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Armando Durán / Laberintos: El laberinto político español

   Las elecciones generales realizadas en España el pasado 23 de julio las ganaron, muy entusiasmados por la información que ofrecían todas las encuestas, Alberto Núñez Feijóo y su Partido Popular. Un detalle, sin embargo, oscureció sombríamente esa victoria. En España, como en todas las democracias parlamentarias, una cosa es ganar unas elecciones y otra muy distinta cobrar la recompensa. Es decir, que esa victoria, por muy poco pero victoria a fin de cuentas, no le sirve a Feijóo para reclamar su derecho a reclamar la Presidencia del Gobierno, como hizo en un primer momento sin recordar que en las elecciones del 26 de mayo de 2019 Isabel Díaz Ayuso quedó en segundo lugar, pero ocupó la Presidencia de la Comunidad de Madrid porque logró la mayoría absoluta en la Asamblea con el voto de los diputados de Ciudadanos y VOX. Un respaldo parlamentario que a todas luces no está a su alcance, situación que deja sobre la mesa dos únicas alternativas posibles, que gracias al respaldo de los diputados nacionalistas no independentistas Pedro Sánchez sí consiga el respaldo parlamentario necesario y conserve la Presidencia del Gobierno, o que haya que repetir a finales de año estas elecciones generales.

   El origen de este controversial punto y el estallido de una eventual crisis interna del PP hay que buscarlo en las elecciones municipales realizadas el 28 de mayo, auténtica debacle para el PSOE, que perdió en 8 de las autonomías que estaban en juego, y un sólido triunfo del PP, que venía de tener, cuatro años antes, el peor resultado electoral de su historia. La magnitud de este triunfo del PP cegó por completo a Núñez Feijóo y a los jefes del PP, que presumieron entonces que durante los meses que faltaban para las elecciones generales previstas para diciembre, irremediablemente, agonizarían Pedro Sánchez y el PSOE. Como si trasponer los resultados regionales a las elecciones de diciembre fuera lo más natural de este mundo. Un disparate que se agravó cuando Pedro Sánchez, en lugar de mostrarse herido de muerte y resignado a sufrir melancólicamente esa lenta y desoladora agonía hasta diciembre, muy pocas horas después de conocerse los devastadores resultados del 28 de mayo, tomó el toto por los cuernos y solicitó del rey adelantar la convocatoria de las elecciones de diciembre para el 23 de julio. Tomados por sorpresa y atrapados en los hilos de un triunfalismo prematuro, Núñez Feijóo y su equipo, convirtieron su deseo de borrar a Sánchez y al “sanchismo” de la faz de la tierra en el eje central de su campaña electoral.

   Tremendo paso en falso. Esa expectativa era tan falsa como equivocada, porque no les permitió a los estrategas del PP diseñar una estrategia que les permitiera eludir los peligros que entrañaba la decisión de Sánchez de limitar su campaña a resistir la ofensiva del PP por lograr una mayoría absoluta del Congreso, mediante dos maniobras tácticas muy concretas. Una, obligar al PP a dejar de lado sus celebraciones y enfrascarse en el imprevisto desafío de una confrontación definitiva a escala nacional, un terreno elegido por su contrincante; por la otra, obligar al PP, antes del 23 de julio, a dilucidar en público y precipitadamente el costo que le acarrearía al PP sus pactos con VOX para poder formar gobierno en comunidades como las de Valencia, Murcia y Extremadura, donde el PP había sido el partido más votado pero, pero sin alcanzar el imprescindible respaldo de la mitad más uno de los diputados regionales. Pactos que como es natural, provocaban la inquietante interrogante sobre la presencia de Santiago Abascal y VOX en la conformación de un gobierno nacional de coalición con el PP.

   Consecuencia de esta desconcertante realidad fue, en primer lugar, que el debate PP-VOX por cargos que incluso incluían la vicepresidencia de autonomías presididas por el PP para dirigentes de VOX, resucitaron el temor de muchos españoles no socialistas, que en lugar de votar por el PP en muchos casos prefirieron votar por el mal conocido que era el PSOE o sencillamente se abstuvieron de votar. En cambio, muchos socialistas que se habían abstenido de votar en mayo, por el temor a la presencia de VOX en un nuevo gobierno de España, se movilizaron este 23 de julio y acudieron a las urnas para cerrarle el paso a esa eventualidad.

   En el marco de esta ingrata situación para el PP debemos destacar la ausencia de Núñez Feijóo al debate de los cuatro principales candidatos realizada en lunes 17 de julio. Ausencia que después de haber resuelto Núñez Feijóo muy favorablemente su “cara a cara” con Sánchez pocos días antes, solo se explica por su deseo de no presentarse en los hogares de una España cada vez más centrista del brazo de Abascal. Una ausencia que recordó de inmediato la negativa de Javier Arenas, dirigente nacional del PP y candidato en marzo de 2012 a la presidencia de la Junta de Andalucía, a debatir en la televisión regional con los candidatos del PSOE y de Izquierda Unida. Arenas fue derrotado en las urnas y desapareció del escenario político español para siempre. Núñez Feijóo tampoco logró el 23 de julio su propósito y su ausencia al debate del 17 de julio mucho debió haber tenido que ver, pero además, ha puesto de relieve una ruptura al parecer irremediable del llamado Bloque de la Derecha. En primer lugar, porque con mucha razón Abascal se sintió abandonado por su socio en el foso de los leones y se vio forzado a encarar en solitario a los candidatos del PSOE y de SUMAR. Una suerte de orfandad de Abascal y su partido, sobre todo ahora, tras perder en estas elecciones 600 mil votos y 19 escaños, al señalar abiertamente al PP como culpable de esa pérdida por no asumir sin vergüenza su condición de derecha. Ruptura que destruye de golpe cualquier ilusión que pudieran quedar en el PP de un posible pacto de última hora. Sobre todo, porque el PNV, partido que representa al nacionalismo no separatista, ya ha anunciado que ni siquiera discutirá con el PP una alianza para formar gobierno.

   Ante estas realidades, el panorama político-electoral español se nos presenta como un auténtico laberinto. No solo por las conclusiones que puedan desprenderse de los resultados de estas elecciones, sino porque nada permite presumir cuál será el porvenir político de España. Como quiera que lo adornemos, lo cierto es que la pluralidad de la sociedad española es en verdad una atomización. Con la amenaza de que los mecanismos del sistema parlamentario le permiten a Sánchez, si logra el apoyo de unos pocos parlamentarios, revalidar su condición actual de presidente del Gobierno, y si no, bloquear la formación de un nuevo gobierno, constituyendo ello un paso que acerca a España al despeñadero de una ingobernabilidad sistemática a la italiana.

   Por ahora, el único indicio de lo que pueda ocurrir el día de mañana lo tendremos el próximo 17 de agosto. Ese día se instalará el Congreso de los Diputados, cuyo primer debate será la elección de su nueva directiva. Una designación que será el resultado de los acuerdos que actualmente negocian las fuerzas políticas con representación parlamentaria, y que a su vez nos revelarían el verdadero desenlace de las elecciones celebradas el 23 de julio.

 

 

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