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Armando Durán / Laberintos: Entre la impunidad y la resignación (y 2)

   En la primera parte de este Laberintos me referí al desconcierto universal que suscita lo que ocurre en Venezuela y me hacía una pregunta inquietante. ¿Cómo es posible que a medida que la situación del país se hacía más difícil y asfixiante, en lugar de estallar Venezuela en mil pedazos, el régimen consiguió enclaustrar a los ciudadanos en este blando conformismo que desde hace meses tiene su más acabada expresión en la parálisis de la dirigencia política de la oposición y en el desesperado sálvese quien pueda que define perfectamente bien al éxodo de centenares de miles de ciudadanos, que ya solo tienen esperanza de escapar de la crisis huyendo por las fronteras terrestres con Brasil y Colombia? Algo más: ¿por qué, a pesar incluso de la magnitud de esta ratonera armada por el régimen para acorralar a la población y someterla, causa de esta crisis migratoria, la peor de la historia suramericana, y a pesar de la creciente repulsa de todos los gobiernos civilizados del planeta, Nicolás Maduro y compañía han actuado y lo siguen haciendo como si tal cosa, cada día con mayor impunidad?

   Esta penosa contradicción ha cobrado la semana pasada una doble y dolorosa actualidad. En primer lugar, por el calvario que ha sido la detención ilegal del concejal Fernando Albán al regresar a Venezuela después de haber participado en la Asamblea General de Naciones Unidas, su desaparición forzada durante tres días a manos de los cuerpos represivos del régimen y finalmente su bochornosa muerte en una de las cárceles políticas del régimen, a todas luces no por haberse arrojado desde el décimo piso de la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia, la versión oficial del suceso, sino provocada por las torturas a las que fue sometido. En segundo lugar porque al mismo tiempo que se cometía secuestro y la muerte del concejal, en Caracas se celebraban reuniones de un senador estadounidense, de cuyo nombre prefiero no acordarme, con algunos miembros de los medios de comunicación y del sector colaboracionista de la oposición, seleccionados quién sabe por quién. ¿Propósito de estos rebuscados encuentros? Presentar en sociedad a quien tanto el régimen como el sector colaboracionista de la oposición parece desear que ocupe el puesto de “mediador” entre sus representantes y esa supuesta oposición, que hasta hace muy poco ocupaba un impresentable personaje que responde al nombre de José Luis Rodríguez Zapatero.

   Estos dos hechos ponen una vez más en evidencia los extremos a que ha llegado el perverso entendimiento de esos sectores de la dirigencia opositora con el régimen en su esfuerzo, incluso a estas alturas del proceso político venezolano, por impulsar los planes del oficialismo, que ya están en marcha, y volver a la trampa de siempre, mesa de conversaciones y urnas electorales, en esta oportunidad antes de fin de año. Es decir, para repetir la misma y repugnante estratagema dialogante y electoral con que desde hace casi 20 años recurren el régimen y la falsa oposición para simular que en Venezuela todo discurre tranquilamente en democracia, sin duda democracia heterodoxa, pero democracia a fin de cuentas, y con este falso argumento para neutralizar el estado de justa indignación popular cada vez que las acciones de la sociedad civil acorralan al régimen y ponen a Venezuela a un paso de emprender rumbos muy distintos a los que recorre la muy mal llamada revolución bolivariana. O sea, ponerle al mismo perro, que antes se llamaba Coordinadora Democrática o Mesa de la Unidad Democrática, otro collar, ahora llamado Frente Amplio, como regente calificado de la voluntad ciudadana para no romper la marcha normal del proceso político chavista.

   La culpa de esta truculenta realidad política es por supuesto la estrategia de la cada día más vieja y apolillada politiquería criolla, la auténtica deformación política que corroe los fundamentos de la democracia venezolana desde antes de la intentona golpista del 4 de febrero, y que le ha permitido al régimen justificar hábilmente el desarrollo de un estado de confusión general entre los intereses de la nación y los particulares intereses de los jerarcas del régimen y de los dirigentes profesionales de los supuestos partidos políticos venezolanos de oposición. Un mecanismo de culpas y recompensas que se sostiene sobre los manipulados argumentos del entendimiento entre las partes, las negociaciones y los acuerdos. Sin la menor duda, vicios que en 1998 contribuyeron poderosamente a abrirle de par en par las puertas del palacio de Miraflores al ex teniente coronel golpista de 1992 y que después de su triunfo electoral, sirvieron para tratarlo como si él fuera otro personaje más de esa turbias complicidades que legitimaban formalmente las peores lacras del antiguo régimen.

