¿Contrarrevolución dentro de la revolución?
Por supuesto que no. Esa opción no la consideraban ni la tienen en cuenta los disidentes cubanos en la isla. Aunque solo sea porque las conclusiones del reciente VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba reiteraron la continuidad del sistema político como su objetivo esencial, de este encuentro no podía salir reforma política alguna del régimen. En otras palabras, a pesar de los deseos y las ilusiones de muchos, la naturaleza marxista-leninista de la revolución seguirá siendo la frontera infranqueable del proceso político cubano, sin que el reemplazo generacional en la cúpula del Partido determine un rumbo político distinto para Cuba.
Hace 5 años, en estas mismas páginas de América.nuestra, sostenía que inmediatamente después de la desaparición física de Fidel Castro, pudo al fin producirse el imprevisto reencuentro de Estados Unidos y Cuba. Primero con la imprevista conversación telefónica de Barak Obama y Raúl Castro, poco más tarde con el fuerte apretón de manos con que se saludaron ambos personajes durante la cumbre de Panamá y, por último, con la visita de Obama y familia a La Habana, donde fue recibido y despedido por Raúl con calurosa amabilidad caribeña. Todo ello adornado con un gran desfile de la casa Dior por el emblemático Paseo del Prado y un concierto de los Rolling Stones ante miles de jóvenes cubanos. Esos fueron los primeros y sorprendentes signos de reformas y cambios por venir para modernizar el estalinista modelo socioeconómico socialista de Cuba. No solo porque la cruda realidad de la biología forzaba estos cambios, sino porque a fin de cuentas el reposo es el resultado ineludible que le espera a los viejos guerreros, de manera muy especial a los viejos guerreros cubanos, que además de haber ejercido un poder absoluto a lo largo de muchas décadas, llevaban a cuestas la pesada carga de inocultables fracasos. Fue por esa doble razón que se inició entonces un nuevo período de la revolución cubana.
Según reseña el pasado sábado 17 de abril Mauricio Vicent en las páginas del diario español El País, desde hace muchos años corresponsal del periódico en Cuba y agudo observador de la experiencia cubana, “cuando el 31 de julio de 2006 Fidel delegó provisionalmente la Presidencia en su hermano Raúl, los cubanos no podían entrar a los hoteles de su país, ni contratar una línea de teléfono móvil, ni vender o comprar sus casas, ni adquirir ordenadores en las tiendas del Estado, ni viajar al extranjero sin pedir permiso a las autoridades. Tampoco podían acceder a internet a no ser desde el centro de trabajo, y no existía ninguna norma que le impidiera a Fidel seguir siendo jefe del Estado y del Partido Comunista de Cuba muchos años más, aunque llevase dirigiendo la isla desde 1959.”
Todo eso ha cambiado en Cuba, aunque los cambios y reformas introducidos por iniciativa de Raúl llegaron demasiado tarde, y a ojos vistas resultaban insuficientes ya que solo afectaban a un pequeño sector de la economía isleña. Lo acordado este fin de semana con este VIII Congreso del Partido ha sido dar otro paso en esa calculada dirección, pero sin fuerza para superar los escepticismos y las frustraciones de una sociedad civil cubana que cada día exige menos control social y más libertades económicas. ¿Bastará, como ha propuesto Raúl, que abandonen el escenario político cubano los octogenarios sobrevivientes de la llamada “generación histórica” y una nueva generación de hombres y mujeres, la mayoría nacidos después del derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, ocupen a partir de ahora los espacios que desde los años cincuenta ocupaban dirigentes revolucionarios como Raúl Castro, Juan Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés?
La incógnita que deben despejar los cubanos de hoy en adelante es la de saber hasta qué extremo se extenderán los cambios que se han producido en esa regeneración de la cúpula política del país. Lo único que sí se sabe es la advertencia que formulo Raúl en su último discurso como primer secretario del Partido para dar por inaugurado este Congreso el viernes 16 de abril. “Hay límites”, señaló esa mañana con riguroso dogmatismo leninista, para que nadie se hiciera excesivas ilusiones, “que no podemos rebasar, porque hacerlo llevaría a la destrucción del socialismo, sus consecuencias serían irreversibles y conducirían a errores estratégicos y a la destrucción misma del socialismo y, por ende, de la soberanía de la nación.”
Fue, sin duda, un auténtico balde de agua helada a quienes soñaban, como tantas otras veces habían soñado ante circunstancias igualmente accidentales, que con este reemplazo generacional también se produciría un cambio en el rumbo político emprendido por Cuba hace 62 años, cuando Fidel y Raúl Castro arrojaron a Cuba por el despeñadero de una alianza a muerte con la Unión Soviética. Según este discurso del saliente hombre fuerte de Cuba quedó claro que los cambios en lo más alto de la jerarquía del Partido, o sea, en lo más alto del poder en Cuba, no le dará ningún giro a la orientación totalitaria del régimen, y que si bien los nuevos jefes del Partido continuarán promoviendo los cambios económicos que en los últimos años le han creado a los cubanos una realidad material diferente, esos cambios por venir seguirán siendo tímidos, insuficientes y afectarán exclusivamente el ámbito económico, financiero y comercial. Sin salirse de la rigidez política de un socialismo aplicado con implacable rigor estalinista. Vaya, que si bien Fidel podía informarle en 1960 a los creadores intelectuales y artísticos cubanos que dentro de la revolución todo estaba permitido, pero que fuera de ella nada lo estaba, ahora Raúl reiteraba que los cambios no se detendrían, pero siempre y cuando no invadan el terreno político de la revolución ni comprometan el control social absoluto por parte del Estado y el carácter marxista-leninista de la revolución.
