Armando Durán / Laberintos: ¿Elecciones en Venezuela? ¡Por favor!
A una semana escasa de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre y de la consulta electoral promovida por Juan Guaidó con el apoyo de los cuatro principales partidos de oposición, el tristemente célebre 4G de Henry Ramos Allup, Julio Borges, Leopoldo López y Manuel Rosales, no nos queda más remedio que ocuparnos de estos hechos políticos que nada significan realmente.
En primer lugar, me parece necesario señalar que la crisis venezolana y las únicas respuestas exclusivamente político-electorales que le ofrecen el régimen y la presunta dirigencia de la oposición a los venezolanos solo sirven para ahondar aun más la distancia abismal que separa a las élites políticas de los ciudadanos. De ahí la indiferencia absoluta de los venezolanos ante las dos convocatorias de carácter electoral que les hacen el régimen y la oposición para los próximos días. Tanto las elecciones parlamentarias organizadas por las autoridades electorales de Mauro para renovar de acuerdo con el mandato constitucional la totalidad de la Asamblea Nacional electoral elegida en diciembre de 2015 y de paso salir de Juan Guaidó “legalmente”, como la consulta popular convocada por la oposición, por medios electrónicos desde el sábado 5 de diciembre hasta el 12, cuando la votación será presencial, para preguntar si queremos que Maduro se quede dónde está o se vaya bien lejos de Venezuela. Pregunta sin auténtica significación política, porque los venezolanos la han respondido con firmeza desde hace años, en repetidas urnas electorales, en la consulta popular de julio de 2017 y las continuas y con frecuencia masivas protestas de calle.
Una realidad que a pesar de la poca credibilidad que tienen las encuestas que se realizan en Venezuela, incluyendo las de empresas que en otros tiempos tuvieron mucho peso, Consultores 21 y Datanálisis por ejemplo, se hace muy palpable en los más recientes sondeos de opinión, en los que la inmensa mayoría de los electores sostienen que no piensan participar en ninguna de estas convocatorias, tres cuartas partes de la población rechaza al régimen por lo que ha hecho todos estos años y a la dirigencia opositora por lo que no ha hecho, y todos ponen en evidencia que sus prioridades muy poco o nada tienen que ver con lo que afirmen o nieguen unos y otros. Sobre todo en materia electoral, presunta esencia del sistema democrático transformada por el régimen en trampa caza bobos para permanecer en el poder hasta el fin de los siglos, gracias a la su experiencia en manipulaciones electrónicas y ventajismo, desde el tradicional clientelismo electoral hasta el simple amedrentamiento. Una experiencia venezolana-cubana muy exitosa desde que en la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, celebrada el 25 de julio de 1999, en la que con poco más de 60 por ciento de los votos emitidos, los candidatos del régimen obtuvieron, sin que la oposición protestara, 124 de los 131 escaños en juego, ese el recurso político habitual para no romper los tenues hilos que desde 1999 le permiten barnizar la hegemonía del régimen con una capa de formalidades que a su vez le han servido para certificar que los orígenes del régimen son democráticos.
Al agotamiento y la angustia que les produce la crisis humanitaria a los ciudadanos, y la pérdida de esa magia con que el régimen vende sus mentiras como si fueran verdades, debemos añadir que estas elecciones parlamentarias ni siquiera le sirven ya al régimen para darle cobertura democrática al ejercicio cada vez más totalitario del poder. Del mismo modo que la comunidad internacional democrática desconoce la legitimidad de Maduro como presidente de Venezuela desde la farsa electoral de mayo de 2018, desconoce también la legalidad de esta convocatoria, tan farsa electoral como aquella. Una denuncia colectiva que será mucho más desoladora la semana que viene, porque estas votaciones se harán a la vista de millones y millones de venezolanos cuya única obsesión es escapar de Venezuela cuanto antes y al precio que sea.
Esta es situación que padecen los venezolanos desde agosto de 2018, cuando un dólar de Estados Unidos costaba 6 millones de bolívares, y cuando para encarar esta circunstancia asfixiante, Nicolás Maduro anunció a tambor batiente una salvadora “reconversión monetaria.” Primero, para quitarle a nuestro signo monetario cinco ceros – nueve años antes Hugo Chávez le había quitado tres – y notificar que la paridad oficial del dólar y el bolívar sería, a partir de ese momento, de 60 bolívares, en esta ocasión denominados “soberanos.” Presunto reordenamiento de las finanzas públicas de Venezuela, que desde ese instante hunde al país en la oscuridad de un abismo que la hiperinflación y la indetenible desvalorización del bolívar – ayer, jueves 26 de noviembre, la cotización del dólar superó la barrera del millón de bolívares — hacen cada día más sombrío.