   Chávez no cayó en esa trampa, sino que la empleó con singular astucia después del alzamiento popular del 11 de abril de 2002 y de las 47 horas que pasó en prisión, para reacomodar a su antojo los hilos rotos por las protestas populares de aquel año y darle estabilidad al naciente régimen de acuerdo con el adulterado dilema propuesto por José Vidente Rangel, entonces principal consejero político de Hugo Chávez: “O nos entendemos o nos matamos.” Alternativa que no le presentaba la menor duda a políticos que ciertamente no estaban realmente dispuesto a correr el menor riesgo, mucho menos por una ideas que nada tenían que ver con el oficio de políticos profesionales que ellos ejercían sin ningún escrúpulo, pues de la misma manera que ellos se entendían entre sí desde hacía años para compartir “democráticamente” las mieles del poder, ahora les tocaba, por las mismas razones, entenderse con el régimen. Es decir, cohabitar con Chávez hasta el día de su muerte, y con Maduro después. Para eso, y solo para eso han servido las rondas de conversaciones entre dos partes que si bien no parecen entenderse, siempre se han entendido para garantizarle permanentemente a cada gobierno del régimen, gracias a consultas electorales perfectamente amañadas, un origen formalmente democrático siempre y cuando el régimen les reconozca en cambio hacerse de algunos espacios burocráticos de origen electoral, todos insignificantes pero suficientes para sobrevivir profesionalmente hasta la siguiente crisis y hasta la próxima consulta electoral, logros suficientes para financiar el clientelismo necesario para seguir vivos políticamente como oposición oficial.

   Se trata de una debilidad estructural de la oposición como tal, que a lo largo de estos años ha transformado la fuerza de la calle, que en ocasiones producen victorias puntuales, como han sido las aparatosas derrotas del chavismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 y en la consulta electoral del 16 de julio del año pasado, anticipos de cambios políticos profundos que nadie en su sano juicio ponía en duda, en simples burbujas de agua enjabonada. De ahí que cada vez que la presunta dirigencia de la oposición ha sentido que la indignación popular desborda los límites de lo útil para el régimen y para ellos, misteriosamente, da un paso atrás con la grosera finalidad de facilitarle al régimen recomponer sus maltrechas posiciones y convertir derrotas que parecían inevitables en triunfos políticamente significativos y en sucesivas y devastadoras depresiones del ánimo ciudadano.

La frustración de la comunidad internacional

   En esta auténtica falta de identidad que caracteriza a las cúpulas de los tradicionales partidos de oposición, Acción Democrática, COPEI y Movimiento al Socialismo (MAS) y a los aparentemente nuevos, que en realidad solo son desprendimientos de aquellos, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo o Bandera Roja, por ejemplo, se encuentra el origen de ese desconcierto colectivo que mencionaba en la primera línea de esta columna. Una realidad, la existencia de una oposición que no hace oposición sino que a todas horas busca equilibrios ajustados a sus intereses, que no pueden entender los representantes de una comunidad internacional que poco a poco ha ido evolucionando, desde tradicionales posiciones de indiferencia ante los acontecimientos internos de otras naciones, hasta la beligerancia actual de los gobiernos democráticos de las Américas y de la Unión Europea frente a los desmanes del régimen chavista. Una evolución que ha condenado a Maduro y su combo a una grave situación de rechazo y soledad, que a su vez ha generado en todo el continente un decisivo e indetenible retroceso de las fuerzas políticas aliadas del chavismo, como lo demuestran el muy significativo cambio de rumbo que ha cambiado radicalmente la orientación política en naciones de tantísima importancia como Argentina, Chile, Ecuador, Perú, Colombia y, a finales de este mes, Brasil, donde los seguidores de Lula da Silva y de su Partido de los Trabajadores (PT) han sufrido una derrota que nadie se imaginaba, incluyendo el caso de Dilma Rousseff, mano derecha de Lula y su sucesora en la Presidencia de la República, quien quedó cuarta en su contienda por conquistar un escaño en el Senado en representación del estado de Minas Gerais.