Esta declaración de principios se reforzó el lunes 19, al darse a conocer la conformación del nuevo Comité Central del PCC, de su Secretariado y, por supuesto, de los ahora solo 14 miembros del super poderoso Buró Político, presidido por Miguel Díaz-Canel, quien a su cargo de presidente de la República suma desde esta semana la responsabilidad de sustituir a Raúl como primer secretario del Partido. Y para que nadie se llevara una idea equivocada de lo que representa la consigna del continuismo, Raúl y Díaz-Canel dieron a conocer entonces la lista de los “elegidos” miembros de esos órganos del poder político de Cuba, a quienes les corresponderá a partir de ahora la muy compleja tarea de conciliar las posibles contradicciones entre continuismo político y cambios económicos. Sobre todo, la urgente necesidad de implementar la llamada Tarea Ordenamiento, que no es otra cosa que la necesidad de adecuar cuanto antes las actividades económicas a las circunstancias del país después de la unificación monetaria y cambiaria, es decir, de la dolarización de un país, que además de seguir sometido a los controles políticos y sociales del socialismo y de la centralización total de la economía, ahora también lo está a los efectos de un proceso inflacionario desconcertante, de muy funestos efectos, para una población virgen en esa materia de los desajustes de precios y la especulación comercial.
La verdad del momento actual es que nadie dentro o fuera de Cuba está en condiciones de precisar las consecuencias reales de haber dejado el legado que dejan los hermanos Castro en manos de dirigentes acostumbrados a no decidir mucho por su cuenta. Quizá el gran logro de la revolución cubana ha sido, además de desarticular a tiempo cualquier expresión de disidencia política, la institucionalización del poder, pero sin haber podido borrar dos lealtades bien diferenciadas, la ciega lealtad de algunos a Fidel y la misma inquebrantable lealtad de otros a Raúl, de manera muy especial desde hace 15 años. De ahí los cambios en la conformación de los mandos partidistas, que en realidad se iniciaron la víspera de este VIII Congreso del Partido, con el anuncio de que el general de tres estrellas Leopoldo Cintra Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) desde hacía 10 años, era sustituido por su primer viceministro, el también general de tres estrellas Álvaro López Miere. Ambos veteranos de la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra, a la que ambos se incorporaron siendo casi niños, López Miere a los 12 años y Cintras Frías a los 14, pero con una diferencia políticamente determinante: Cintra Frías sirvió desde el primer momento en la columna guerrillera dirigida por Fidel y López Miere lo hizo en la columna comandada por Raúl.
Otros nombramientos que profundizan la diferencia entre la visión fidelista de la revolución y la raulista, es el ingreso y los ascensos de hombres y mujeres de probada lealtad al ahora saliente primer secretario del PCC. De ahí el ingreso al Buró Político de la mano derecha de Raúl en materia económica, su exyerno Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, presidente del conglomerado empresarial militar GAESA, que maneja nada más y nada menos que casi el 90 por ciento de la economía nacional. Una designación que se hace mucho más relevante si tenemos en cuenta que el actual Primer Ministro de Cuba, el coronel retirado del ejército Manuel Marrero Cruz, es hombre de confianza de López-Callejas. Por otra parte, si bien también pasa a retiro Ramiro Valdés, fundador del G 2 cubano, ministro del Interior en varias ocasiones y ministro presidente de Etecsa, la empresa que monopoliza el control de las telecomunicaciones y de las tecnologías más avanzadas aplicadas a las labores de inteligencia, este VIII Congreso ratifica en su cargo de ministro del Interior al general de división Lázaro Alberto Álvarez Casas, hombre de Raúl y de Ramiro, y designa al general de Brigada Norge Fermín Enric Pons, hasta ahora jefe de los servicios de contrainteligencia militar, como jefe de la Dirección General de Contrainteligencia. Para completar esta jugada, se nombró en este VIII Congreso ministra de Etesca a Maiyra Arevich Marín, estrecha colaboradora de Ramiro Valdés que hasta ahora era la Presidenta Ejecutiva de la empresa.
Otro misterio que tendremos que descifrar es conocer la estrategia que aplicará este renovado poder político cubano para enfrentar las duras sanciones dictadas por Donald Trump para reducir el acceso del gobierno cubano a las divisas que necesita para pagar sus importaciones, gravísima contrariedad a la que agregar el efecto devastador de la pandemia del Covid-19 con el brusco frenazo del flujo del turismo internacional a la isla, principal motor de la economía cubana; la larga crisis venezolana, desde el año 2000 principal aliada estratégica de Cuba, a la que ya no puede seguir concediéndole respaldo financiero ni petrolero; y la suspensión de muchos subsidios directos al consumidor y de un millón de puestos de trabajo en el sector público, adversidades que le exigen a los nuevos mandamases cubanos, en plena y violenta caída de la actividad económica, redefinir con hechos y no con retórica, el quehacer de una economía muy poco productiva y las reformas que les permitan revertir una crisis social que amenaza ser peor que la generada durante los duros años del llamado período especial, tras el derrumbe del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética y del bloque socialista. Hacer viable esta actualización del modelo económico y social cubano sin vulnerar la continuidad del sistema político es el reto que la realidad le presenta a los herederos de Fidel y Raúl Castro. De ello depende el futuro de Cuba, de su artrítica revolución socialista y la historia de una nación acorralada.