Armando Durán / laberintos: El gran callejón sin salida venezolano
Henri Falcón, en el acto de creación de la «Concertación por el Cambio»
Hace cuatro semanas, al analizar el desarrollo y los resultados del simulacro electoral organizado por el régimen de la muy mal llamada revolución bolivariana el pasado 20 de mayo, me preguntaba si la consecuencia real de aquella farsa sería promover más de lo mismo, es decir, nuevas rondas de falso diálogo entre dirigentes chavistas y dirigentes de la oposición más dispuesta a seguir bailando a los sones que les tocan desde el palacio de Miraflores, y más votaciones tramposas con la única finalidad de mantener con vida la cómoda ilusión de una posible salida electoral a un problema que desde hace más de 15 años es una opción imposible. El enigma continúa siendo el mismo y nadie sabe a ciencia cierta cuál será el rumbo que emprenda Venezuela a partir de este punto crucial de su proceso político. Sin embargo, una cosa sí queda clara: tras la grosera resolución del régimen de utilizar esa farsa electoral para darle una última vuelta de tuerca al andamiaje de su proyecto, se agudizará aún más la peor crisis económica y social de la historia republicana de Venezuela.
En primer lugar debemos advertir que la causa de esta auténtica catástrofe es de naturaleza estrictamente política. Su principal ingrediente es la impunidad con que el régimen ha logrado avanzar, a velocidad cada día más vertiginosa por cierto, hacia la meta de imponer en Venezuela un sistema totalitario al margen de la Constitución y las leyes. Por otra parte, la incoherencia del discurso de la oposición claudicante y la traición continuada de su colaboracionismo con el régimen, frutos amargos de la firme decisión de actuar como si viviéramos en democracia, democracia sin duda heterodoxa, reconocen, pero democracia a fin de cuentas, ha generado, dentro y fuera de Venezuela, una abrumadora ceremonia de la confusión, gracias a la cual al régimen se le ha facilitado la tarea de simular ser lo que no ha sido ni es. Todo ello en el marco de la estrategia que puso en marcha Hugo Chávez después de su dramático derrocamiento el 11 de abril de 2002 y de su rápida restauración en la Presidencia de la República pocas horas después. Astuta maniobra de negociaciones imposibles y elecciones manipuladas como fundamentos de un perverso diseño encaminado a aprovechar los recursos de la democracia para implantar en Venezuela, paso a paso y sin mayores contratiempos, un estado totalitario a la manera cubana.
Es de notar que ante a la claudicación sistemática de los viejos partidos de la oposición, han surgido organizaciones políticas nuevas y pequeños grupos de presión, en los que destacan los liderazgos de María Cristina Machado y Antonio Ledezma, que parecen resueltos a no rendir sus banderas de lucha por restaurar el ordenamiento democrático a cambio de nada, y que sostienen que, en el marco de un régimen como el venezolano, no cabe hablarse de elecciones para impulsar la transición de la dictadura hacia un régimen de libertades plenas, sino que para alcanzar ese legítimo y urgente objetivo es preciso primero cambiar de régimen y de gobierno.
Los venezolanos que llevan años atendiendo el llamado de unos a las urnas electorales trucadas y de otros a las manifestaciones de protestas en las calles de todo el país, como ocurrió en 2014 y el año pasado, al elevado costo de muchísimos muertos, heridos y presos de conciencia, tampoco han podido convertir su esfuerzo y sus costosos sacrificios en un impulso suficiente para producir un cambio político profundo. Tampoco ha sido posible por ahora, precisamente por culpa de las contradicciones en el seno de las fuerzas de oposición, que se haya podido articular un frente único de lucha, instrumento imprescindible para hacer realidad el sueño libertario de más de dos tercios de la población. De ahí también que por ahora la sociedad civil, sin expectativas reales de que se introduzcan a corto plazo modificaciones de importancia en las líneas maestras del universo opositor, da señales inequívocas de desengaño, apatía y abandono de la lucha.
Esta agobiante situación determina, en primer lugar, que el régimen, a pesar de su bajísimo nivel de respaldo, se sienta en condiciones de terminar de pulverizar lo poquísimo que queda del ordenamiento constitucional vigente y su sustitución por una nueva constitución, redactada por la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, cuya intención es convertir finalmente a Venezuela en un Estado Comunal, tal como quiso hacer Chávez en 2007 y no pudo, paso previo e indispensable para reproducir en Venezuela, al pie de la letra, la penosa experiencia cubana. En segundo lugar, al desastre que significa materializar a marcha forzada esta obsesión totalitaria de los jefazos del régimen, y a la falta de una contundente resistencia opositora al proyecto “oficial”, debemos añadir tres factores inadmisibles: la incompetencia de la burocracia roja-rojita para gestionar la aplicación de su proyecto, el empleo sistemático de la corrupción y el clientelismo como herramientas fundamentales para transformar las instituciones y los poderes públicos en simples órganos funcionales al servicio exclusivo de la supremacía política del régimen, y la gradual conversión del aparato del estado en cuartel militar donde sólo se escuchan las voces de ordeno y mando que vienen de arriba. Con una oposición reducida a simple comparsa de la jefatura cívico-militar de la “revolución”, lo que parece aguardar a Venezuela al doblar la esquina es la consolidación de un dominio absoluto de la vida nacional por parte de un pequeño grupo de dirigentes chavistas resueltos a no entregar el poder a ningún precio. Como acaba de evidenciarse con la práctica disolución de la Mesa de la Unidad Democrática como alianza de partidos opositores y la aparición de una llamada Concertación por el Cambio, armada a toda carrera con retazos de muy diversos grupos y personalidades políticas para promover la postiza candidatura presidencial del ex sargento chavista Henri Falcón, sin entidad para representar a nadie, pero con suficientes recursos del régimen para terminar de dinamitar desde dentro cualquier esfuerzo de sincero reagrupamiento opositor, cuyo propósito es regresar el país a la ruta democrática, a fuerza de “votos, paz y votos”, que es, ni más ni menos, más de lo mismo, fórmula reiterada una y otra vez, que al cabo de los años no ha servido absolutamente para nada, excepto para consolidar la estabilidad del régimen y darle un débil y fraudulento barniz de legitimidad democrática a su proyecto totalitario.
El principal efecto de estos hechos inauditos es la profundización de la crisis general del país, que ya somete a los ciudadanos a un estado de humillación y depresión colectivas, cuyas principales señas de identidad están a la vista de quien tenga ojos para verlas: el estallido de una corriente migratoria nunca vista en la región, con miles de ciudadanos que cruzan a diario las fronteras terrestres con Colombia y Brasil para escapar del hambre, de la hiperinflación que le fija a bienes, productos y servicios precios inalcanzables (téngase en cuenta, por ejemplo, que el sueldo básico integral, que es el que cobran la mayoría de los venezolanos, no alcanza ni para comprar una lata de atún), la falta de medicinas, el desmantelamiento de los servicios de salud, sin transporte público por la crisis eléctrica y la inexistencia de piezas de repuestos para autobuses y otros vehículos automotrices, el colapso del sistema educativo y el imperio despiadado del hampa en todo el país al ponerse el sol. Cimientos de una sociedad que en menos de 20 años de régimen chavista ha pasado, de ser una cabal expresión de modernidad sostenida por el compromiso democrático de sus ciudadanos, el crecimiento esperanzador de una sólida clase media y las riquezas naturales para financiar el desarrollo material y cultural del país en un ejemplo para los pueblos hermanos de la región, en una oscura prisión de seres marginados, acorralados en un callejón sin salida y sin una brújula que les permita saber exactamente dónde se encuentran y hacia dónde van.