   Este viraje que experimenta la política en las Américas y en Europa ha dado lugar a una patética contradicción entre la comunidad internacional, cada día más militante en su entrega por la causa de la restauración de la democracia en Venezuela, y la conducta más que impropia de los supuestos partidos venezolanos de oposición, que gradualmente responden más a los intereses del régimen que a los del ciudadano común. Precisamente por esta inaudita razón, el presidente Sebastián Piñera, hombre clara y seriamente comprometido con esa lucha, en entrevista con el periodista Andrés Oppenheimer, estos días lamentara amargamente “la actual parálisis de la oposición venezolana.” Sin pelos en la lengua, separando con exactitud la actitud del pueblo opositor de la de quienes se dicen sus dirigentes, denunció a la dirigencia opositora de no acompañar en absoluto las acciones de los venezolanos ni de la comunidad internacional. “Ayudaría mucho”, sostuvo Piñera, “que la dirigencia opositora democrática venezolana tuviera una posición más fuerte y unida.” Valga decir, que la actual oposición oficial al régimen venezolano presenta una posición exageradamente débil y fragmentada, como le conviene al régimen, que la hace inservible a la hora de asumir papel alguno en la lucha contra el chavismo, de participar en el inevitable cambio político por venir en Venezuela y naturalmente de aspirar a ser interlocutor válido de una comunidad internacional resuelta a devolverle a la patria de Bolívar su perdida identidad democrática.

   Lo que vendrá

   Esta frustración de Sebastián Piñera responde al oportunismo y la complicidad de una dirigencia opositora que se remonta al año 2003. En aquella ocasión, Jimmy Carter y César Gaviria, a la sazón secretario general de la OEA, le montaron a Chávez una larga ronda de conversaciones para negociar con una alianza opositora que desde el 11 de abril y las sucesivas y masivas manifestaciones de protesta ciudadana había demostrado su fuerza en las calles, para permitirle al régimen bajar la alta presión del momento y conservar su poder político al precio de sacrificar a la sociedad civil. Los tiempos han cambiado. Ni Piñera esta solo en su empeño -ahí tenemos la categórica declaración de Angela Merkel después de su reunión con él anunciando que a partir de este instante Alemania asumirá un papel mucho más contundente con respecto al régimen venezolano- ni Maduro cuenta con fuerzas suficientes para resistir los embates de una realidad que en estos momentos nada tiene que ver con los escombros de lo que fue la Mesa de la Unidad Democrática.

   Más aún: este mensaje conjunto de Piñera y Merkel, en cierto modo mensaje conjunto de la América Latina democrática y de Europa en respaldo a la causa del pueblo venezolano, abandonado por el régimen y por quienes hasta hace apenas un año se jactaban de ser sus dirigentes indiscutibles, define, de manera categórica, que el destino de Venezuela ya no está en manos de los jefazos del régimen, que a partir de ahora no podrán seguir amparándose en la inmunidad que les conceden, por una parte los tradicionales protocolos basados en la necesaria estabilidad política que rigen la marcha de los asuntos políticos en el escenario mundial, y por la otra sus cómplices de la oposición, que ya carecen de legitimidad ante s pueblo y ante la comunidad internacional, ni tampoco en la parálisis generada a partir de la trucada tesis de que la crisis venezolana no tiene salida. El mensaje ahora es otro. Que Venezuela ya no está sola. Que cada día son más los gobiernos democráticos del mundo que se suman al frente defensor de la pronta restauración de la democracia en Venezuela y de los derechos humanos de sus ciudadanos. Que de ahora en adelante esta marejada se le hará al régimen inmanejable y que a medida que esto ocurra, paso a paso pero irrefrenablemente, desaparecerá el confomismo del corazón de los ciudadanos, que pronto demostrarán su convicción y su fuerza para hacer de Venezuela la nación que merece ser.

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