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Armando Durán / Laberintos: El voluntarismo de Juan Guaidó

 

El “voluntarismo”, es decir, apostar todas tus cartas a la voluntad, sin recurrir al filtro de la razón, siempre produce resultados fatales. Ese es el mal que desde años padece la oposición venezolana de todos los signos: su terca insistencia a confundir los deseos con la realidad. Y es precisamente en ese espacio gelatinoso que se extiende entre el ser y el no ser que Juan Guaidó se ha movido peligrosamente desde el 6 de enero, cuando fue designado presidente de la Asamblea Nacional por sus compañeros parlamentarios.

Sin duda, anunciar de manera convincente y en el momento oportuno su compromiso de sacar a Nicolás Maduro de la Presidencia de la República convirtió a Guaidó en el mayor fenómeno político de la oposición desde que Hugo Chávez se alzó con su victoria electoral en las elecciones generales venezolanas de diciembre de 1998. En cambio, dejar que la inclinación populista a generar expectativas imposibles se convirtiera en parte esencial de su estrategia fue un error que finalmente le ha hecho caer en esta suerte de trampa caza-bobos que fue su impaciente e improvisada llamada a la rebelión cívico-militar el pasado 30 de abril.

Por supuesto, este no ha sido el único patinazo del joven diputado después de su juramentación como presidente interino de Venezuela hace ahora casi cuatro meses. Se trata de una tendencia que lamentablemente ha venido marcando sus pasos desde aquel decisivo día, cuando a pesar de haber sostenido con claridad estar resuelto a asumir esa responsabilidad sólo cuando contara con el respaldo del pueblo, de la comunidad internacional y de las fuerzas armadas venezolanas, no fue capaz de rechazar la exigencia que le hacían los ciudadanos de asumirla ya, a pesar de saber como sabía que no contaba con el respaldo del estamento militar. Aquel voluntarismo trajo la debacle actual.

   Los primeros deslices

La primera comprobación de este error la tuvo Guaidó exactamente un mes más tarde, cuando salió “clandestinamente” de Venezuela para dirigir desde el lado colombiano de la frontera el ingreso al país de la ayuda humanitaria que se venía almacenando en grandes depósitos de la ciudad de Cúcuta. “Sí o sí”, le había prometido a los venezolanos llevar al país la comida y los medicamentos que les negaba Maduro y para ser testigos de un evento de tal magnitud allí lo esperaban los presidentes Iván Duque de Colombia y Sebastián Piñera, de Chile. Su deseo, sin embargo, no bastó para enfrentar la violencia desatada por paramilitares enviados por el régimen al puente binacional Simón Bolívar. Y pronto se vio, en vivo y directo por televisión, que ninguno de los camiones logró ingresar a territorio venezolano.

Guaidó debió conformarse entonces con el consuelo de ser recibido en Bogotá con los honores que se le reservan a los jefes de Estado visitantes, en este caso para participar en una significativa reunión con el vicepresidente de Estados Unidos y los cancilleres de los gobiernos democráticos del hemisferio. Sin embargo, sin asesoría del nivel que exigía esa importantísima circunstancia, Guaidó no pudo aprovechar esa reunión al máximo. Como tampoco pudo avanzar mucho más en su gira por las capitales de Brasil, Paraguay, Argentina, Perú y Ecuador para entrevistarse con los presidentes de esas naciones. Por fortuna para él, estas insuficiencias quedaron disimuladas al regresar a Venezuela en un vuelo comercial procedente de Panamá en abierto desafío a la amenaza del régimen de hacerlo preso tan pronto como pusiera un pie en territorio venezolano. Una vez más, la combinación de su voluntad y su coraje le echaban una mano.

Este regreso al país tras el éxito internacional que significó para Guaidó el espaldarazo de las democracias de las dos América le permitió reencontrarse con su pueblo en olor de multitudes. La calle vibró una y otra vez al llamado del joven diputado transformado de la noche a la mañana en el líder de una población llevada hasta extremos de auténtica desesperación por los efectos devastadores de la crisis. Grandes multitudes acudían incansables a su encuentro y el régimen no parecía tener respuesta para enfrentar el reto que le presentaba Guaidó. A medida que pasaban los días, la comunidad internacional también fue profundizando su apoyo a la causa de la democracia venezolana, pero ni así la Fuerza Armada Bolivariana dio señal alguna de estar pensando siquiera en abandonar a Maduro.

Esta situación, de muy extraño equilibrio, entre dos “presidentes”, cada uno de ellos con poderes muy diferentes e exiguos dio lugar a que el presidente de la Asamblea Nacional y la lucha venezolana por restaurar la democracia no abandonaran las primeras páginas de la prensa mundial. A la creciente popularidad del joven diputado se sumó muy pronto el efecto devastador del colapso del sistema eléctrico nacional a partir del 7 de marzo, fecha del primer y dramático apagón, más de 100 horas continuas de oscuridad en todo el país, que acrecentó aún más el rechazo popular a Maduro y compañía. El naciente liderazgo de Guaidó adquirió entonces magnitudes extraordinarias y en la cabeza de nadie cabía la menor duda: Venezuela estaba punto de recuperar su democracia en cualquier momento. Día a día centenares de miles de ciudadanos tomaban las calles del país y a todas luces el régimen parecía tener los días contados.

