cultura soviéticas, que acababa de presentarse en México, pero su verdadero propósito era la firma del primer acuerdo comercial entre la Habana y Moscú, mediante el cual la Unión Soviética, además de 345 mil toneladas de azúcar cubana que ya había adquirido ese año, se comprometía a comprar otras 425 mil toneladas y el compromiso de adquirir un millón de toneladas anuales durante los próximos cuatro años. Así mismo, Moscú le suministraría a Cuba petróleo, bienes de capital, maquinaria industrial y otros productos, en condiciones especiales de pago. Sin embargo, estos acuerdos iban mucho más allá. Según cuenta John Lee Anderson en su biografía Che Guevara, una vida revolucionaria, Sergo Mikoyán, quien acompañó a su padre en esa primera visita a Cuba, le relató que “el punto culminante de la gira fue la visita de rigor a Santiago y a la antigua comandancia de Fidel en La Plata, y que allí Castro y el Che nos hablaron con franqueza sobre su decisión de hacer una revolución socialista, los problemas que se les presentaban y la necesidad de ayuda soviética para consumar sus planes.”

El efecto directo que produjo el viaje de Mikoyán y la firma de este primer acuerdo comercial de Cuba con la URSS fue que, a mediados de junio, las refinerías Texaco, Shell y Esso, las únicas que había en la isla, se negaron a refinar el petróleo soviético que había comenzaba a llegar al puerto de La Habana. La reacción del gobierno cubano también fue ahora inmediata. El 29 de junio confiscó las tres refinerías. Otro tanto ocurrió con la Compañía Cubana de Electricidad, de propiedad norteamericana, porque también ella se negó a utilizar petróleo soviético en sus plantas generadoras de energía. La reacción norteamericana se produjo una semana después, el 6 de julio, cuando la Administración Eisenhower suspendió la compra de 700 mil toneladas de azúcar cubano, remanente de la cuota azucarera cubana de ese año, y anunció que no compraría más azúcar cubana hasta nuevo aviso.

Esta vez, Castro respondió con una advertencia categórica: “Si los Estados Unidos cortan la cuota azucarera, libra a libra,” declaró Castro, “Cuba confiscará una por una todas las propiedades norteamericanas.” Tres días más tarde, Jrushchov formuló su advertencia de que defendería a Cuba con sus cohetes nucleares y el 6 de agosto, en un discurso pronunciado en el estadio de béisbol de La Habana, Castro, acompañado en la tribuna sólo por el dirigente de la extrema izquierda venezolana Fabricio Ojeda, quien ya organizaba en Cuba un movimiento guerrillero contra el gobierno de Rómulo Betancourt, informó de la nacionalización de 36 centrales azucareros y de todas las demás propiedades norteamericanas en el sector azucarero, incluyendo más de un millón de hectáreas de tierras no afectadas por la reforma agraria, y todas las empresas de propiedad estadounidense en Cuba, desde compañías mineras, hasta cines, hoteles y comercios de diversa índole. Todas ellas sin ninguna compensación monetaria. Más adelante, el 17 de septiembre, confiscó todos los bancos norteamericanos.

La Casa Blanca se tomó su tiempo para responder, pero cuando lo hizo, el 19 de octubre, fue para anunciar la imposición de un embargo parcial al comercio de Estados Unidos con Cuba. Carlos Rafael Rodríguez, la figura más destacada del comunismo cubano y futuro vicepresidente de Castro en los Consejos de Estado y de Ministros, pudo afirmar entonces, mientras en Washington se aceleraban los preparativos de lo que terminaría siendo la invasión de Bahía de Cochinos, que durante aquellos días cruciales finalizó el período burgués de la historia cubana y se inició la revolución socialista.

La próxima semana, en la tercera parte de esta serie, nos ocuparemos de analizar el desarrollo y desenlace del gran fiasco que resultó la invasión de Bahía de Cochinos.

 

 

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