El efecto más ostensible de aquel disparate se hizo presente de inmediato y semana a semana, a medida que las previsiones económicas y financieras del régimen se hacían añicos, comenzó a producirse un hecho único en la faz de la tierra. La ausencia física absoluta de la moneda oficial. O sea, de las monedas y billetes de banco. Una desaparición que comenzó por la escasez de billetes, que muy pronto, como muchísimos otros artículos de consumo, se añadieron a los productos que se negociaban en el mercado negro. Hasta que sencillamente terminaron de desaparecer por completo.
Hoy en día los bienes y servicios solo se venden y compran mediante transferencias electrónicas o tarjetas de débito. Además tengamos en cuenta que los precios de todo, si bien se cotizan en bolívares que se devalúan a diario, se venden y se cobran en dólares al cambio del momento. Mientras, los sueldos, salarios y pensiones de vejez se siguen pagando en bolívares que no valen absolutamente nada. En este escenario inaudito, la crisis, y la imposibilidad ciudadana para resistir sus descomunales efectos, esos mismos millones de venezolanos a los que unos y otros convocan a votar por esto o contra aquello, se sienten a bordo de una barca que hace agua por todas sus costuras y está a punto de zozobrar en medio de una tormenta que no parece tener fin.
La farsa electoral del 6 de diciembre y la inexplicable consulta electoral convocada en paralelo por los partidos de la oposición resultan pues hechos irrelevantes para la inmensa mayoría de los venezolanos. Sin embargo, no podemos pasarlos por alto como si tal cosa. En sus dos versiones, el régimen ha depositado sus esperanzas en que estas elecciones sea una oportunidad para “normalizar” el funcionamiento de un Poder Legislativo inexistente, y la oposición cree en la posibilidad de combinar la eventual abstención masiva el 6 de diciembre con una sólida participación de los ciudadanos en la consulta popular que culmina el 12 de diciembre. Fenómeno que a su vez le permitiría a Guaidó y a los partidos que lo apoyan conservar la legitimidad de su Presidencia interina y su representatividad más allá del 6 de diciembre.
Ahora bien, ¿de veras creen estos partidos que con la consulta que ellos han convocado se reactivará la esperanza de cambio político profundo que en su momento personificó Guaidó? ¿O será que prefieren no pensar en la sistemática incapacidad de ese frente opositor para articular en estos 20 años de chavismo hegemónico una estrategia común que a corto plazo le permita restaurar en Venezuela la libertad y el orden constitucional? ¿Acaso habrán olvidado que la opción Guaidó se disipó en el fiasco de la ayuda humanitaria, en el desastre de su llamado a la rebelión cívico militar el 30 de abril y por ultimo en el irremediable paso en falso que dio al sentarse en Oslo primero y en Barbados después a una mesa de negociaciones con representantes de Maduro, no para negociar el cese de la usurpación y el fin de la dictadura, sino las condiciones mínimas para participar en unas elecciones parlamentarias que finalmente se realizarán este 6 de diciembre y en las que ahora han decidido no participar?
En definitiva, estos eventos electorales son la última carta del régimen y de Guaidó para no desaparecer del todo en el escenario de una nueva Asamblea Nacional, quizá presidida por Jorge Rodríguez, el gran negociador del régimen con los partidos de oposición y con la comunidad internacional, y tal vez el único dirigente chavista en condiciones de aprovechar a fondo el respaldo de Cuba, Irán, Turquía, Rusia y China, para entender el ascenso de Joe Biden a la Presidencia de Estados Unidos el 20 de enero, como instrumento para negociar el inicio de un proceso transición, sin Maduro pero con participación de un chavismo no contaminado directamente de crímenes y violaciones flagrantes de los derechos humanos, como parte una de una negociación global y nuevas relaciones de Estados Unidos con sus aliados naturales en el mundo, pero también con los que no lo son.
Es demasiado prematuro para adelantar opiniones sobre un futuro tan incierto como el de la Venezuela post electoral, pero dependiendo de lo que ocurra en estas dos consultas electorales, quizá, y solo quizá, surja un factor que contribuya realmente a despejar las primeras y más apremiantes incógnitas de la ecuación venezolana.