Paradójicamente, esta situación propició el patinazo del 30 de abril. No sabemos con certeza lo que ocurrió ese día, mucho menos los detalles de los encuentros y desencuentros que condujeron a Venezuela a esta encrucijada, y por qué misteriosas razones Guaidó creían tener la situación perfectamente bajo control. Lo cierto fue que este nuevo y ciego acto de voluntarismo, en muy pocas horas, dejó al descubierto las débiles costuras del naciente movimiento restaurador, los verdaderos alcances de la solidaridad internacional y la claridad estratégica de los asesores cubanos de Maduro.

¿Qué pasó el 30 de abril?

El primer error de ese penoso día fue dar por hecho lo que a pedazos parece haber sido, no sabemos con precisión y quizá nunca lleguemos a saberlo del todo, los términos de un supuesto un acuerdo entre la gente de Guaidó y representantes de la comunidad internacional con figuras tan relevantes del chavismo como el ministro de la Defensa, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, los jefes de los servicios de Inteligencia y Contrainteligencia Militar y algunos empresarios estrechamente ligados al régimen. El segundo error fue considera que rescatar a Leopoldo López, prisionero desde hacía casi dos años en su “casa por cárcel” después de haber permanecido encerrado durante tres años en la cárcel militar de Ramo Verde, le añadiría un importante ingrediente político al pronunciamiento, cuando lo cierto es que esa decisión resultó absolutamente contraproducente, porque muchos hipotéticos conspiradores, desconcertados por la presencia no prevista de López, en el último momento prefirió no sumarse al pronunciamiento. Tercer y patético error fue el mensaje de Guaidó ese amanecer, acompañado de López y rodeado de efectivos militares fuertemente armados, en el que anunció encontrarse en el interior de la base aérea de La Carlota, en el este de Caracas, dando la impresión de que la habían ocupado, cuando en realidad se encontraban en el distribuidor Altamira de la autopista Francisco Fajardo, escenario principal de las protestas ciudadanas desde hacía años, solo frente a la base aérea. El penúltimo error de ese día fue mostrar en vivo y en directo por televisión la soledad de Guaidó, López, algunos diputados y tres docenas de uniformados, en espera solitaria de que a su llamado se sumaran, que no lo hicieron, grandes unidades militares y esas multitudes enardecidas que salían al encuentro de Guaidó en sus incansables recorridos por el país.

Esa soledad sin remedio a la vista, fruto muy amargo de creer en lo que no era, como si en efecto su voluntad y su coraje bastasen para propiciar los cambios que casi 90 por ciento de la población deseaba, hundió la esperanza de los venezolanos en el foso de una honda depresión y obligó a la comunidad internacional a hacer un alto en el camino. Gracias a ello, el régimen supo que había llegado el momento de lanzar una contraofensiva implacable contra sus adversarios, comenzado por la despiadada desarticulación de la Asamblea Nacional, plataforma institucional que le ha servido a Guaidó para darle a su movimiento suficiente solidez constitucional, dentro y fuera de Venezuela. Precisamente esa es la causa de la captura de algunos diputados de oposición, incluyendo al primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, y el acoso a otros, que ya han comenzado a buscar refugio en embajadas latinoamericanas y europeas. En el marco de esta decepcionante realidad, el presidente interino se sintió obligado a convocar el pasado sábado 11 de mayo al pueblo a manifestarse en todas las ciudades del país en protesta contra esta persecución del régimen a numerosos parlamentarios opositores. En Caracas sólo acudieron al llamado unos pocos centenares de manifestantes y el resto del país la presencia ciudadana fue prácticamente inexistente.

La conclusión a la que debemos llegar hoy es doble. Por una parte, admitir que estos errores han provocado una notable reducción del poder de convocatoria de un Guaidó que si bien no está derrotado, sí ha quedado peligrosamente desguarnecido. Un prematuro agotamiento de su liderazgo que lo obliga ahora, con suma urgencia, a repensar seria y descarnadamente sus objetivos y su estrategia, dejando de lado esas promesas banales que nada le dicen ya a quienes hoy en día aspiran desesperadamente a llegar al día de mañana y a un futuro de normalidad política y social, con asesores capaces, que le ayuden a reconstruir su voluntad de cambio con la fuerza de una razón que no se fundamente exclusivamente en la promesa de gratificaciones inmediatas imposibles, sino que le ayuden a alcanzar el imprescindible objetivo inicial de recuperar cuanto antes la confianza de las masas y de la comunidad internacional. Sólo así, renunciando a un voluntarismo que tanto le ha costado al país, podrá Guaidó y su equipo resistir la feroz ofensiva que ha iniciado estos días el régimen y que no tiene por qué cesar en el futuro inmediato. O sea, reemprender el camino original de las tres etapas de su indeclinable hoja de ruta, pero en esta segunda oportunidad sin falsas ilusiones, improvisaciones infantiles, ni pendejadas. Así de sencillo y difícil.

 

 

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